ANÁLISIS
El dichoso penalti y la fe
Ninguno de los equipos de la actual ronda eliminatoria de la Champions ha hecho una primera parte mostrando tanta calidad y tanto fútbol de primer nivel como la que hizo el Barça ante el Manchester City. En ninguno de esos equipos punteros hubo tampoco ningún jugador que se acercase remotamente -sería estúpido decir que igualase- el nivel de juego que exhibió durante aquel primer tiempo Leo Messi.
A partir de ahí pueden hacerse los debates que se quieran sobre la importancia de fallar un penalti que, sí, efectivamente, hubiese cerrado la eliminatoria en caso de acabar en gol. O acerca de si el Barça hubiese tenido que forzar el juego (y arriesgar), con la clasificación ya encarrilada, cuando tuvo superioridad numérica. Como somos demasiado serios para que a estas alturas nos pronunciemos contra la libertad, continuaremos defendiendo la idea de que cada cual tiene derecho a expresar lo que quiera, tenga la razón o no. Y como nos referimos al Barcelona, es inevitable, asimismo, encarar cierto halo del difuso pesimismo de siempre por lo que pudo haber sido y no fue. El ADN es el ADN. Aunque se ganase limpia y claramente en el campo de uno de los mejores equipos de la actualidad, sin recelos esto no sería el Barça.
Pero una vez respetada esa libertad, conviene recordar que en cualquier caso nos referimos a fútbol. Recordar que estamos hablando de un juego en el que Messi puede llegar a hacer todo lo que hizo --individual y colectivamente-- durante la primera parte de Manchester, y no meter la pelota después, solo ante un portero que ya andaba vendido, a 11 metros de la raya de gol, y por dos veces, una con el pie y otra con la cabeza. Quien no quiera aceptar que el fútbol es así y que este tipo de cosas forman parte de su esencia y no empañan nada, es muy libre de dedicar su tiempo a lo que quiera, pero haría mejor aficionándose a las matemáticas -que nunca fallan, por sosas que sean—en vez de optar por el placer de ver y apasionarse con el, perdón, jodido fútbol.
Cuando Messi no marca un penalti nos recuerda que más allá de ser el mejor futbolista del mundo es humano. Yo soy de los que prefiero un penalti fallado de Messi que uno convertido en gol por Cristiano Ronaldo, aunque solo sea por ahorrarme los gestos antiestéticos, chulescos y antideportivos con que suele adornar sus ¿proezas? el tal Cristiano.
De verdad, prefiero ver a Messi en el suelo lamentándose de la decepción puntual creada a los barcelonistas, que la manera de expresar alegría que tiene el otro, máxime cuando hay algunos penaltis decisivos y algunos penalties que en principio no lo son, y el de esta semana más bien parecía de los segundos. Por lo menos para la gente que además de ser barcelonista tiene un poco de fe.
Hablando de la fe y dejando aparte encuentros fallidos como el del día del Málaga, ¿que más tiene que hacer el Barça actual en el terreno futbolístico -y me refiero al juego, no a las clasificaciones provisionales-- para que sus seguidores dejen de estar prisioneros de las sombras pesimistas? Unos recelos reventones que se producen precisamente después de que este mismo equipo haya protagonizado la que posiblemente ha sido la etapa más bonita y brillante de cualquier conjunto y de cualquier lugar en toda la historia de este deporte.
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