SEMIFINALES DE LA LIGA DE CAMPEONES

Juego de emociones

DAVID TORRAS / BARCELONA

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«Hasta pronto, a mí no me perderéis nunca». Cuando Pep Guardiola lanzó ese mensaje de despedida ya intuía que tarde o temprano volvería a cruzarse con el Barça, protagonista de toda su vida desde que dejó Santpedor sin saber que ese paso marcaría para siempre su camino. Ese día ha llegado, y hoy Pep, uno de los grandes símbolos de este club, ejemplo de un cuento inverosímil en el que un recogepelotas acaba convirtiéndose en el guía del mejor Barça de la historia, aparece en medio del camino hacia Berlín, una última puerta imponente, al mando de un equipo que siempre ha tenido aires de ejército, altivos soldados alemanes a quienes ha intentado inculcar la cultura que ama como nadie y a la que se enfrenta por primera vez. El Barça ha cambiado, pero la esencia es la misma que él cultiva. Y en el centro de esa gran obra sigue el genio de siempre: Leo Messi.

Guiños del destino, como obliga una historia tan especial como la del Barça y Guardiola, el primer episodio del reencuentro se escribió ayer, 5 de mayo, sí, el mismo día del discurso que pronunció bajo los focos hace tres años en el centro del campo. Después, regresó al césped con su familia en un íntimo adiós. Ayer, después de expresar ante el micrófono las contradictorias emociones que le embargan, Pep volvió a pisar el campo, pero vestido de rojo, con el uniforme del que esta noche será el enemigo del Camp Nou.

"MUCHOS RECUERDOS"

«Tengo muchos recuerdos, es un partido muy especial, pero yo quiero ganar», proclamó, en un discurso que comparten la mayoría de culés, los que le recibirán con todos los honores antes de dejar de lado los sentimentalismos y la nostalgia para empujar a los suyos, y sentarse metafóricamente en el banquillo junto a Luis Enrique, su entrenador. Guardiola les llevó a la gloria pero hoy, tras la dolorosa pérdida de Tito y el fracaso de Martino, Luis Enrique es uno de los grandes artífices de que el Barça tenga en la mano el triplete. «Claro que me gusta esta palabra, me encanta», dijo sonriente, más feliz y relajado que otras veces, aunque sin perder la prudencia de siempre. «Lo que pasa -añadió- es que sabemos que podemos pasar del 3 al 0. No hay que vender la piel del oso antes de cazarlo».

Pero, sin perder la cabeza, se siente cada vez más cerca (siete partidos) de una gesta que le igualaría precisamente con el primer año de su enemigo más querido. «Guardiola es el número uno porque lo pienso y porque es mi amigo», reiteró el técnico, siempre generoso en elogios hacia alguien a quien quiere y admira.

DERROTA DEL MADRID

Dos amigos con trazos paralelos, desde los tiempos del oro olímpico de Barcelona-92 hasta la coincidencia en el Barça, primero como jugadores y después como entrenadores. Guardiola le convenció para que ocupara su sitio en el filial y, quién se lo iba a decir entonces, se han encontrado frente a frente en una semifinal de la Champions. «Nos habíamos citado en broma en Berlín, pero ahora es imposible», explicó Luis Enrique. En broma, pero muy en serio. En el fondo, era el deseo común, la señal de haber dejado atrás enemigos de verdad y, en especial, uno, el Madrid. De momento, el rival común está un poco más lejos, después de caer ante la Juventus (2-1). Pudo ser peor si en el último suspiro Llorente no hubiera fallado el 3-1 a bocajarro.

Pero solo hay sitio para uno. Igual que solo hay un balón, objeto de culto común, muy por encima de los demás, símbolo de una ideología que les une aunque cada uno a su estilo. ¿Quién tendrá la pelota? Es una de las preguntas de la eliminatoria. Y no hay respuesta porque unos y otros proclaman su deseo de tener ese control. «No hay favorito», coincidieron los dos.

MESSI, IMPARABLE

Guardiola lleva días desmenuzando al Barça, intentando encontrar una fórmula magistral sabiendo que ni siquiera así le servirá de antídoto contra una palabra que no deja de repetir: «talento». El del equipo, el de la delantera y, cómo no, el de Leo Messi, la pieza que lo mueve todo. «No hay entrenador ni defensa que lo pare», repitió.

Pero algo habrá tramado. Mientras la alineación del Barça está cantada y Luis Enrique tiene 22 de 23 jugadores disponibles (la única baja de última hora es la de Mathieu), Guardiola ha ido perdiendo nombres de peso (Robben, Ribéry, Alaba) y llega mucho más justo. Eso sí, ni una excusa. Como en sus tiempos del Barça. La idea de jugar con tres centrales es una de las opciones, aunque nadie sabe qué pasa por su cabeza. «Conociéndole, espero alguna sorpresa de Pep», confesó Luis Enrique.

«We are ready», será el lema del Camp Nou, dibujado en ese mosaico cuatro fechas: 1992, 2006, 2009 y 2011. Las cuatro Champions. En tres participó Guardiola, obstáculo en el camino hacia la quinta. También el equipo está listo. Mejor que nunca, imparable desde la crisis de Anoeta (26 victorias, un empate y una derrota), un recuerdo que parece de otra época. Y nadie representa mejor este Barça decidido a abrir las puertas de Berlín, hoy o el martes en Múnich, que Messi. Una de las grandes obras de Pep es hoy su obsesión y su tormento. «Que no se le para», repetía.  Él lo sabe bien. Y si no se le para, Berlín está mucho más cerca.