El "paquete" de Luis Enrique

Luis Enrique, en la rueda de prensa que ofreció en el Celtic Park.

Luis Enrique, en la rueda de prensa que ofreció en el Celtic Park. / periodico

ALBERT GUASCH

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La sabiduría popular solía decir que lo bueno del equipo rival es que también tiene un entrenador. Eran otros tiempos. De épocas en que a los técnicos se les reclamaba básicamente capacidad motivacional, que pusiera a los once buenos -a poder ser, con algunos que rascaran- y que no hiciera astracanadas. La originalidad excesiva podía recibirse con mofa. Ataques de entrenador, se desdeñaba.

Ahora a la estrella del banquillo le pedimos múltiples recursos. Que prepare como superatletas a los jugadores, que sea bueno en la pizarra, que sepa cambiar el curso de un partido, que sepa comunicar, que logre controlar el entorno y que no se le desmadre el vestuario. Y, por supuesto, que sepa fichar.

Luis Enrique bromeó esta semana antes de viajar a Alicante que dispone «de la mejor plantilla de los últimos tres años, pero el entrenador sigue siendo el mismo paquete». No es cierto, claro. Luis Enrique ha ganado muchísimos títulos y puede permitirse algo tan raro en él públicamente como la autoparodia.

Aun así, de vez en cuando surgen dudas sobre su fiabilidad en algunos de los aspectos que exige el manual del entrenador de club grande. Hemos tirado la toalla sobre su disposición a interactuar con los medios. Ni siquiera le apetece entrar en razonamientos tácticos, en explicar movimientos de fichas, como si no nos interesara o no pudiéramos entenderlo. Una pena.

Nos ha convencido, no obstante, en muchas cosas: ensamblar al tridente no resultaba una tarea tan sencilla como pueda parecer ahora y lo ha logrado con cum laude; controlar el ecosistema azulgrana, tanto interno como externo, no viene tampoco dado precisamente, y lo ha amansado. Los resultados han acabado por lubricar su trabajo.

Ahora nos gustaría verle remontar una inercia cuesta abajo e intervenir decisivamente en partidos torcidos como el de Anoeta. Quizá es lo que nos falta por verle.