AVENTURA PARA NAVEGANTES / UNA EXPERIENCIA VITAL

La llamada del Atlántico

El 'Safran'  con el que  el francés Marc Guillemot batió el récord de cruzar el Atlántico en el 2013.

El 'Safran' con el que el francés Marc Guillemot batió el récord de cruzar el Atlántico en el 2013.

NEUS JORDI / BARCELONA

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Hace siglos Cristóbal Colón abrió una ruta comercial que hoy se ha convertido en todo un reto para muchos navegantes. Cruzar el Atlántico a vela es la aventura con la que sueñan los enamorados del mar. En tripulación o en solitario, con el propio barco o con el de amigos, en regata o por cuenta propia, lo importante es llegar al otro lado del charco. Para los marinos, son cuatro las cosas que hay que hacer en la vida: plantar un árbol, tener un hijo, escribir un libro y navegar las 2.800 millas náuticas (5.185 kilómetros) que separan las Canarias del Caribe. Una experiencia inolvidable que dura de quince a treinta días.

Y cada año «entre 3.000 y 4.000 embarcaciones hacen escala en algún puerto canario dispuestas a emprender la aventura atlántica», según explica Rafael Lasso, director de Marina Rubicón. Este puerto ubicado en la costa sur de Lanzarote recibió el año pasado casi mil barcos en tránsito. «Viniendo desde Europa somos la primera isla de Canarias, por lo que acogemos a gran parte de las embarcaciones que hacen la última parada previa al cruce del océano», añade. Una escala que es la puerta del Atlántico y que se dedica a comprar víveres, hacer las reparaciones de última hora del velero y controlar el parte meteorológico antes de largar amarras.

«Desde Canarias los vientos alisios y las corrientes te llevan sí o sí a América, no hace falta ser Cristóbal Colón, llegarías también subido a un barril», comenta el director comercial de la Autoridad Portuaria de Las Palmas, Juan Francisco Martín, quien recuerda que también hay yates de motor los que se enfrentan al reto atlántico y que en las Islas repostan dos millones de toneladas de combustible al año.

Las salidas se concentran entre octubre y finales de febrero, cuando las condiciones meteorológicas favorecen el viaje. Aún así, siempre existe el riesgo de verse atrapado en las garras de una tormenta. «La travesía es dura incluso cuando hay buen tiempo, y no tienes escapatoria, porque a cierta distancia los vientos, las corrientes y el oleaje te arrastran y ya no puedes volver atrás», advierte David Ruiz, que se ha embarcado en este desafío tres veces.

Las roturas del mástil o del timón provocadas por el mal tiempo figuran entre los mayores riesgos, junto a las colisiones contra una ballena o un container a la deriva, que pueden abrir una vía de agua en el casco. «Son peligros que tenemos todos en la cabeza, pero es que es precisamente este riesgo el que te atrae», dice Ruiz. «A mí me da más miedo caerme al agua por una ola que no me espero, o por un bandazo del barco, por cualquier tontería. Si vas solo el barco sigue navegando y tú te quedas allí, en el océano», avisa la navegante Pilar Pasanau.

Una regata de 220 barcos

Una forma de minimizar estos riesgos es hacer la travesía en el marco de una regata trasatlántica, que cuenta con un dispositivo de seguimiento de la flota participante que da más seguridad. Es el caso de el famoso Atlantic Rally for Cruisers, que parte cada noviembre de Las Palmas rumbo a la isla caribeña de Santa Lucía. Se celebra desde 1986 y congrega unos 220 veleros y 1.200 personas venidos de casi todo el mundo, en muchos casos parejas de jubilados o familias con niños, en un ambiente muy poco competitivo.

Aunque a mucho menor escala, la versión española de esta regata es el Gran Prix del Atlántico, que organizan desde 1996 Enrique Curt y su hijo Siga. Suele reunir a entre 15 y 30 barcos, que en la última edición (la octava) navegaron de Lanzarote a Colombia, aunque Puerto Rico, La Habana, Santo Domingo y Martinica han sido también destinos. «Es la regata oceánica de los amateurs, la de los arquitectos y los abogados, profesionales autónomos que pueden cogerse un mes y medio de vacaciones para cumplir su sueño, y también la de los jóvenes, que se enrolan como tripulantes», cuenta.

En la última edición, un temporal hizo estragos la primera semana, y uno de los veleros participantes, el Bucaneer, naufragó. «Me llamaron a las cuatro de la madrugada para informarme de que habían chocado con algo y tenían una vía de agua –recuerda Curt-. Estaban en mitad del océano y conseguimos que un transatlántico de Costa Cruceros variase su rumbo para rescatarlos, y los últimos días de travesía los pasaron en un camarote de lujo con todos los gastos pagados».

La inscripción en la regata oscila entre los 1.000 euros para un solitario y los 2.300 para una tripulación. Al presupuesto hay que añadir la adecuación del barco y el equipamiento de seguridad: balsa salvavidas, emisora de radio, teléfono satelital, refuerzo de velas y ampliación del seguro, entre otros. Y, en el caso de no regresar navegando, los billetes de avión y el ferry para el velero. En total el sueño oceánico puede costar unos 15.000 euros. La opción económica es el chárter: con la empresa Sailing Experiences, un puesto en un barco de regatas para cruzar el Atlántico sale por unos 6.000 euros (y no son vacaciones, incluso hay que hacer guardias nocturnas).

Un dinero que, según los apasionados del viento y del océano, bien vale el poder contemplar una puesta de sol diferente cada día durante casi un mes. Pero no todo es tan idílico. En palabras de Pasanau, «no hay tiempo para aburrirse, entre intentar dormir, comer, revisar el barco, hacer reparaciones y hacer unos estiramientos… ya se te ha pasado el día». Y en algún momento de la travesía siempre deseas no estar allí: «Con lo bien que se estás en casa en el sofá, quién me manda a mí meterme en esto, me lo he dicho en varias ocasiones en el mar –reconoce David Ruiz-, pero hay que prepararse mentalmente para ello».