El cielo azul de Claudio Ranieri
El Leicester afronta este domingo otro partido decisivo ante el Arsenal. Si gana, su increíble sueño quizá sea real
Claudio Ranieri se hizo con un nombre como entrenador gracias a unos años buenos en la Fiorentina y a una victoria en el Camp Nou. Hace 18 años, el técnico romano dirigía al Valencia que dio al Barça uno de sus mayores revolcones. Era el Barça de Van Gaal, Guardiola, Luis Enrique, Figo y Rivaldo, y era el Valencia de Zubizarreta, Mendieta, el Piojo López y el Burrito Ortega. Ranieri venía muy tocado, oliendo la destitución. Su equipo se fue al descanso con un 3-0 doblándole el espinazo, pero lo impensable ocurrió, el Valencia acabó ganando por 3-4, con el Piojo atormentando al Barça en un final loco, y Ranieri impulsó su camino triunfante en Mestalla.
El italiano tiene 64 sabios años y sabe, lo ve venir, que lo impensable está a punto de ocurrir otra vez. Su Leicester atisba el título con el presupuesto más bajo en medio de un océano de oponentes muy ricos. Uno de ellos, el Arsenal, será este domingo (13.00 horas) uno de los últimos obstáculos en un partido que se presume épico.
LA PROMESA DE LINEKER
Gary Lineker es uno de los hijos predilectos de Leicester. Incluso tiene una calle a su nombre en la ciudad en la que nació y donde despachaba en la frutería de sus padres cuando era poco más que un adolescente y apuntaba a gran goleador en este club que avizora la gloria por primera vez en su siglo largo de vida, si descontamos tres Copas de la Liga, virutas. Lineker está que no se lo cree, perplejo ante lo impensable. Ha prometido presentar 'Match of the day' (el 'Estudio Estadio' de la BBC) en calzoncillos si llega el Gran Trofeo, y siempre que puede proclama lleno de dicha que tres de sus cuatro hijos le han salido hinchas de los Zorros, pudiendo apoyar a orquestas muy superiores en las que tocó su padre, como el Barça, el Tottenham, incluso el Everton.
Lineker muestra un entusiasmo que dista mucho de lo que pensaba cuando el Leicester anunció, el verano pasado, que el italiano Claudio Ranieri sería el nuevo entrenador del club. "¿Ranieri? ¿De verdad? Qué poco estimulante", escribió el famoso exgoleador, seguidísimo gurú del fútbol inglés y vicepresidente de honor de la entidad. Palabras que ya se ha tragado, y encantado de hacerlo, pero que habría firmado un buen número de fans del equipo azul.
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Ranieri era un señor ya algo mayor que venía de un despido como seleccionador de Grecia tras solo cuatro partidos: un empate y tres derrotas, una de ellas en casa ante Islas Feroe. Pero algo le vio (temple, sabiduría, humanidad) el dueño del club, un empresario tailandés riquísimo, propietario de King Power, una cadena de tiendas de aeropuertos en Asia.
VARDY Y LOS MOSCONES
Vichai Srivaddhanaprabha, compró el club en el 2010, en Segunda. Lo ascendió y, la temporada pasada, estuvo a dos dedos de volver a bajar. Una impresionante racha de seis victorias en siete partidos -lo impensable de nuevo- evitó el desastre. Sirvió, además, para que el país descubriera a Jamie Vardy, un tipo demasiado flaco para ser un delantero centro a la inglesa, pero demasiado bueno para permanecer bajo el radar.
Vardy había purgado varias temporadas en equipuchos, trabajando como operario en una fábrica de férulas médicas para redondear el sueldo, bebiendo más de la cuenta y viendo pasar el tren del fútbol. En el 2012, el Leicester lo compró por un millón de euros al Fleetwood (Tercera División). A sus 29 años, Vardy es el pichichi de la Premier, irá a la Eurocopa y acaba de renovar por el club con cifras casi de estrella, cinco millones por temporada hasta el 2019. Los moscones empezaban a formar enjambre a su alrededor.
EL VÍDEO SEXUAL
A principios de temporada, los ingleses, conspicuos apostantes, habían valorado en 5.000 a 1 las opciones del Leicester de ganar el torneo. No había motivos para hacerse ilusiones y, además, estaba reciente un caso feo que sacudió el club hasta el punto de llevarse por delante al entrenador, Nigel Pearson. No fue poca cosa porque, además del éxito deportivo cosechado, era un hombre muy popular. Acabada la liga 2014-15, el equipo viajó a Tailandia en una gira por el país de Srivaddhanaprabha, pero el propietario acabó avergonzado del comportamiento de tres de sus futbolistas: fueron despedidos por protagonizar un vídeo sexual en el que vejaban a unas chicas tailandesas en su hotel. Y uno era James Pearson, hijo del entrenador.
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Tras un cataclismo así, el carácter calmado de Ranieri emergió como baza sensata. "No se complica en las cuestiones tácticas y es muy bueno en el aspecto emotivo. Si había una crisis en el vestuario, la resolvía con una sonrisa. Es un caballero", recuerda uno de los futbolistas que estuvo a sus órdenes en aquel Valencia que arrasó el Camp Nou. "Una de sus reflexiones -continúa- era: '¿Para qué queremos el balón durante un minuto, y además no sabemos, si en cinco segundos lo robamos, se lo damos al Piojo y él marca un gol?'".
SCHMEICHEL Y LOS DEMÁS
Han pasado casi dos décadas pero Ranieri ha cambiado poco, en lo humano y en lo futbolístico. Se metió pronto en el bolsillo al vestuario del Leicester y mantiene a sus jugadores conectados y comprometidos. Creen en él, en la idea que les transmite y que, ellos lo están viendo, los acerca a la gloria. "Les digo que quizá no vuelvan a tener en su vida una oportunidad como esta de ser campeones", declaró Ranieri hace unos días. No es desdeñable considerar la importancia de que, siempre que la competición lo permite, les da dos días de fiesta a la semana, confía en su profesionalidad y no los atosiga.
Su máquina barata funciona, empezando por el portero danés Kasper Schmeichel, que debe de ser un tipo de una pieza porque no le vence la presión. Es hijo de una leyenda (Peter Schmeichel, campeón de Europa con el Manchester United de Ferguson y Beckham en la inconcebible final de Barcelona en 1999) y ocupa la posición que defendieron antes que él dos porteros míticos del club y del fútbol inglés, Gordon Banks y Peter Shilton.
Por delante de Schmeichel forma un equipo que hace muy bien las cosas que sabe hacer. Asfixia de espacio para el rival, velocidad y la idea de que la posesión está sobrevalorada -rara vez pasa del 35%- sería su santísima trinidad de conceptos tácticos. Y cuenta, sobre todo, con una factoría de creatividad en Vardy y Riyad Mahrez. El primero (18 goles) es una mina para el contrataque, el segundo (14 goles y 10 pases de gol) vale él solo el precio de la entrada.
El Leicester solo tiene un problema: como ni siquiera lo soñaban, sus jugadores no pactaron una prima por si ganaban la Liga.
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