Ciclismo, hermoso pero machista

Hasta los años 80 la mujer estuvo prácticamente vetada en pruebas ciclistas como el Tour, a no ser que entregara los premios o tocara el acordeón como la gran Yvette Horner

Yvette Horner, con su acordeóna, en la caravana publicitaria del Tour de 1959 ganado por Federico Bahamontes

Yvette Horner, con su acordeóna, en la caravana publicitaria del Tour de 1959 ganado por Federico Bahamontes / periodico

SERGI LÓPEZ-EGEA / BARCELONA

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Luis y Josiane hacían cada noche el amor y al acabar él extendía el mapa del Tour sobre la cama con las sábanas agitadas.Y entonces el trazado de la prueba, la etapa del día siguiente, le parecía menos duro. Luis era Ocaña y Josiane, su mujer, la misma que se colaba de escondidas en la habitación del hotel que ocupaba el jersey amarillo de la ronda francesa de 1973. Antes del amanecer, ella huía de la cama de su marido, no fuera caso que la descubriera el médico del equipo Bic y se lo contara al director que no quería ver a una mujer a 100 kilómetros a la redonda de sus corredores, incluido su gran líder.

En 1973, según cuenta el periodista Carlos Arribas en su libro 'Ocaña', la biografía de referencia del gran corredor Priego, o casi mejor dicho del ciclista de Mont de Marsan, el lugar donde se pegó un tiro en 1994, la dirección del Tour le prohibió a la mujer del líder una acreditación de invitada para seguir la carrera. Josiane se las ingenió y colocó en la parte delantera y trasera de su coche Honda las flechas de cartón que señalizaban la ruta. De este modo, burlaba a los controladores de la prueba hasta que a dos días de París el invento no sirvió y Josiane solo se libró de ser detenida al identificarse como la esposa del líder  Ocaña. Hasta entonces Josiane le hacía tisanas con hierbas salvajes para mejorar los pulmones de su marido, que siempre estaban fastidiados, y hasta de escondidas, se acercaba a él en las salidas, confundida entre el público, para pasarle bocadillos de jamón, con aceite y ajo, que Ocaña guardaba celosamente en los bolsillos de su 'maillot' para disfrutar un poco más de los avituallamientos.

EL ACORDEÓN DE FRANCIA

Hasta la década de los 80 acreditarse en una prueba ciclista era una tarea prácticamente imposible para una mujer a no ser que tuviera algún cometido como azafata. O se llamara Yvette Horner, la acordeonista no solo de Tarbes, sino de toda Francia, que siguió el Tour entre 1952 y 1963, y se convirtió en toda una celebridad de su país. Horner iba en la caravana publicitaria. Se ataba con unos ganchos de seguridad y se situaba sobre el techo del coche tocando el acordeón ante los espectadores que esperaban pacientes la llegada del pelotón. Con 94 años, hace un par, aún recordaba la anécdota, del "día en que decidimos colocar una muñeca con un acordeón falso encima de mi coche y la gente, al descubrir que no era, yo comenzó a lanzar tomates". Su fama se hizo inmensa.

Hoy en día es habitual la colaboración de muchas mujeres en los equipos ciclistas, pero hasta los 90, era inadmisible pensar que una persona de otro sexo pudiera dar masaje a un corredor alejado al menos tres semanas de su vida rutinaria. De hecho, Lance Armstrong fue uno de los pioneros al contratar a Emma O'Relly, quien le siguió fielmente en sus primeros viajes a ninguna parte  que, de hecho, finalizaban en los Campos Elíseos de París... hasta que fue despedida; hasta que confesó que el corredor tejano no era trigo limpio y que, aparte de dar masaje, tenía otros cometidos, como maquillar los brazos del corredor para tapar la marca de los pinchazos.

EL CASO DE ALFONSINA STRADA

Las novias o las esposas no visitaban a sus maridos, como ocurre ahora en la jornada de descanso del Tour, la Vuelta o el Giro, a pesar de que en esa mitología que tanto gusta en el ciclismo, se recuerde la hazaña de Alfonsina Strada en la ronda italiana de 1924. En aquella época existía la posibilidad de participar en la carrera de forma individual. Alfonsina omitió la a de su nombre y se apuntó como hombre. Fue descubierta, pero la organización le mantuvo el dorsal 72, aunque en la quinta etapa entró fuera de control. Y aún así, aunque su tiempo no contara oficialmente, le permitieron terminar el Giro porque un patrocinador privado se apiadó de ella y corrió con todos los gastos.

¿Periodistas que no fueran hombres? Hasta mediados de los 80 los enviados especiales difícilmente dormían en habitación individual, lo que ya dificultaba el viaje femenino para cubrir una carrera ciclista.

LA PRIMERA PERIODISTA

Antonio Vallugera, el gran cronista catalán de ciclismo de los años 60 y 70, la primera persona que cubrió informativamente el Tour para EL PERIÓDICO, explicó la gran sorpresa que provocó a los periodistas desplazados al Tour de 1967 (en el que murió Tom Simpson) la presencia de la que se documenta como la primera mujer que siguió una ronda francesa como redactora. De hecho, Odile Grand, no escribía crónicas deportivas en el periódico parisiense 'L'Aurore', sino reportajes de ambiente y sociedad. Grand, al parecer, se las veía y deseaba para driblar las insinuaciones de una sala de prensa aliada con el machismo dominante en la época.

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"Entre los seguidores hay más de un adepto de Grand. Pero ella no quiere saber nada. Por lo visto, somos demasiado feos", escribió Valluguera, en la sección 'Confidencial' del desaparecido diario 'Dicen'.

La Vuelta tampoco se libraba del veto a la mujer. Eusebio Unzué, mánager del conjunto Movistar, siempre recuerda lo que le sucedió en una ronda española de finales de los años 80, cuando invitó a la hija del director del Parador de Jaén, que era una gran entusiasta del ciclismo y seguidora de Pedro Delgado. Los jueces de la carrera le amenazaron con no dejar partir al vehículo auxiliar del conjunto Reynolds si no sacaba a la mujer del coche.

Ahora, el debate se centra en si es apropiado o no que sean azafatas quienes repartan premios y besos a los corredores, en un ciclismo que no puede esconder un pasado deportivo tan hermoso, como brillante... y machista. Por qué negarlo.