Nada como las balas del 2005
Todos los pilotos tenemos en casa la máquina para reforzar el cuello y los hombros
No hablemos de riesgos. Con las cosas que ocurren a diario, con las tonterías que se convierten en dramas, con las insensateces que a menudo acaban en tragedias, no tiene demasiado sentido que hablemos de riesgos en un deporte como la F-1 que si algo tiene es que todos y cada uno de sus protagonistas asumen el riesgo, conocen lo que es el riesgo. Tanto, que incluso trabajan sin descanso para reducir el riesgo, sabedores todos de que el riesgo cero riesgo cerono existe. Ni aquí ni paseando por el paseo de Gràcia.
Vi a Fernando Alonso en el hospital y lo volvi a ver y oír ayer en el video que colgó explicando, en el jardín de su casa de Oviedo, que está «perfectamente bien». Tengo suficiente. No quiero saber más. No necesito saber más. Sé que volverá pronto a correr y sé que nos proporcionará, porque es de los buenos, buenos de verdad, un montón de alegrías. Ya verán. Y no por McLaren. Y no por Honda. Y no por el propio Fernando, sino por la mezcla de los tres.
Porque eso es, sin duda, la F-1: la mezcla de las capacidades de todos en beneficio del espectáculo. Es verdad que, al final -como reconocen desde el más poderoso de los fabricantes de coches y motores al más sesudo de los ingenieros y diseñadores de nuestros bólidos- todo acaba en manos de un piloto, que ha de sacarle el máximo partido a ese coche perfectamente dibujado y equipado. De ahí que los pilotos sean, seamos, o lo intentemos, unos completos atletas.
Sé que suelen compararnos a los maratonianos pero les diré que no creo que nosotros seamos más fuertes que ellos. O que cualquier futbolista, baloncestista, nadador, waterpolista o piloto de motos. No. Es verdad que nuestro deporte, además de una preparación física y mimo exquisito de nuestra salud (cierto, no podemos resfriarnos, porque no podemos estornudar ni sonarnos durante dos horas, a 320 km/h.), nos exige un rendimiento y atención mental extraordinarias, fuera de lo común. Pero también eso se entrena, también.
Puede, como cuenta graciosamente papá Rosberg, Keke para todos, el progenitor de nuestro querido y admirado Nico, que «pilotar los actuales F-1 sea cosa de locos» y que él tal vez se saldría «en la primera curva». No le crean. Miente. Keke Rosberg haría magia con estos monoplazas, al igual que convertía en juegos malabares las carreras de los 80. Es verdad que los parámetros que debemos de manejar al volante de los actuales F-1 son muchos, decenas, cientos, pero todo eso también nos facilita la vida y nos da seguridad, lo que te permite descansar la mente.
Nada que ver, créanme, con aquellas bestias, con aquellas balas que piloté en el 2005, los últimos V10, con más de 900 caballos a mi espalda, que provocaba una enorme carga aerodinámica.
Ningún deportista de élite deja de entrenarse ni un solo día. Nuestro mayor problema (aunque todos tengamos en casa una máquina para fortalecer el cuello y los hombros) sigue siendo no perder la forma aunque no podamos pisar la pista tanto como desearíamos. Porque no hay mejor ni más eficaz entrenamiento para nosotros que dar vueltas y vueltas con un F-1. A falta de un F-1, nos vamos a las pistas de kárting porque esos bichitos diabólicos son lo más parecido, créanme, a un F-1.
Es una manera de volver a nuestros orígenes, con el culo pegadito a la pista, despertándote los reflejos a tope, estimulándote todos y cada uno de los sentidos y recuperando el feeling al comprobar lo nervioso que es el kárting.
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