Memoria de la final de Tel-Aviv de 1994

La huella de una conquista

La plantilla del Joventut de la temporada 93/94 que conquistó Europa.

La plantilla del Joventut de la temporada 93/94 que conquistó Europa.

LUIS MENDIOLA / JOSÉ CARLOS SORRIBES
BADALONA

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Sucedió un 21 de abril de 1994 en Tel-Aviv. Este lunes se cumplirán 20 años. Esa es la fecha en la que Badalona tocó el cielo y festejó en la calle una noche inolvidable. La fecha en la que el Joventut levantó la Copa de Europa, el sueño prohibido hasta entonces del básquet catalán.

Jordi Villacampa se mantiene, 20 años después, como una de las referencias del club. Ha cambiado la pista por el despacho. Es el presidente desde hace 15 temporadas. Es prácticamente el único miembro de aquel equipo campeón que sigue vinculado a la entidad. El otro es Juanan Morales, que ocupa un cargo en el consejo de administración. El resto se han ido distanciando con el tiempo. Esta próxima semana se reunirán de nuevo. Los héroes de Tel-Aviv vuelven a escena. El club prepara varios actos para conmemorar aquel momento. También el ayuntamiento de Badalona, que hará una recepción. Estarán todos, incluidos Tomàs Jofresa, Corny Thompson, Mike Smith y Alfonso Albert, los únicos que faltaron a la cita con EL PERIÓDICO porque residen fuera de Catalunya, además de la Zeljko Obradovic y Josep Maria Izquierdo, ahora en la dirección técnica del Fenerbahçe.

Resultado agónico

Será la hora de dar paso a los recuerdos de la victoria frente a un Olympiacos formado por una pléyade de estrellas (Tarpley, Paspalj, Fassoulas, Tarlac). Aquel triunfo, con resultado agónico (59-57) llevó al bressol del basquetbol a lo más alto. Hoy las cosas no son como entonces, aunque la Penya ha vivido días dulces como la era de Rudy Fernández, Ricky Rubio y Aíto García Reneses (una Copa y una Copa ULEB). Aquellas conquistas se miran desde la nostalgia en un club que ha superado un concurso de acreedores, y que aguanta el temporal a la espera de tiempos mejores, aunque en una y otra época, siempre ha seguido fiel a sus principios. A la cantera. A la esencia de su filosofía. Y también a su tabla de salvación.

En aquel equipo existían nueve jugadores formados en la base (los hermanos Jofresa, Villacampa, Morales, Dani Pérez, Corrales, Dani García, Albert y Lleal) y tres fichajes (Thompson, Mike Smith y Ferran). Esa era una de sus fortalezas. La otra lo era el talento de un emergente técnico, Zeljko Obradovic, verdugo dos años antes de los verdinegros como responsable del Partizan en Estambul, y camino de labrarse una carrera inigualable en el baloncesto europeo (ocho títulos en la actualidad).

«Zeljko nos hizo creer que podíamos ganar a cualquier equipo, aunque la gente dijera que nos enfrentábamos al favorito. Mentalmente éramos muy fuertes, por eso ganamos», recuerda el pívot Ferran Martínez, una de las piedras angulares de aquella victoria, y cuyo primer hijo, Sergi, nació justo el día antes de que el equipo viajara a Tel-Aviv. «Eso ya de por sí, era el momento más feliz de mi vida y me motivó con la idea de rematarlo con la Euroliga».

 

«Aquel era un equipo que jugaba muy bien cuando yo llegué. Pero sabía que si queríamos ganar, había que cambiar alguna cosa y tenía que controlar el juego un poco más», rememora Obradovic, sobre una etapa que fue su primera experiencia fuera de Yugoslavia. «Rafa [Jofresa] y Jordi [Villacampa] decían que yo era duro. Pero siempre lo fui estando a su lado, ayudándoles. Con el trabajo diario, ellos fueron adaptándose a mis ideas y al final logramos vivir como un equipo. Y una cosa era el entrenamiento y otra la vida privada. Porque a veces salía con ellos a cenar o tomar copas. Por eso tenemos esta relación después de 20 años».

Obradovic es un entrenador especial y no solo por sus títulos, también por su psicología. Iván Corrales habla de la visita del día anterior a la final «a un loro parque» para quitar presión y también su charla antes del partido. «Nos pidió el máximo y que disfrutáramos del momento. Que no olvidáramos que era un partido de baloncesto, pero preparados para una auténtica guerra».

 

No podría entenderse aquel título sin analizar lo que sucedió en los cuartos de final. La Penya se ganó el billete para Tel-Aviv tras dejar a un lado del camino al Madrid de Sabonis, Arlauckas, Antonio Martín y Biriukov. De aquella eliminatoria, con doble victoria en Badalona y Madrid (88-69 y 67-71) salió muy reforzado el equipo. «Tras ganar al Madrid, que era el favorito, llegamos lanzados. Recuerdo que las sensaciones eran excelentes y que preparamos muy bien la final four», explica Jofre Lleal, uno de los cuatro jugadores del equipo vinculado (los otros eran Corrales, Albert y Dani García) que reforzaban la primera plantilla.

Triples contra el Barça

En semifinales, en el último paso, la víctima fue el Barcelona de Aíto García Reneses, maniatado otra vez por sus propios fantasmas, y también por los triples de los jugadores de la Penya (seis consecutivos entre Villacampa y Tomàs Jofresa en una excelsa segunda parte) que desbrozaron el camino a la pelea por el título.

De las horas previas al gran día, a Morales le viene a la cabeza el silencio en el autocar camino del pabellón. «Me acordaba de Estambul, pensaba que nunca íbamos a tener otra oportunidad y ahí estábamos. En las caras se veía tranquilidad y a la vez determinación. Nadie hablaba. Esos momentos son los que echas de menos cuando dejas de jugar».

Lo que sucedió en la final forma parte ya de la leyenda del básquet catalán, un agónico duelo cuerpo a cuerpo, en el que cada canasta era una heroicidad. La Penya pareció tenerlo todo perdido (52-57, m. 35), pero logró remontar con un parcial de 7-0, fruto de un tiro libre de Ferran, un triple de Villacampa y el letal de Corny Thompson, a falta de 17 segundos, el héroe de un epílogo feliz. «Durante una parte importante del partido no salieron las cosas como queríamos. Pero seguimos trabajando con fe, ir pasito a pasito nos llevó a tener la suerte de ganar en un final igualado», sentencia Rafa Jofresa.

El caos del cronómetro

«Fue una final trabada. Mentalmente durísima. Sabíamos que no se podían cometer errores y que teníamos que jugar a un tanteo muy bajo», admite Villacampa. «Recuerdo la tensión. A pesar del ruido en todo el pabellón, nosotros estábamos aislados, como en una burbuja de silencio», cuenta Dani Pérez. «Pero también que Zeljko lo tenía todo controlado. Iba dando instrucciones y nosotros ejecutándolas como si siguiéramos un hilo argumental. Básquet puro».

 

Fue un día en el que todos arrimaron el hombro, los siete que estuvieron en la pista y los tres que se quedaron en el banquillo (Corrales, Pérez y Albert). «No jugué muchos minutos y del partido tengo pocos recuerdos, igual porque estaba muy concentrado. Yo jugaba mi partido en paralelo, pensaba en lo que tenía que hacer si entraba», dice Morales. Corrales fue un suplente activo. «Recuerdo un triple de Jordi muy importante antes del de Corny y lo metidos que estábamos todos, incluidos los que sabíamos que era casi imposible jugar».

 

No le faltó ni siquiera el suspense dramático a aquel encuentro cuando, a falta de 4.8 segundos, Paspalj falló el tiro libre del que dispuso, y el cronómetro no se puso en marcha hasta que el propio Paspalj, Tarpley y Tomic intentaron lanzamientos ya a la desesperada. «La impresión fue que se paró el tiempo y que se nos hizo a todos interminable. Iban fallando y reboteando y cuando pitaron, no entendíamos bien lo que sucedía,  hasta que entró la gente en la pista y entonces estallamos de alegría», asume Ferran. «Esos segundos, 11 o 12, fueron interminables. Solo sé que nos salió toda la tensión acumulada», añade Villacampa. El escándalo también está grabado en la memoria del Corrales. «Recuerdo a Delfín [Galiano, médico del equipo] diciéndole a Paspalj que su tiro no valía porque nos habían pirulado con el tiempo». Igual, o más, sufría a muchos kilómetros su compañero de generación Dani García. «Lo viví como toda la gente de Badalona, como un aficionado más». Sí pudo celebrarlo con el equipo en la apoteósica llegada a Badalona, que ya empezó en el aeropuerto. «Había gente de Badalona en la Gran Vía. Fue increíble. Aún se me pone la piel de gallina», dice Morales. Como a Corrales. «Recordaré toda mi vida la llegada al aeropuerto y el trayecto».

No era para menos. Se había cumplido un sueño, como recuerda Rafa Jofresa. «Y lo había conseguido un club como este con una generación de la cantera. Visto con perspectiva es el momento con el que me quedo de mi carrera, aunque el equipo se desmanteló dos años después», apunta antes de recordar a gente que ya no estuvo en Tel-Aviv pero que arrimó el hombro años antes. «Es un éxito que también pertenece un poco a jugadores como Margall y Montero que contribuyeron a la formación de este equipo. Y a técnicos como Lolo Sáinz y Alfred Julbe».

La paradoja es que el mayor éxito en la historia de la Penya tenga como reflejo una pieza de metacrilato que la FIBA, bajo la secretaría de Vladimir Stankovic adoptó como trofeo, relegando la histórica copa de campeón (envuelta en una red de baloncesto, con dos gigantescas asas) y que, de no ser por su valor sentimental, habría acabado en algún oscuro rincón de la sede del club.