análisis

Los nombres que recordaremos

Desolación 8 Robben (derecha) y Sneijder simbolizan tras el partido la tremenda decepción de la derrota en la final del Mundial.

Desolación 8 Robben (derecha) y Sneijder simbolizan tras el partido la tremenda decepción de la derrota en la final del Mundial.

Jordi Puntí

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Ayer, y sin que sirva de precedente, a las 20.30 horas de la noche, cuando el árbitro inglés dio inicio al partido, me hubiera gustado serJohan Cruyff. Uno puede tener muchas razones para querer ser Cruyff, pero a esa hora la principal motivación era que, pasara lo que pasara en la final, el míster se sentiría contento. Él mismo había anunciado que deseaba la victoria de España porque su juego le gustaba más. Pero en la recámara se guardaba sus orígenes: si ganaba Holanda, sería también una victoria del fútbol de toque y retoque que él mismo importó a Barcelona.

Si digo que me hubiera gustado serCruyffes porque cada uno elige como quiere ver un partido y disfrutarlo. Esta es la suerte del fútbol, sobre todo en un Mundial. Muchos aficionados, la mayoría, se entregan al simbolismo patriótico, ya sea a favor de unos colores y una bandera, ya en contra y cambiando de camiseta a cada nueva eliminatoria. A mí este tipo de identificaciones me parecen superficiales, y además suelen terminar con lágrimas. Así que escogí ver el partido con los ojos de Cruyff,que es listo y sabe divertirse.

Cuando llevábamos 15 minutos de partido y los jugadores de España habían empezado a marear a los holandeses, tuve un cólico de personalidad. Me fui a buscar mis juegos reunidos del doctor Freud y me psicoanalicé en 30 segundos, los que tardabaXabi Alonsoen recuperarse de una entrada banzai deDe Jong. Entonces lo comprendí: si disfrutaba del fútbol como si fueraCruyffes porque lo estaba mirando con ojos azulgranas. No ya por los siete jugadores del Barça que había sobre el terreno, sino por la tranquilidad y la paciencia con que se desarrollaba cada jugada. Tocándola así, el gol llegaría pronto. Escuchaba a los locutores televisivos cantar las excelencias de ese tipo de fútbol –entre ellos a Camacho,¡venga, chavales!– y una voz interior me decía que, este es uno, les habíamos convencido. Era un pensamiento mesiánico: si al final España ganaba jugando bien, desaparecerían por fin esashazañas bélicasque hace una décadaVázquez Montalbánya veía diluidas en la aldea global. Además la selección había gastado toda la épica en el gol dePuyol en planCapitán Trueno.

Pasaron los minutos, terminó la primera parte y mi identificación con Cruyffse estrechó. Holanda había abandonado a su doctorJekyll

del pasado para convertirse en unMr. Hydeque coleccionaba tarjetas amarillas a base de dar patadas. Ninaranja mecánica,ni fútbol total, ni nada. En lugar de proponer su estilo de juego, Holanda prescindió del balón, perdió tiempo, lo protestó todo y de vez en cuando buscó el contraataque rápido conRobben. De repente era como siSneijder aplicara las enseñanzas deMourinho: sólo había que ver al delanteroKuyt actuando como un defensa más.

La segunda parte y la prórroga fueron agónicas, pero España siguió creyendo en un modelo de juego. Además la entrada deCescyNavasles permitió hilvanarlo mejor.XaviyBusquetsestaban en todas partes otra vez. El gol era una cuestión de tiempo y detrás delCapitán Trueno siempre aparece Crispín: Iniesta marcó un gol que vale un Mundial y luego repitió los mismos gestos de alegría que vimos en Stamford Bridge frente al Chelsea.

Todo cuadraba. Mi conexión conCruyffllegaba a buen puerto: los que amamos el fútbol recordamos los Mundiales por los equipos que dejaron huella. Nos sabemos más nombres de la alineación de Brasil-82 que de los ganadores italianos. Holanda llegaba a su tercera final con la intención de redimir a esos dos equipos que perdieron en el 74 y el 78, contra Alemania y Argentina, pero al final ha sido la victoria de España la que les ha resarcido. No siempre ocurre en los Mundiales, pero esta vez han ganado los buenos de la película, los nombres que recordaremos siempre.