OPINIÓN
España, un país fallido
Emilio Pérez de Rozas
Periodista
Licenciado en Ciencias de la Información por la UAB. Hijo de Carlos Pérez de Rozas, sobrino de Kike y Manolo Pérez de Rozas, integrantes de una auténtica saga de fotoperiodistas. Trabajó en Diario de Barcelona, fundador de El Periódico de Catalunya en 1978 también formó parte de la redacción en Catalunya del diario El País. Colaborador del diario deportivo Sport y vinculado al departamento de Deportes de la cadena COPE, que dirige Paco González. Emilio suele completar muchas de sus informaciones con sus propias fotos, en recuerdo a lo aprendido junto a su padre y tíos.
EMILIO PÉREZ DE ROZAS
Estamos --y con razón, no diré que no--, tan preocupados por tantas cosas, por tantos dolores que nos llegan de todas partes y nos afectan, que nos hacen dudar de si no será que muchas de nuestras decepciones se producen, simplemente, por un problema de educación. Ni siquiera de sensibilidad. Tampoco de conocimiento o cultura. No, no, educación, pura y dura. Básica.
Y ahí, probablemente, no se trate de distinguir entre colegios privados o públicos, de pago (a veces, por su precio, hasta de robo) o gratuitos. No, no, se trata de ir al colegio y aprender educación. Ni siquiera conocimientos, aunque está bien saber cosas. Es única y exclusivamente aprender a comportarse. Decir hola y adiós, saludar, ser respetuoso. Claro que de poco sirve si esas mismas pautas no se siguen en casa.
Este vídeo de la rueda de prensa del entrenador del Éibar, Gaizka Garitano, en Almería duele. Y duele porque acaba de ocurrir en nuestro país, aunque muchos no lo consideren el suyo, el nuestro, y --por supuesto--, ni siquiera se sientan representados por esas gentes. Puede que no nos representen, pero esa pésima, inexistente educación, tolerancia, sensibilidad, está aquí, allí y en muchos rincones de España. No tiene sentido negarlo, pero estaría bien luchar contra ello. Porque nadie se merece un rechazo así.
Decía papá que todo empezó a cambiar cuando quitaron la asignatura de Urbanidad en los colegios. Y puede que tuviese razón. Pero si en algunos rincones de este país aún ocurren escenas como esta, es evidente que tenemos un problema muy grave, mucho más grave que el paro, la corrupción y la casta política. Cuando muchos se creen con derecho a actuar de esta manera frente a alguien que, simplemente, utiliza su lengua para entenderse con los suyos, es que llevamos años, siglos, haciendo algo mal, muy mal. Tan mal que estamos en el siglo XXI y aún asistimos a situaciones tan esperpénticas como esta.
Y podemos, sí, quitarle hierro y, como tantas otras veces, decir que es cosa de un loco, de dos, de tres, de diez personas mal educadas, incultas, que nada son y a nadie representan. Pero ya son demasiados locos, la verdad. Así que empecemos a pensar que estamos en un país fallido, en un lugar donde todo el mundo se atreve a todo, incluso a impedir que alguien se exprese en la lengua de sus padres para, a continuación, hablarnos amablemente en la lengua de los nuestros.
Mientras sigamos convirtiendo en anécdotas situaciones que reflejan que este país ha fallado en lo más importante, en lo básico, en lo fundamental, en la tolerancia, la educación, la urbanidad, la sensibilidad hacia los demás, continuaremos siendo un país al que cualquierá podrá faltarle al respeto. Porque nos lo faltamos entre nosotros.
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