Devorados por el cargo

SÒNIA GELMÀ / BARCELONA

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Hubo un tiempo en que el Barça admiraba el Manchester United. Los ingleses eran un ejemplo de gestión y expansión comercial, cosechaban éxitos deportivos y respetaban a sus leyendas. No ganaban siempre pero la paciencia iba por delante de las urgencias y como mayor ejemplo de un rumbo definido aparecía la figura de Sir Alex Ferguson.

"Queremos que Guardiola sea el Ferguson del Barça", eso decía Sandro Rosell en la campaña electoral del 2010. El técnico escocés se retiró en el 2013, después de más de 26 años en el banquillo; hacía un año que el catalán había dejado su puesto en el Barça.

Guardiola resumió así sus razones: "Me he quedado vacío". Aguantó cuatro temporadas, pero lo cierto es que cada curso existía la misma duda sobre su continuidad. La personalidad del ahora técnico del City fue el argumento utilizado por algunos para sentirse ofendidos por lo que interpretaban era una falta de fidelidad.

VALORAR EL DESGASTE

Ahora es Luis Enrique quien duda. El técnico asturiano ha admitido en las últimas horas que aunque se siente como en casa, que aunque está "ganando y disfrutando", su profesión también supone un desgaste que debe valorar. Tras dos temporadas y media en las que ha sumado 8 de 10 títulos posibles, Luis Enrique ya se ha replanteado su futuro en más de una ocasión, lo hizo al final de la primera temporada y lo vuelve a hacer ahora.

Guardiola y Luis Enrique tienen personalidades muy diferentes, pero coinciden en la intensidad con la que viven sus cargos en una institución que engulle los retos conseguidos a la búsqueda ya de los siguientes. La vertiginosidad con que se vive el día a día en el Barça no permite el disfrute pausado de ningún título, de ningún partido, de ningún instante. Los nuevos desafíos aparcan los anteriores, sin tiempo para mirar atrás en una rueda infinita que se lleva por delante la energía de sus técnicos.

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Quizás es simple casualidad pero lo cierto es que en el caso del Barça, los papeles se han invertido. Ya no es la entidad quien prescinde de los entrenadores, sino que son los técnicos los que dimiten, los que abandonan, hastiados de la presión, devorados por un club insaciable. Ni siquiera el Tata Martino les dejó margen al cese sino que él mismo ya había tomado la iniciativa, en una decisión que meditaba desde antes de su primera Navidad azulgrana.

Luis Enrique aún no ha decidido. Seguramente encontrará motivos para seguir o no en la respuesta del equipo en lo que queda de curso. Pero ya sabe que, sea este año o el siguiente, tras esta experiencia necesitará un primer refugio alejado del fútbol, como lo fue en su día Nueva York para Guardiola. Visto lo visto, conseguir que algún entrenador sea el «Ferguson del Barça», parece una condena.