LA JORNADA DE LIGA

Juego de campeón

Neymar remata en la acción del primer gol azulgrana ante el Espanyol, lejos del alcance de la posición de Casilla

Neymar remata en la acción del primer gol azulgrana ante el Espanyol, lejos del alcance de la posición de Casilla / periodico

DAVID TORRAS / CORNELLÀ DE LLOBREGAT

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Si el derbi se siguiera jugando este domingo, el balón estaría en los pies del Barça, tocando y tocando, como hizo este sábado casi de principio a fin, en una actuación imponente, de las mejores de la temporada, con una superioridad monumental y un estilo ante el que cualquier culé no tendría ni un solo reproche. La Liga está un poco más cerca y de seguir peleándola así, no hay mucho que temer, salvo que las cinco finales que faltan las pitara Mateu Lahoz y, entonces sí, entonces el fútbol dejaría de ser una certeza para convertirse en un juego en manos de un silbato capaz de enloquecer a cualquiera. Al Espanyol lo desquició más un Barça que lo hipnotizó con el balón en un primer tiempo sublime (0-2) y ante el que no pudo decir ni pío.

Fue casi una hora (hasta la expulsión de Alba) de un fútbol muy por encima del marcador. Once contra once fue un baile. Un rondo interminable. No hay nada que decir, más que admirar al mejor Barça en el momento crucial de la temporada, cuando está a la puerta de jugarse los tres títulos que tiene en la mano y se vislumbra una cita tremenda frente al Bayern de Guardiola. Si Pep hubiera estado en la grada tomando notas, es probable que también se hubiera llevado las manos a la cabeza, como hizo en el Camp Nou ante un caño de Messi al City. Pero esta vez no por una sola acción sino por el reconocimiento al que será su enemigo y que este sábado se comportó como el mejor Barça.

Un Barça que jugó el derbi con la convicción de que no era un partido entre vecinos sino un paso decisivo para ganar la Liga, el penúltimo quizá, a la espera de que el Madrid responda este domingo en Vigo a la presión de verse a cinco puntos. Era una de las citas que tenía marcadas en el calendario por su peligrosidad, y que resolvió con fútbol pero también con carácter, con la determinación que se le exige a un líder que lleva peleando meses y meses y que ahora se siente tan cerca del premio final. Quedan solo cinco jornadas, cinco finales, que si es capaz de jugar con la actitud de este sábado no deberían correr peligro, y que, cara a la semifinal de Champions, refuerzan su candidatura a plantarse en Berlín.

Protestas domésticas

Al juego más coral, más equilibrado, con un creciente papel del centro del campo, simbolizado en la ascensión de Iniesta, se une el estado de gracia del tridente. Messi sigue por encima de todos, investido en la pieza universal que lo gobierna todo, imposible de descifrar, de señalar dónde juega, ahora en el centro, ahora en la banda, ahora acelera, ahora frena, ahora recorta, ahora asiste. Hasta que en algún momento, como casi siempre, aparece el Messi más Messi, y de la nada, sin saber muy bien cómo, dibuja un gol imposible para el resto.

Al Espanyol no le quedó más que agachar la cabeza. Como si ya se temiera una mala tarde, Cornellà ni siquiera ofreció la mejor entrada de la temporada y a ratos estuvo más pendiente de sus problemas domésticos que del partido. De hecho, la tarde empezó con gritos de "directiva dimisión", reproches de la grada que fueron repitiéndose, y que convivieron, eso sí, con ataques al Barça, insultos y algún cántico ofensivo contra Piqué. El único culé admirado y respetado sigue siendo Iniesta, adoptado para siempre por el eterno recuerdo de Jarque en el corazón blanquiazul, y a quien el estadio despidió en pie. En cuanto cruzó la línea de banda, todo cambió y los aplausos dieron paso a una estruendosa pitada a Xavi para dejar claro lo que es una excepción a la regla. La ira final se la llevó también Mateu, responsable de no dejar a nadie contento a excepción de Mourinho, que siempre le rió sus gracias.

Los tres títulos

Pero la reacción tuvo algo de impotencia y desencanto ante un derbi que el Espanyol no llegó casi ni a jugar. Salvo en el tramo final, estuvo muy lejos del Barça, que incluso con 10 mantuvo el control. Imposible de cumplir el deseo de amargarle la Liga como en otros tiempos, el único aliciente que planeaba por Cornellà y que le llevó a maldecir la resignación de los suyos. Este Barça no sufre el vicio de la autocomplacencia como aquel que echó a perder más de un título. A imagen y semejanza de Luis Enrique, no ha dejado de pelear y no va a hacerlo ahora. Ni en la Liga ni en la Champions ni en la Copa.