La ida de la semifinal

Tortura inmerecida

El Barça no acierta con el gol, remata dos veces al palo y deberá remontar un 1-0 en el Camp Nou

Messi se encara con Meireles, rodeado de jugadores del Chelsea.

Messi se encara con Meireles, rodeado de jugadores del Chelsea.

DAVID TORRAS

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

«Take the ball, pass the ball»,

tengo el balón, paso el balón. Eso hizo el Bar-

ça en Stamford Bridge de principio a fin, pero por más que la pelota siempre estuvo de su lado, el Chelsea recibió mucho más de lo que merecía, como si el destino quisiera compensarle por el dolor que le causó aquel gol de Iniesta y, al mismo tiempo, quisiera obligar al campeón a pelear como nunca para defender su corona en Múnich. Tendrá que hacerlo en el Camp Nou, jugando sin red, bajo el peso de un marcador peligroso (1-0). Si ya están en paz, y el destino no incordia, y la pelota en juego no da en el palo como ayer les pasó a Alexis y Pedro, el Barça debería seguir adelante.

El cupo de desgracia quedó cerrado bajo la lluvia de Londres, frente a un enemigo que ya puede dejar de llorar y recordar la fatalidad de hace tres años. Se acabó. El Barça recibió un castigo cruel, inmerecido, aunque sigue con vida. Vaya sí tiene vida. Pero pasó de poder sentenciar la semifinal a enfrentarse a una cita cuesta arriba en el escenario perfecto para el Chelsea. Todos atrás y a esperar y a correr cuando se pueda. En un ejercicio de supervivencia, del que se sentiría orgulloso su querido Mourinho, Terry, Lampard y la tropa de siempre escucharon el rugido del viejo Stamford Bridge, sintiendo que el eterno sueño de la Champions no es imposible.

Estuvo muy cerca de pasar de largo. Pero lo que fueron pasando de largo fueron las ocasiones del Barça, una detrás de otra, la última en el tiempo añadido, con el balón golpeando otra vez el poste, y Busquets rematando alto, y Guardiola llevandose las manos a la cabeza, desesperado, como todo el banquillo, maldiciendo tanta desgracia. Y donde no llegó la madera, apareció siempre Cech, el inmenso portero, volando y sacando manos.

El paso de Mourinho por Stamford Bridge se deja notar. Las huellas del técnico son reconocibles. Hasta su abrigo gris es la pieza más venerada del museo. No les dejó el legado que esperaban y por el que Abramovich, que ayer cruzó el campo sonriente al final del partido, le convirtió en el técnico mejor pagado del mundo, la Champions. Pero su discurso con el Barça, el mismo que ha multiplicado ahora en el Madrid, ha calado y anoche se escenificó en un curioso cántico. A la que Alexis cayó por un rodillazo de Terry, la grada se puso a cantar: «Always cheating Barça», siempre haciendo trampas, un coro que se repitió luego. También cuando Iniesta cayó derribado en el área por Cahill y el árbitro miró al cielo, tal vez impresionado por las palabras de Ovrebo ayer en The Times, explicando que aún hoy sigue recibiendo amenazas de muerte y que nunca ha podido olvidar los gritos de Drogba.

IMPOTENCIA Y DESESPERACIÓN / Y precisamente Drogba, él que tanto gritó aquel día, el indignado Didier, se convirtió anoche en el rey de la comedia, con un teatral actuación de caídas y más caídas. Parecía medio muerto pero siempre se levantaba, y fue él quien corrió como el cazador que es y alcanzó el balón de Lampard en el gol. Pero detrás de esos cánticos había un punto de impotencia y desesperación. El partido era un monólogo azulgrana, con el balón rodando de un lado a otro y el Chelsea escondido en la madriguera.

No es una cuestión de estilo, es una rendición, la aceptación de la inferioridad futbolística que se puso de relieve de principio a fin. El Barça jugó, y el Chelsea resistió. Una y otra vez, favorecido por la falta de efectividad azulgrana pero también por la suerte, que le permitió ir driblando el gol y, por arte de magia, le llevó a marcar en la única ocasión que tuvo. Un milagro. Ni siquiera Messi burló esa especie de hechizo,que ya no debería surtir efecto para la vuelta. Cara a cara, el Barça lleva las de ganar, aunque el Chelsea es el único rival al que nunca ha vencido Guardiola.

Pero antes de esta cita, llega el clásico. El futuro del Madrid en la Champions también anda en el aire, así que unos y otros parecen condenados a jugarse esas dos vidas en cuatro y cinco intensos días. «Take the ball, pass the ball», así seguirá el Bar-

ça, persistiendo en una idea que le ha llevado hasta aquí, y que debería conducirle hasta Múnich.