El derrumbe del Anzhi

PASADO IRREPETIBLE. Hiddink y Roberto Carlos, extécnicos del Anzhi.

PASADO IRREPETIBLE. Hiddink y Roberto Carlos, extécnicos del Anzhi.

RAÚL PANIAGUA
BARCELONA

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Había una vez un empresario con mucho dinero llamado Suleimán Abusaídovich Kerimov. Ocupaba el puesto 118º en la lista Forbes con negocios de oro, gas y petróleo. Era rico, muy rico. Tenía una fortuna de 5.500 millones de euros. Íntimo amigo de Vladimir Putin, quería convertir un club modesto de la república norcaucásica de Daguestán en una potencia mundial. Deseaba reinar en su país y ganar la Champions. Compró el Anzhi en enero del 2011 y se gastó 230 millones en estrellas para cumplir su sueño. Pero no funcionó. El dinero no siempre da la felicidad. El club amarillo es hoy el colista de Rusia, el peor equipo de Europa. Una ruina.

Mucho han cambiado las cosas en el Anzhi en tres años. El modesto club de Makhachkala, que soñó en su día con convertirse en una alternativa a los grandes de Europa, es el último de su país, con 12 puntos en 23 partidos. Una victoria, 9 empates y 13 derrotas. Es el colista con peores cifras del continente. Todos le superan: el Betis (22 puntos), el Catania en Italia (20), el Fulham de Inglaterra (24), el Ajaccio de Francia (19), el Roda de Holanda (25), el Olhanense de Portugal (18) y el Aris de Salónica de Grecia (20).

Roberto Carlos, el primero

La avaricia de Kerimov no obtuvo los resultados que pretendía a corto plazo y el globo se ha desinflado hasta el punto de convertirse en un equipo de canteranos y jugadores de escaso nivel. Nada que ver con los buenos tiempos que se avecinaban cuando el oligarca compró el club de su región natal. Roberto Carlos fue el primero en ingresar en la prometedora nómina del Anzhi. La llegada del lateral brasileño, que tenía entonces 37 años, supuso un golpe mediático en febrero del 2011. El exmadridista jugó solo unos meses y ejerció luego de jugador-entrenador antes de convertirse en director deportivo y piedra angular del ambicioso proyecto de Kerimov.

El Anzhi acabó octavo ese curso y continuó su inversión. Ese verano llegó el segundo golpe, el más bestia: el fichaje de Samuel Etoo, que dejó el Inter con 30 años y se convirtió en el futbolista mejor pagado del mundo, con una ficha de 20,5 millones. El camerunés tuvo un avión privado a su disposición para visitar a su familia cuando lo creyera necesario. Vivía en Moscú, ya que el equipo entrenaba en las afueras de la capital y solo viajaba a Makhachkala el día de los partidos. Todo era grandeza. Faltaba un técnico de renombre y llegó Guus Hiddink en febrero del 2012. El entrenador holandés firmó un contrato de 10 millones por temporada.

El Anzhi acabó quinto en el 2012 y tercero en el 2013, solo por detrás del CSKA y el Zenit. Se quedó sin plaza de Champions por poco. Tuvo que conformarse con la Liga Europa. El exmadridista Lass Diarra y el internacional ruso Yuri Zhirkov también participaron en esa ascensión. El último gran fichaje del cuadro amarillo fue el brasileño Willian, procedente del Shakhtar Dónetz. Kerimov pagó 35 millones en enero del 2013, antes de la desintegración de la entidad.

Fuga de estrellas

Viendo que la inversión quizá no había tenido los frutos deseados, Kerimov redujo drásticamente el presupuesto y dio vía libre a la fuga de estrellas. Hiddink presentó su dimisión en julio del 2013 y el Chelsea se llevó a Etoo y Willian. Mourinho supo aprovechar la ruina del Anzhi. Lass se marchó al Lokomotiv, y Zhirkov, al Dinamo.

Treinta y nueve meses después, aquel club que se planteó fichar a Mourinho, Guardiola, Messi, Cristiano y Falcao es una caricatura de equipo. Era un proyecto demasiado artificial. Un equipo sin tradición, sin estadio, sin raíces, situado a 3.000 kilómetros de Moscú, en un lugar fronterizo con Chechenia golpeado por el terrorismo islámico. El Anzhi dependía en exclusiva del talonario de un excéntrico señor que estuvo a punto de morir en el 2006, cuando estrelló su flamante Ferrari de 700.000 euros en Niza. Sufrió gravísimas quemaduras, pero salió adelante. Kerimov pensaba que tenía la fórmula del éxito para triunfar en el fútbol, como tantos otros magnates, pero la crisis se ha llevado por delante a un Anzhi que ha vuelto de golpe a la realidad.