ALPINISMO

'Què n'hem fet del cim?'

Hace 30 años, el alpinismo catalán conquistaba el Everest. Después de tres décadas, el techo del mundo sufre los problemas de una masificación imparable

El monte Everest (izquierda), visto desde el campo base.

El monte Everest (izquierda), visto desde el campo base. / periodico

JORDI TIÓ / BARCELONA

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Justo este viernes, 28 de agosto, pero de hace 30 años, el alpinismo catalán alcanzaba su mayor gesta hasta entonces. "'Catalunya ha assolit el sostre del món. Visca Catalunya, canvi'", fueron las primeras palabras que Òscar Cadiach lanzó a través del 'walkie talkie' hacia el campo base desde la cumbre del Everest, con la voz entrecortada por la emoción y el enorme esfuerzo tras largas horas de ascensión, agravado por la falta de oxígeno a 8.848 metros. La efeméride de estos 30 años de aquel mítico 'Hem fet el cim!' coincide con la reapertura de la ruta hacia el techo del mundo, cerrada tras el terremoto que el pasado abril arrasó NepalNepal, dejando atrás miles de muertos y desaparecidos, gentes sin hogar y al país en la más absoluta miseria sin su principal fuente de ingresos: las expediciones de alpinistas en busca de los ochomiles, una actividad cada vez más masificada, polémica y hasta problemática que tiene en el Everest el principal exponente. Es la atracción irresistible de una cumbre mágica.

Es la misma cima que cautivó a la élite del montañismo catalán, que ya en 1982, con Cadiach, Jordi Pons y Josep Manuel Anglada al frente, entre otros, intentó sin éxito alcanzar la cima del mundo. Lo volvió a probar en 1983 y prácticamente el mismo grupo de expedicionarios repitieron en 1985, esta vez con éxito, comandados por Conrad Blanch. Aunque con un enorme esfuerzo y mucho atrevimiento porque el éxito llegó después de tres ataques fallidos. El cuarto fue el bueno. Cadiach, en compañía de los serpas Narayan Shresta, Ang Karma y Shombu Tamang, alcanzaba la cima a las 18.20 horas. Toni Sors, que festejaría la gesta fumándose un Ducados en la cumbre, y Carles Vallès llegaron más tarde, conscientes de que les aguardaba un descenso complicado.

Prohibido dormirse

El regreso fue más que eso. De hecho, rozó la tragedia porque Cadiach, Sors y Vallès, junto con un serpa, tuvieron que hacer un vivac a 8.600 metros y sin oxígeno. "Hicimos un agujero en la nieve y nos metimos los cuatro dentro, abrazados", recuerda Cadiach. La temperatura era de 25 bajo cero y la preocupación en el campo base radicaba en que nadie se durmiera. Por eso estuvieron hablándoles toda la noche por el 'walkie'. Cerrar los ojos podía suponer no abrirlos nunca más.

Al día siguiente, unas bombonas de oxígeno subidas por uno de los serpas facilitaron el regreso al campo base y la feliz culminación de un sueño. El recibimiento en Barcelona fue multitudinario, igual que la fiesta con todos los honores en la plaza de Sant Jaume, llena a rebosar de aficionados, emulando la repercusión popular y mediática que solo lograba el Barça cuando festejaba un título. Entonces, muy de vez en cuando.

"Nosotros vivimos una auténtica aventura. Subimos por la vertiente tibetana, la primera expedición occidental en ascender por la arista norte-nordeste. Estuvimos completamente solos en la ruta, y las comunicaciones, que nada tenían que ver con las de ahora, le daban un mayor componente aventurero", recuerda Vallès. Y es que nada, o casi nada, tienen que ver las expediciones de hace 30 años con las de ahora, más allá del esfuerzo físico que supone avanzar a mucha altura, bajo cero y con nieve hasta la cintura.

El problema de la basura

Los nuevos materiales y los avances comunicación han facilitado el trabajo (en 1985, la expedición catalana enviaba los mensajes en morse con una emisora alimentada por un generador). Pero la irrupción de las expediciones comerciales, un fenómeno creciente desde los años 90, ha acercado el sueño de conquistar especialmente el Everest a muchos aventureros no siempre preparados como es debido, masificando el campo base, donde se pueden llegar a congregar más de 1.000 personas en primavera, propiciando el problema añadido de las basuras y los excrementos humanos. La situación es tal, especialmente en el campo base del Everest, que hace unos meses el presidente de la Asociación de Montañismo de Nepal, Ang Tshering, alertaba de que la acumulación de porquería suponía "no solo un problema medioambiental, sino también una amenaza para la salud". El Gobierno nepalí aprobó el 2014 una norma que obliga a todo aquel que quiera subir al Everest, a regresar al campo base con 8 kilos de residuos por persona generados por el grupo, sin contar las bombonas de oxígeno. De no hacerlo, se pierden los 4.000 dólares de fianza que se depositan antes del ascenso y que son devueltos si se cumple esta normativa.

"Es injusto que por esta masificación se haya perdido la mitificación" del Everest, dice Vallès, que recuerda que sigue siendo una montaña mágica. Por eso los llamados 'doctores de la cascada', los serpas responsables de colocar cuerdas fijas, ya han empezado a trabajar porque la ruta hacia el techo del mundo vuelve a estar abierta por el Nepal. Se cumplen 30 años del legendario 'Hem fet el cim!'. Tiempo de sobras para preguntarse qué hemos hecho con él.