Análisis

Eres Napoleón

MARTÍ PERARNAU

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Napoleón Bonaparte escribía de su puño y letra las crónicas de las batallas que dirigía. En los tres periódicos que fundó, financió y distribuyó por territorio francés no había más noticias que las que él mismo redactaba, todas referidas a su gloriosa participación militar. Se estrenó con 'Courrier de l'armée d'Italie', con el que estableció las primeras bases de su fama. Continuó con 'La France vue de l'armée d'Italie', donde llegó a escribir: "Napoleón vuela como un relámpago y golpea como un rayo. Está en todas partes y todo lo ve". No contento con la propaganda creó un tercer periódico titulado 'El diario de Bonaparte y los hombres virtuosos'. Erigió su fama a fuerza de crónicas épicas sobre sus propias hazañas, las ciertas y las amplificadas por el verbo grandilocuente del futuro emperador.

Leo Messi no necesita escribir las crónicas de sus proezas. Le basta con protagonizarlas, ya sea en formato de goles, esos 400 descomunales, o del virtuosismo desmesurado que le permite gambetear en rincones imposibles y consagrarse con pases inauditos. Aún hay una proeza mayor: su olfato para percibir qué necesita el equipo en cada momento. Ayer sacó ese olfato a pasear mientras el Barça tiritaba ante el Valencia pese a disponer de ventaja en el marcador. Como si no hubiera bastado el partido de Mestalla para comprobar que mezclar a Mascherano y Busquets en el centro del campo es una resta poderosa, el entrenador repitió operación y el dúo volvió a restar. Tras un primer tiempo tan soberbio como el de Sevilla, el Barça protagonizó lo opuesto: un primer tiempo deleznable, precisamente cuando el objetivo de añadir músculo al centro del campo, tantas veces reclamado por quienes aplauden el cambio de modelo de juego realizado, se había culminado con esta extraña pareja.

Bien, pues incluso en mitad de semejante batalla áspera y espesa, con olor a hierro y sangre, Messi entendió lo que hacía falta y fue apareciendo cual hombre libre allí donde su equipo lo precisaba. Sin rumbo concreto ni posición fija. Donde percibía riesgo y peligro, ahí llegaba Messi para pedir el balón y calmar la desazón. Bálsamo Messi, deberíamos decir y diciéndolo decimos mucho. A Leo no le contabilizarán nunca la calma que ha dado a este Barça porque ningún estadístico puede echar números de algo tan inasible como ese gas llamado calma, sea en forma de pausa en medio de una conducción, sea con el sosiego de un control o del regate hecho con la mirada. Cuando se retire, a Messi le regalarán un DVD gigantesco con sus goles infinitos, las asistencias enciclopédicas y sus regates majestuosos, pero absolutamente nadie podrá guardar en un 'pen drive' toda la calma que aportó en días tempestuosos.

Luis Enrique, que es más sabio de como se le pretende dibujar, deshizo el desastre del músculo en el vestuario, puso a Busquets en su puesto y devolvió a Mascherano donde debe y ya la batalla fue paz y gloria para el Barça. Pero antes de la paz, Messi tuvo que escribir otra crónica serena a base de renglones de calma y listeza.