Pánico a la trilogía de los Pirineos

Alejandro Valverde se lo piensa un poco cuando se le pregunta en privado cuál de las tres etapas de los Pirineos le gusta más y por lo tanto la que más desearía ganar. Levanta la mirada, pero responde con firmeza: «la de Hautacam, por su dureza y porque pasa por el Tourmalet». Llegan los Pirineos, cargados con una trilogía de la mejor sinfonía ciclista. Pánico a la dureza de la cordillera, donde un error se puede pagar hasta con la entrega del jersey amarillo.

Aparece Valverde, instalado en una segunda posición que habría firmado con Chris Froome y Alberto Contador en carrera. Y se reencuentra con una cordillera que le gusta más que la alpina, las subidas son más cortas y algo más explosivas. El calor de la gente, por la cercanía con la frontera española, le sugiere casi que corre como en su casa, en su calurosa Murcia. Ayer llovía, y bien, en Carcasona, encantadora ciudad donde descansó el Tour, pero la predicción para estos tres días es favorable, sol y calor, como le gusta al ciclista murciano que deberá esperar lo que casi parece un imposible, el desfallecimiento de El Tiburón, y que la pelea prevista entre los delfines franceses, Romain Bardet y Thibaut Pinot, saque tantas chispas entre los dos jóvenes corredores, provoque tal incendio que él, que debe estar atento pero sin entrar al trapo, salga favorecido de la pugna entre dos chicos, donde solo puede quedar uno, el que entrará al podio, el que vestirá el jersey blanco como mejor menor de 25 años y el que ostentará el honor de ser el primer francés de la clasificación general.

«Nibali ha demostrado que es el más fuerte pero si pasa un mal día habrá que aprovecharlo. Ahora no puedo rendirme. Estoy segundo pero siempre se debe aspirar a algo más», reconoció ayer Valverde, feliz porque las sensaciones son buenas, contento porque jamás, víctima siempre de una injusta mala suerte, había llegado a la tercera semana del Tour tan bien colocado y porque por una vez él es el mejor español, por encima de Contador, de Purito Rodríguez, y en otros tiempos de Carlos Sastre, los que llegaron a París  mejor situados, e incluso de amarillo.

Balès abre el espectáculo

Por eso, a estas alturas, en el Tour que ha disputado más concentrado y sin apenas errores (tal vez haber atacado en Chamrousse a Pinot y no haber colaborado más en los relevos) no puede tirarlo todo por la borda precisamente en el lugar que más le gusta, en los Pirineos, los que provocan pánicos y los que habrá que subir y bajar (sobre todo hoy en Balès) con rapidez, respeto, cuidado y el mismo compromiso tanto para defenderse como para atacar. Cualquier error, a él y a todos, incluido Nibali, condenará al fracaso.

Por eso, Nibali, incuestionable, hasta con Froome y Contador  en carrera (él los ganó en Sheffield y lo mismo volvió a hacer con el corredor madrileño en la etapa clave de los adoquines), asumió ayer que el mínimo fallo podría acabar con el sueño que persigue: ganar el Tour para entrar en el paraíso de los pocos ciclistas que han triunfado en las tres grandes: Jacques Anquetil, Felice Gimondi, Eddy Merckx, Bernard Hinault y Contador.

Sin embargo, el año pasado, Nibali erró en la Vuelta y dejó escapar la victoria, cuando se le apuntaba como el gran favorito, ante Chris Horner, cuarentón y escondido ahora en una 22ª posición, aunque en favor del veterano estadounidense conviene recordar que llegó al Tour tras un grave atropello. «El año pasado me dejé sorprender en la Vuelta y aquí no puedo cometer el mismo fallo. Por eso, sería un error pensar que ya he ganado el Tour. La victoria llegará en París, no en los Pirineos, donde deberé no caerme, controlar y estar atento».  La trilogía del pánico empieza hoy con la discusión de si resultará más importante la etapa del Pla d'Adet o la de Hautacam. Todo llegará.