LA PUGNA ENTRE LA TRADICIÓN Y LA MODERNIDAD

Montserrat, la montaña de la discordia

El macizo catalán, templo mundial de la escalada, sufre el gamberrismo de los llamados 'talibanes', que se dedican a reventar los seguros de las vías

Dos escaladores subiendo Montserrat.

Dos escaladores subiendo Montserrat. / RICARD CUGAT

JORDI TIÓ
BARCELONA

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Dos escaladores avanzan parsimoniosos y prudentes por la imponente vía Punsola-Reniu del majestuoso Cavall Bernat, icono de Montserrat, que luce espectacular en un soleado día de primavera. Más o menos a la misma altura de la pareja de montañeros, pero a unos 400 metros en línea recta hacia la pared de Diables, otro escalador anda colgado, completamente solo, suspendido en el vacío por una cuerda, mientras trabaja sudoroso poniendo (o mejor dicho, reponiendo) los seguros de la mítica Tarragó, una vía desplomada de extrema dificultad, de 240 metros, que adquirió dimensión mediática mundial el pasado noviembre, cuando los hermanos Iker y Eneko Pou, los Messi de este deporte, lograron liberarla por vez primera desde que su creador la concibiera en el 2002.

Pero la gesta de los Pou fue un visto y no visto. Apenas dos semanas más tarde, unos gamberros reventaron todo el trazado, eliminando los seguros de la vía, que quedó completamente impracticable. Una canallada inconcebible que, lamentablemente, no es la primera vez que se produce en Montserrat.

Seguros destrozados

De hecho, el macizo hace años, últimamente con mayor virulencia, que sufre el gamberrismo de un grupo conocido como los talibanes, escaladores, algunos ya veteranos, que se dedican a reventar vías, machacando los seguros y  poniendo en peligro la vida de muchos montañeros.

Por eso David Tarragó anda colgado solitariamente de una cuerda a más de 200 metros de altura. Hace días que ha empezado a trabajar en el reequipamiento de los seguros de su vía. «La Tarragó no es la única que ha sido destrozada. Hay otras muchas vías en Montserrat que han sido desequipadas por este grupo de radicales que quieren volver al pasado y que consideran que la montaña está excesivamente explotada, por lo que la única forma que tienen de frenar esta masificación es eliminando vías. Sin vías no hay escaladores», explica con vehemencia Tarragó, preocupado por el peligro que supone que desaparezcan los seguros. «Si una persona se mete en la pared con una reseña en la mano que dice que a tal altura hay un anclaje, pero al llegar allí no hay nada, esto le puede suponer la muerte».

Lamentablemente, la acción de estos gamberros, cuya área de influencia se sitúa en los alrededores de Sant Benet, ya ha propiciado la pérdida de, al menos, una vida. En octubre del 2012, Lluís Baciero, entonces responsable de escalada del Patronat de Montserrat, organismo que regula el macizo, falleció en la Miranda de Sant Joan, en la zona de Gorros, al sufrir una caída mientras reponía unos anclajes que habían sido robados. El caso está todavía en manos de los Mossos d'Esquadra, que siguen con la investigación. «Era amigo de Lluís y su muerte me dejó muy tocado. Desde entonces tengo una gran rabia en el cuerpo. En la montaña siempre hay accidentes, lo sabemos, pero cuando se mata alguien por cuatro talibanes que quitan los seguros, eso te duele en las entrañas. Desde entonces, mi objetivo no es otro que desenmascarar a estos tipos que se dedican a reventar vías poniendo en peligro la vida de mucha gente», dice Tarragó, que lamenta que un lugar único como Montserrat, templo mundial de la escalada con unas 6.000 vías, se vea afectada por estos gamberros que, según el propio escalador, «ya han propiciado otras cuatro muertes», y añade con indignación que haya gente que hace apología de los desequipamientos en webs y blogs.

«Lo que sucede no tiene ninguna explicación y se puede considerar como un atentado», afirma indignado Antonio García Picazo, considerado un maestro de la escalada, que agrega que la acción de estos individuos afecta incluso a las zonas de debutantes. «Un día, bajando del Gorro Frígi, vi a una mujer que descendía con dos niños con muchos apuros porque habían sacado las cadenas fijas que en su día colocaron los bomberos, unos agarres que llevaban ahí 20 años. Es vergonzoso. No quiero entrar en esta guerra, pero si puedo ayudar a que estos tíos los metan en la cárcel, haré lo que sea. Tengo una hija y no quiero que se mate escalando porque alguien se ha cargado los seguros», sentencia Picazo, que lamenta que aquí la justicia no haga nada. «Si estuviéramos en Francia, en Suiza o en Estados Unidos, estos individuos ya estarían entre rejas».

Los piratas de los 80

«Esto del desequipamiento no es algo nuevo, ya pasaba en los 80, cuando había un grupo que se hacía llamar Els Pirates, que en algunos casos sacaban el material de unas vías para montar otras», explica Sergi Sabaté, gerente del Centre Excursionista de Catalunya y escalador. Sin embargo, admite que ahora la cosa ha degenerado. «Lo que pasa es un acto de vandalismo que no tiene ningún sentido. Es que incluso se ha llegado a destrozar una zona para debutantes donde los niños aprendían a escalar».

Y, en la línea de otros colegas, lamenta que aquí la normativa sea tan laxa con estos vándalos. «En los Dolomitas (Italia), por ejemplo, a nadie se le ocurre quitar anclajes o desequipar una vía ferrata, es algo inimaginable. Aquí hay un vacío legal», añade Sabaté, que también reclama mano dura de la justicia.

El gamberrismo de este grupúsculo no obedece tan solo a las ganas de fastidiar por fastidiar. Algunos escaladores, que no quieren revelar su identidad («nos conocemos todos», afirma uno temeroso) explican que hay también una guerra de personalismos y la voluntad de añadir un mayor grado de dificultad en muchas vías consideradas ya complicadas. De ahí el afán por exterminar los anclajes, lo que choca directamente con la filosofía que pretenden imponer otros, situada por completo en el lado opuesto: taladro en mano, meter un seguro a cada metro. Un sacrilegio para muchos.

«Tiene que haber vías para debutantes, veteranos y cobardes, no hay que olvidarse nunca de estos últimos», explica jocoso Jorge Pazos, presidente del Club de Escalada Montserratus. «Pero hay puristas que están en contra de las vías de máxima seguridad y prefieren quitar seguros», agrega este escalador, que denuncia que alguna vez ha sido «recibido a pedradas» por parte de este colectivo y se le encoge el alma al recordar el último apuro que pasó junto a un amigo por no estar los seguros donde debían. «Nos metimos en la Trencabarrals y encontramos los dos primeros seguros. Alguien me dijo que la habían reventado, pero pensé que se habría equivocado. Pero el tercer seguro ya no lo encontramos. Mi amigo siguió subiendo pensando que los de arriba no los habrían tocado, pero no estaban. Al tratar de regresar, se lio y, con 100 metros por debajo, estuvo a punto de matarse. Es la segunda vez en mi vida que bajé llorando de una vía porque mi compañero se jugó la vida por culpa de unos talibanes», se emociona Pazos.

«Odio entre escaladores»

Xavier Aparicio, gerente del Patronat de la Muntanya de Montserrat, lamenta esta situación, que atribuye al «odio entre escaladores» de diferentes épocas y con distintas formas de entender este deporte. Considera que el macizo tiene un problema de masificación de vías. «Hay unas 6.000 y muchas de ellas están apenas separadas por un metro», explica Aparicio, que apela al diálogo y al consenso con la Federació d'Entitats Excursionistes de Catalunya para «encontrar la mejor manera de reequipar las vías afectadas». En este sentido, recuerda que los acuerdos firmados en el 2008 para regular la escalada se estuvieron negociando durante tres años. «Es muy difícil contentar a todo el mundo, pero creo que hemos trazado y consensuado unas bases mínimas por lo que respecta a normas de escalada y respeto de la fauna de la montaña que, en general, la gente acepta y respeta. Aunque es inevitable que siempre haya alguien que se las salte».

Desde el pasado 1 de enero, el organismo ha establecido una moratoria de dos años que impide abrir o reequipar vías, aunque en casos muy concretos se darán permisos específicos para ello. La entidad quiere establecer un censo de vías, históricas y más actuales, para tener una fotografía precisa de la montaña.

Otra cosa es el grupúsculo de talibanes. «Sabemos dónde están, por dónde se mueven y somos conscientes de que es un problema grave para Montserrat. Queremos solucionarlo». Los forestales y un nuevo cuerpo de montaña de los Mossos d'Esquadra ya han redoblado las tareas de vigilancia y sanción (las multas pueden llegar a los 600 euros). El reto, lograr que Montserrat deje de ser la montaña de la discordia.