LA ECLOSIÓN DEL 'NIÑO MARAVILLA'

La vicuña Alexis

MARCOS LÓPEZ
BARCELONA

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Hay un animal salvaje, ya en periodo de extinción, en las grandes altitudes de Chile. Es un animal muy singular. Es la vicuña. Vive en circunstancias adversas, capaz de confundir en determinados momentos el color de su piel con el de la tierra para resistir a todo. Perseguido por los cazadores, su lana, extremadamente suave, es una de las más cotizadas. Además, debido al elevado índice de mortalidad de los cachorros, en ocasiones hasta prenatal, la vicuña va y viene por esa pampa chilena ganando cada segundo de vida. Tiene Alexis Sánchez, ese delantero nacido en Tocopilla (23 años), el rincón del diablo como lo conocen en su país, algo de vicuña.

Más incluso de lo que podría pensar él mismo. El fútbol de Alexis es salvaje. No tuvo más escuela que la calle. Primero jugó descalzo y luego, cuando el alcalde de Tocopilla le regaló unas botas (tenía 15 años), ya pateó con más seguridad la pelota. Salvaje, rupestre, incluso en ocasiones, pero desenfrenado y vertical porque Alexis no entiende el juego de otra manera. Corriendo salió de Chile para hacerse un hombre en Italia (el Udinese lo fichó con 18 años, pero lo cedió al Colo-Colo), pasó por Argentina (cedido también al River Plate). Regateando lleva toda su vida, driblando penurias, saltando de aquí para allá hasta que un día recibió la llamada del Barça. Pudo irse a cualquier gran club del mundo (el Manchester City le doblaba el salario y pagaba más al Udinese, el United le abría las puertas de Old Trafford y hasta el Madrid interfirió al final para frustrar su fichaje azulgrana), pero el salvaje Alexis quería venir al Camp Nou. Era sí o sí.

El otro nueve

Llegó la vicuña Alexis al Bernabéu, recién aterrizado de sus vacaciones, y jugó la ida de la Supercopa de España contra el Madrid como si fuera siempre azulgrana. Aquella noche, se ganó a los compañeros. Se peleó ante el ejército de Mou sin miedo alguno. Le pegaban, se levantaba porque nunca le pegarán tantas patadas como en las calles de Tocopilla.

Al primer día, todos miraron en el vestuario a Alexis y descubrieron que en ese rocoso cuerpo, bajo de gravedad y con unas piernas que parecen pilares, se escondía un alma competitiva inacabable. Juega la vicuña Alexis cada partido sin mirar al rival ni reparar en el escenario. Vino al Barça para ser extremo y Guardiola, el segundo padre futbolístico que le educa (el primero en creer en esa fuerza de la naturaleza fue Bielsa), ha descubierto a otro falso nueve. Distinto a Messi, pero conectado a Messi. Ha sido la estrella quien ha acogido al chileno. Es su gran protector. «Leo es el único que me entiende», dijo Alexis bromeando sobre esa metralleta de palabras que le salen atropelladamente. «Chileno, no te entiendo», le dice Valdés bromeando en las catacumbas de Sant Joan Despí.

El invasor del espacio

Habla la vicuña Alexis como juega. Sin tregua. Y el equipo lo entendió al instante. Él no va al espacio. Él lo invade como si fuera un tanque en un jardín. Esa bella pausa tan guardioliana del académico fútbol del Barça se transforma en un huracán cuando aparece un chileno desbocado. «Todavía tengo mucho que aprender», dijo tras sus dos goles al Leverkusen (lleva 11, a uno de su récord en el Udinese), aún con el hombro izquierdo maltrecho y vendado. Jugó con dolor e infiltrado. Pero la vicuña no se queja.