A la conquista del imperio

Una ciudad y un pueblo que caben en el Camp Nou aunque Girona y Llagostera suspiran por jugar en él

La portada del suplemento 'Más Deporte', dedicada al exitoso momento del fútbol gerundense.

La portada del suplemento 'Más Deporte', dedicada al exitoso momento del fútbol gerundense. / periodico

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Todos los habitantes de Llagostera cabrían en el Estadi de Montilivi donde juega el Girona. Y todos los de Girona cabrían en el Camp Nou. De hecho, si se apretaran un poco, todos, absolutamente todos los vecinos de Girona y Llagostera dejarían vacías las calles de sus ciudades para llenar el campo del Barça. Bueno, exagero un poco: a los niños se les podría habilitar un kindergarden en el Mini y así estarían más anchos.

Las cifras de ciudadanos (no llegan a 100.000 en Girona y pasan algo de los 8.000 en Llagostera) nos informan también de la humildad de sus arcas. Si el fútbol se rigiera por la lógica, ambos clubs estarían luchando por no descender, sacando la cabeza del agua y torciendo el cuello para coger algo de aire. Y, sin embargo, ahí están, en todo lo alto, dándose de codos con el Betis, el Zaragoza o el Sporting de Gijóna punto de subir a Primera o, como mínimo, de intentarlo, ante sociedades con más dinero, más afición y más pedigrí.

SENTIMIENTO GENUINO

El Girona es un club bipolar. Por un lado, el serial institucional, con un propietario perseguido por la justicia, deudas con Hacienda y con los jugadores, en peligro de caer al precipicio de la cuasi desaparición, con una reciente venta secreta que ha sido como agua de mayo. Por otro, la efervescencia futbolística en el terreno de juego, la vitalidad de unos chavales que, además, muchos de ellos, se han formado en la base de Torres de Palau o han nacido en la demarcación. El grácil Granell, el siempre visible Amagat, el correoso Coris, el pulmonar Pons y así hasta unos siete u ocho que juegan, rojiblancos, con una cierta regularidad, de la mano de un entrenador -Machín- que, in extremis, rescató al equipo del descenso en la temporada pasada y que, en esta, les ha llevado hasta la zona de ascenso directo.

El Llagostera, como dice Francesc Sánchez Carcassés, periodista, director del programa Tot rodó, de TVGirona, y uno de los que más saben de los entresijos de esta eclosión del fútbol gerundense, es «una sociedad marital futbolística». Mandan Isabel Tarragó, propietaria de Tèxtils Tarragó, que fabrica toallas, albornoces, almohadas, baberos y trapos de cocina con la licencia del Barça, y, sobre todo, su marido, Oriol Alsina, que es algo así como el hombre orquesta del club, contundente y pasional.

Absoluto protagonista de la ascensión desde las simas oceánicas de la Segunda Territorial (en el 2004) hasta la hidromiel del fútbol profesional, no parece afectado por el vértigo de haber subido seis categorías en nueve años. «El secreto del Llagostera es la implicación, porque todos saben que quien se sienta en el banquillo -como entrenador o como utillero: ¡hombre orquesta!- es también el que paga», dice Carcassés. Poco antes de empezar esta temporada, Alsina era director técnico del Girona, algo a todas luces inusual y casi pecaminoso. Firmaba en el despacho el fichaje de Granell mientras se desgañitaba en el campo con el Llagostera. En ese verano revuelto, acabo dando paso a Quique Cárcel, más comedido y discreto.

JORNADA PARA LA HISTORIA

La presencia de jugadores autóctonos no es tan relevante como en el Girona, aunque hay que destacar a Pitu Comadevall, el ejecutor preciso de las faltas, salvavidas en momentos difíciles. En su familia, muchos son músicos (y nada menos que solistas de la Orquesta Maravella), pero él decidió cambiar el violín por las botas y la cuerda por el toque de balón.

Girona y Llagostera se hermanan por el macizo de las Gavarres y porque ambas poblaciones tienen cohortes de «manaies», romanos que desfilan por Semana Santa, impertérritos y marciales, a punto de atravesar el Rubicón. Algo así son sus equipos de fútbol, a la conquista del imperio. El cohete Llagostera está lanzado y el Girona aspira a culminar una trayectoria que a punto estuvo de llevarle a Primera hace dos años. Y hace 80, cuando jugaba de central (y permítanme la excursión íntima) mi tío Félix Farró.

Cuando queden tres jornadas para acabar la Liga, Girona y Llagostera se enfrentarán en el estadio de Montilivi. De seguir así las cosas, el adjetivo «histórico» se va a quedar corto. No va a caber ni en el mismísimo Camp Nou.