Análisis

Sigmund Freud en Disneylandia

ERNEST FOLCH

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Es posible golear y aburrir? El Barça fue capaz de compaginar dos conceptos aparentemente antagónicos en su burocrática victoria contra el Córdoba, a pesar del resultado abultado. Y es que el Barça es en estos momentos una maquinaria diseñada para ganar, pero tiene una dudosa capacidad para entretener. El club vive obsesionado por el resultado, y esta es la idea básica que transmiten el presidente, el secretario técnico y el entrenador, debidamente amplificada por unos cuantos altavoces, y quizás como consecuencia de esta fijación el equipo se relaja una vez consigue el objetivo primario.

Tras el primer y el segundo gol, al principio de los dos tiempos, les siguió una fase de conformismo, en la que los jugadores tocaban sin profundidad ni trascendencia, como si estuviéramos en un eterno recitativo entre arias. Al final Messi despertó de la siesta y culminó la noche con dos golazos, pero quedó la sensación de que al equipo le cuesta encontrar motivaciones cuando ya ha alcanzado la meta de la victoria. La pobre entrada, de unos escasos 60.000 espectadores, demuestra que el objetivo de ganar puede ser muy atractivo para el entrenador pero es claramente insuficiente para el barcelonismo, acostumbrado como ha estado a acompañar sus resultados, sean o no favorables, con un buen juego.

El Barça emite en casa señales más positivas que fuera y algunos jugadores, como Piqué, se parecen cada día más a su mejor versión, pero no parecen argumentos suficientes para evitar el cemento en el Camp Nou. En el eterno debate sobre el estilo, a menudo se olvida que uno de los diez mandamientos es generar espectáculo, y a un público que se aficionó a comer caviar cada fin de semana va a costar mucho saciarlo con la vulgar rebanada de pan seco de un marcador cualquiera.

Nueva ideología

Se dirá con un punto de razón que esta autoexigencia es peligrosa y lleva a una insatisfacción permanente, pero es una marca de identidad tan profunda que no la logrará borrar este súbito y autoimpuesto entusiasmo por un simple marcador. Estos días, Luis Enrique ha equiparado el Barça a un sueño y ha sentenciado: «Estoy en Disneylandia». Pero en Disney los niños miran al castillo encantado con los ojos llenos de magia, mientras en el Camp Nou la goleada contra el Córdoba tuvo como testigo más de 30.000 asientos vacíos. La nueva ideología resultadista quizá traiga victorias pero provoca un lógico desencanto: el pragmatismo es enemigo de cualquier utopía.

En el Barça se plantean hoy preguntas dignas del consultorio de Sigmund Freud: ¿Se puede volver a soñar una vez ya nos hemos despertado? ¿Es posible volver a Disney con la misma ilusión de cuando éramos niños? ¿Tendremos que asimilar que ya somos adultos? Pinta que en 2015 seguiremos tumbados en el diván, intentando entender de dónde venimos y hacia dónde vamos. Parece sólo fútbol, pero ya lo ven, en realidad es la vida.