EL ÁREA DEL ESCRITOR

De Messi me gustan hasta los andares

JENN DÍAZ

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Cuando empecé a leer, lo hice con total libertad. Cogía los libros de Carmen Martín Gaite y los acababa en dos días. Cogía los diarios de Virginia Woolf... y una semana. Después empecé a leerlos mientras yo, a mi vez, escribía mis primeros relatos de ficción. Entonces los libros tenían otros tiempos, porque estaba muy atenta a cómo escribía Natalia Ginzburg, de qué cosas, y sobre todo, de qué manera.

Después de publicar mi primer libro, puse un pie en el mundo literario, y a veces escribía reseñas para revistas, así que la lectura se transformó: había que leer entre líneas, encontrarle la pieza clave que encajara con todo, descubrirla y plasmarla en la crítica literaria. El último paso de mi amor por los libros se tropezó con los informes de lectura: ya no lees por placer, ni para aprender a escribir, ni para recomendar libros, sino que lees manuscritos para decirle a los editores si crees que el libro debe publicarse o no. Llegados a este punto, no queda otra que desandar el camino e intentar volver al principio.

No recuerdo los motivos que me llevaron a ver mis primeros partidos de fútbol. Supongo que buscaba cierta complicidad con mi padre, que es quien me ha transmitido esta fiebre culé —que no futbolística. Si no jugaba nuestro equipo, le preguntaba con quién iba y por qué, e inmediatamente yo era del mismo que él. Después vi los partidos por puro placer, incluso cuando mi padre no estaba cerca. He visto partidos en los que me lo he pasado bien, y también en los que he sufrido. He visto partidos en los que hemos ganado y perdido; me he sentido decepcionada con algunos jugadores, y a otros les guardo una gran admiración. Pero todo es distinto cuando intentas leer un partido de fútbol: sí, necesitas leer entre líneas, encontrarle la pieza clave que lo hace encajar, porque después tienes que hacer el informe de lectura deportivo (es un decir).

Cuando tienes que escribir una pequeña crónica sobre un partido de fútbol, estás viendo dos partidos: el que es, y el que te gustaría escribir. En tu mente se va forjando toda una historia épica, llena de emoción, de literatura, de arte. Y a veces esa lectura se corresponde con el equipo, pero otras veces no. El último partido que tuve que leer fue el de la vuelta de Champions contra el Atlético. Durante noventa minutos estuve escribiendo en mi mente un artículo que luego no pude escribir porque no era cierto. El partido contra el Betis ha sufrido esta dualidad: quería escribir sobre un Barça fiable, efectivo, creativo. Y durante toda la primera parte he ido creando un texto alrededor de una épica que no se reflejaba en el campo.

Pero siempre hay algo, en los buenos libros, como con los buenos equipos, que te da para un texto, que te da la pieza clave, la llave que abre y te facilita las cosas. En la segunda parte, el Barça se ha parecido más al Barça, y nosotros —los culés—, más a nosotros mismos: ya dábamos la Liga por perdida, como buenos pesimistas, como afición inestable. Nos avergonzaban los cánticos del Betis —aunque no son los primeros de los béticos que me avergüenzan, Rubén Castro mediante—, hablábamos del césped, de la defensa encerrada, de las faltas, de que Messi iba andando. Sí, Messi iba andando, cuando ha alzado la mirada y le ha dado una asistencia a Suárez que nos ha dejado sin habla. Ahí es donde empieza la literatura, cuando das con lo que necesitas para narrar: de Messi, a quién no, me gustan hasta los andares