LA JORNADA DE LIGA
Sin respiración
Messi marca el gol 400 con el Barça en el minuto 93 cuando apenas podía correr y acaba en el suelo sin fuerzas para celebrarlo
De repente, un día Andy Murray levantó los dos brazos señalando al cielo para celebrar un triunfo. Estaba en Wimbledon, nada menos. El gesto causó extrañeza. Cuando le preguntaron a qué venía esa dedicatoria, el tenista escocés no dijo lo que cualquiera podía esperar, como ocurre con todos aquellos que miran al cielo en los momentos especiales. Un recuerdo para algún ser querido desaparecido. No, Murray, no pensaba en nadie ahí arriba sino en alguien de aquí abajo por más que, a menudo, no parezca de este mundo. Era un homenaje a quien se convirtió en una fuente de inspiración, un modelo a seguir, un ejemplo de talento y fortaleza mental que le ayudó a ser más fuerte en los momentos difíciles. Casualidad o no, Murray acabó ganando Wimbledon.
Una semana después de casarse, con kilt como buen escocéskilt, Murray no estaba en Montecarlo. Ya que se ha tomado un respiro, prefirió pasarse por el Camp Nou. Culé declarado, llegó un pelín tarde al paco, suficiente para perderse el gol de Suárez. Pero, por suerte, se quedó hasta el final, hasta pasado el minuto 93 y entonces vio lo que nunca se había visto. Después de marcar, el 10 acabó estirado en el suelo, detrás de la portería, exhausto, sin aire, sin fuerzas para hacer el gesto que él hizo imitándole como agradecimiento y con la esperanza de parecerse en algo a su ídolo.
FALTAS SIN CASTIGO
Sí, la inspiración de Murray es Messi. y ayer, probablemente sin saber de su presencia, le regaló un partido que no entrará en la inmensa colección de obras involvidables pero que está por encima de los mejores que la mayoría jugarán en su vida. Un partido en el que dejó un sinfín de eslálones, regates y más regates, y donde intentaron derribarle una y otra vez, colgándose de la espalda, y nada. No hay manera de tumbarlo y, precisamente, por ese deseo de seguir avanzando, de no caerse, de no tirarse, el árbitro pasó por alto unas cuantas faltas y unas cuantas tarjetas.
Murray tuvo que esperar, igual que todo el Camp Nou, que no dejó de temblar de emoción pero sobre todo de temor, flirteando con el empate. Pero, al final, llegó. Al trote, casi andando, sin poder correr, en una jugada inusual porque no acostumbra a pasar que Messi se enfrente a más de 50 metros sin un rival, y con el portero solo, esperándole. Parecía que no iba a llegar, que ni para eso tenía fuerzas. Le faltaba aire y sin esa lucidez, el intento de vaselina se le quedó corto. Pero el balón quiso volver a él, a quién si no, ansioso porque le empujara a la red y tener así el honor de redondear una cifra imponente: el gol número 400 con el Barça.
Un gol que apenas pudo celebrar, con sus compañeros rodeándole, bromeando con una imagen excepcional. Leo, por los suelos. Estaba muerto. «Ojalá pueda marcar muchos más», fue el mensaje que mandó después sentado en una camilla. Murray podrá seguir inspirándose en él muchos años.
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