Lecciones de una derrota
Procesando datos, revisando imágenes, analizando "errores" está Luis Enrique desde que llegó de París. El Barça no pasó la primera gran prueba. No solo perdió por la calidad y el mejor juego del Paris SG, que jugó sin Ibrahimovic, Thiago Silva y Lavezzi, sino por sus propios fallos en una derrota que sirve, en realidad, como lección. Lección para desnudar viejas miserias -la mala defensa de las acciones a balón parado le costó dos de los tres goles franceses- y problemas serios que no se habían detectado en los siete partidos anteriores ante rivales menores.
La inesperada debilidad de los laterales -Alves y Alba fueron superados-, la desconexión con el centro del campo y, sobre todo, la extraña sensación de fragilidad que transmitió el equipo preocupan a Luis Enrique. Además, la presión alta, de cuya recuperación se ha hecho una de sus señas de identidad, se ejecutó a destiempo. Y mal. Tan mal que el Paris SG, sin tener a Ibra, su Messi, remató más que nunca a la portería de Ter Stegen (11 tiros, 5 a puerta, tres goles) revelando los defectos estructurales que azotaron al equipo.
Cadena de errores
El Barça, como reconocieron después los jugadores, entró tarde al partido. Cuando se dio cuenta ya perdía 2-1. Ni 30 minutos se llevaban. Una media hora para la reflexión colectiva. "Sabemos los errores que hemos cometido", precisó Luis Enrique, aunque, muy cuidadoso él, no quiso personalizar en ningún jugador. Pero el equipo, a pesar de que estaba avisado, cedió hasta cuatro acciones a balón parado en apenas 26 minutos ante un PSG que se frotaba las manos. Dos faltas laterales (un gol, el de David Luiz), dos saques de esquina (un gol, el de Verrati). De error en error.
No solo en el remate del central brasileño -recibió dentro del área, controló y chutó- y del cabezazo del pequeño (mide 1.65) jugador italiano -aprovechó la mala salida de Ter Stegen y el descuido de Rakitic- sino en el origen de las jugadas. Alves y Alba erraron en la salida del balón dejando al equipo desequilibrado y, al mismo tiempo, desprotegido. No se vio a un Barça compacto y fiable en París. Los interiores apenas tuvieron influencia en el juego. Rakitic tuvo que ser sustituido en su versión más pobre desde que llegó al Camp Nou y a Iniesta solo se le vio en la asistencia, al primer toque, a Messi (1-1).
Busquets, en tierra de nadie
El Barça de Luis Enrique no se reconocía a sí mismo. Eran los laterales, veloces, profundos y fiables en la salida del balón, su arma para atacar, una vez reunidos los tres delanteros en el balcón del área, y en su gran examen parisino se convirtieron, curiosamente, en su perdición. Perdían la pelota con una extraña facilidad (no había ni siquiera presión alta del PSG) y no existían líneas de pase con los centrocampistas. Busquets quedaba en tierra de nadie, atosigado siempre por Motta, y el Barça no podía defenderse con el el balón. Ni tampoco con la presión. No gobernó, en ningún momento, el partido. A una endeble estructura defensiva respondía, en cambio, con un soberbio Messi, excelente en todo lo que hizo. En el gol, el 1-1 fue maravilloso -un prodigio de velocidad en el pase combinando con Iniesta y Neymar y en la ejecución-, y en la capacidad para liderar a un equipo que vio como su abrigo defensivo (0 goles encajados en 7 partidos) quedaba agujereado con tres tantos en 56 minutos.
Tras el suspenso parisino, Luis Enrique extraerá las primeras conclusiones. Tiene el once básico -Piqué y Xavi son suplentes por ahora-, rota en la portería (Bravo en la Liga; Ter Stegen, en Europa) y debe recomponer la estructura defensiva antes de visitar el sábado Vallecas para enfrentarse al atrevido Rayo de Paco Jemez. Ayer, recuperó a Masip, quien recibió el alta médica tras estar un mes de baja y Rafinha está a punto de volver. Pero lo prioritario es recobrar el equilibrio.
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