FIESTA EN BILBAO

Catalunya tiene poder

Vascos y catalanes empatan a uno en un San Mamés con colorido especial y 40.000 personas

Jordi Alba y Ander Capa disputan el balón en San Mamés

Jordi Alba y Ander Capa disputan el balón en San Mamés / periodico

SERGI LÓPEZ-EGEA / BILBAO

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Catalunya tuvo anoche en el magnífico estadio de San Mamés, algo más que una nueva catedral futbolística, un poder especial. No lo marcaron los goles (de Aritz Aduriz Sergio García). Ni el resultado (1-1), ni las jugadas ofensivas, ni las paradas de los porteros. La magia estuvo en la fiesta, en la ceremonia de fe que se marcaron las más de 3.000 personas que se desplazaron a Euskadi desde todas partes de Catalunya, como en las grandes citas de la Champions. Las calles de Bilbao se poblaron de catalanes, tal cual sucede en Barcelona cuando los conjuntos británicos visitan el Camp Nou en los duelos de la Champions.

Los periódicos vascos, contagiados todavía por la violencia vivida en las calles de Madrid el domingo 30 de noviembre, pusieron ímpetu en sus ediciones del domingo en las fuertes medidas de seguridad establecidas por la Ertzaintza para mantener el orden en San Mamés, como si el encuentro entre vascos y catalanes fuera a convertirse en un partido de alto riesgo, de violencia, de incidentes, de caos y de peligro.

Con la 'estelada' a cuestas

Nada más lejos de la realidad. San Mamés, bello y majestuoso, fue simplemente una fiesta, la continuación a Nochebuena, Navidad y Sant Esteve, pero en vez de turrón y cava lo que hubo fue fútbol, con oportunidades, con jugadas bonitas, pero sobre todo con ganas de gritar, de fotografiarse, de pasárselo bien y, por qué no decirlo también, de reivindicar, con un público visitante mucho más bullicioso en cuestiones soberanistas que el local. Porque San Mamés emuló al Camp Nou en los minutos 17 de la primera y segunda parte con los tradicionales gritos de "independencia, independencia".

Los que viajaron el fin de semana desde Catalunya a Bilbao lo hicieron convencidos de que iban a presenciar algo más que un simple partido de fútbol y por eso la mayoría de ellos no olvidó la 'estelada' en casa. Y se encontraron ante ellos a un público vasco que los recibió con los brazos abiertos. Ni un mal gesto. Ni un insulto. Ni una palabra fuera de lugar entre las dos aficiones que rememoraron, totalmente hermanadas, el partido que ambas selecciones jugaron hace 100 años en el desaparecido San Mamés.

Visita del 'president' Mas

La buena sintonía quedó demostrada también a nivel institucional con la visita del 'president' Artur Mas al lendakari Íñigo Urkullu, que asistieron al duelo. «Es un buen final para un año cargado de simbolismo», destacó Mas, que visitó a los jugadores en el hotel. "Euskadi y Catalunya tienen diferentes caminos pero nos unen muchas cosas", agregó Mas, y sobre las negociaciones para ir a unas elecciones plebiscitarias con lista única, dijo. "Mi táctica es que los de casa se entiendan, esa es mi mayor preocupación. Tenemos que ir juntos". "¿Reunirlos en un equipo?", le preguntaron haciendo el símil futbolístico. "Lo estoy intentando, pero fácil, fácil, no es".

Solo fue necesario pasear una hora antes del inicio del partido por los alrededores del estadio. ¿Qué se vio? Pues a los seguidores de ambos equipos fotografiándose mútuamente, uniendo las ikurriñas con las 'senyeres' y bebiendo 'potes' juntos por los muchísimos bares alrededor del estadio. Hasta los comercios regentados por ciudadanos chinos de las cercanías hicieron el agosto en plenas fiestas de Navidad vendiendo banderas de última hora. Fue una fiesta del fútbol. Sin más. Sin querer buscar otro contenido al duelo vasco-catalán.

Sonó 'L'Estaca'

San Mamés habló euskera pero también catalán y hasta recibió a los primeros seguidores visitantes, reunidos la mayoría de ellos detrás de una de las porterías, con las notas de 'L'Estaca'. Todo muy preparado, todo muy acorde con la ocasión, el lugar y el partido. A diferencia de hace siete años, no hubo que acabar el partido con una señal de tristeza, tal como sucedió entonces con la lesión de Jorquera. Jugaron todos porque así estaba estipulado y porque todos, futbolistas vascos y catalanes, pudieron disfrutar de la doble ceremonia, la de correr y vestir los colores de sus selecciones sobre el césped y la de vivir desde el banquillo el ambiente que se reflejaba en las gradas.

Porque especialmente apoteósico fue el instante, mediada la segunda parte, en la que la mayoría de los aficionados --al final fueron 40.000 espectadores--, sin distinción de banderas, encendieron los flases de los teléfonos móviles para dar un colorido blanco y muy especial a los graderíos de San Mamés. Pero, sobre todo, el detalle sirvió para demostrar que el encuentro era más un partido de luces que de sombras, un día simbólico para ambas aficiones en plenas fiestas navideñas.