Un Messi desinhibido y mandón conduce a Argentina a la final

Al capitán albiceleste solo le importa ganar a Chile para cerrar "un año increíble"

Messi, en una acción acrobática durante el partido ante Paraguay en el que asistió a sus compañeros pero no marcó.

Messi, en una acción acrobática durante el partido ante Paraguay en el que asistió a sus compañeros pero no marcó.

ABEL GILBERT

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Había terminado el partido con un 6-1 inapelable. Los jugadores argentinos se abrazaban con Leo Messi. Muchos paraguayos, también, aunque esta vez sin un teléfono que documentara ese momento agridulce. Leo estaba eufórico, aunque a su modo, sin excesos a la vista. En la noche fría de Concepción, habló nada menos que en tres oportunidades con los medios de prensa, como si en esa gentileza sin precedentes dejara entrever que «su voz» es, también, la de un líder. «Estamos contentos. Sabíamos que, cuando entraran los goles, iban a venir más. Nos dijimos que era una casualidad que no hubiéramos convertido tanto antes. Y vinieron todos juntos». Un Messi locuaz, único, hablando en nombre de todo el grupo. Hablando en plural. Messi ya es el capitán.

«Qué bien habrá jugado la selección que no necesitó de los goles de Messi. Qué crack será Messi que no necesitó de su gol para sobresalir», dijo el diario Olé. «Messi nuestro que estás en la tierra», tituló Página 12, a modo de una oración religiosa. En la otra orilla del Río de la Plata, el diario El País de Montevideo advierte una nueva versión del astro del Barca: un Leo 2.0. «Tal y como ha puesto en práctica en el Barcelona del triplete a lo largo de toda la temporada, este nuevo Messi se siente mucho más cómodo como director de orquesta, siendo el origen de las jugadas de peligro antes que el definidor que las termina».

LEO Y MARTINO / No solo maneja los tiempos y los espacios de otra manera. Y aunque no grita ni gesticula en el campo como Javier Mascherano, Leo es cada vez más expresivo y elocuente con sus gestos. Agita sus manos, conversa y les saca el pecho a los rivales. Durante el Mundial de Brasil, cuando ejerció la capitanía del equipo, no faltaron quienes consideraron que ese distintivo tenía otro dueño y era su compañero en el Barça. Después del partido contra Paraguay pudo verse que junto al Jefecito hay un jefe en ciernes que no le disputa funciones ni liderazgo.

Corría el minuto 30 de la segunda parte cuando Messi se acercó al borde del campo, a la altura del banquillo, para hablar con Martino. Uno y otro cubrieron sus bocas con las manos como si, de esa manera, estuvieran a salvo de revelar un secreto trascendental, algo inaccesible a la tecnología que los circundaba.

APLAUSOS EN EL VESTUARIO / Pero los efectos de la conversación se entendieron de inmediato. Gago se levantó del banquillo, calentó rápido y sustituyó a Mascherano, que ya tenía una tarjeta amarilla. Había que preservarlo para la final. El propio Messi y no Martino se encargó luego de dar una explicación del cambio: Masche, por su papel, está siempre más expuesto al roce. No tenía sentido que quedara bajo la mirada del árbitro Sandro Ricci.

La Pulga fue el último jugador  en llegar al vestuario. Al entrar, sus compañeros le recibieron con aplausos. En la selección argentina reina un inédito clima de fraternidad. La foto colectiva, antes de ducharse, da cuenta de esa sensación de empatía. Martino había dicho días atrás que este grupo se merecía llegar a la final de la Copa América por méritos deportivos y por el modo en que conviven estrellas de egos tan fuertes como sus cotizaciones en el mercado futbolístico. Y eso que todavía faltan los goles de Messi. Por lo visto, y por lo que ha dicho Tata, no parece ser un asunto que lo desvele: si hasta los regala cuando puede hacerlos. Lo único que le importa a Messi es ganar a Chile, ser campeón y cerrar «un año increíble».

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