Brasil sufre su ambición

Vista aérea del Cristo Redentor con el espectacular estadio de Maracaná, al fondo, hace unos días, en Río de Janeiro.

Vista aérea del Cristo Redentor con el espectacular estadio de Maracaná, al fondo, hace unos días, en Río de Janeiro.

EDU SOTOS
RÍO DE JANEIRO

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El sueño de Brasil de querer celebrar la «Copa de todas las Copas», según palabras de su presidenta, Dilma Rousseff, evoca irremediablemente al mito griego de Ícaro. La propuesta del Gobierno de Lula en el 2006, con un torneo a disputar en 18 sedes, era tan desproporcionada que, aun a regañadientes,  la FIFA tuvo que aceptar un proyecto con las 12 sedes actuales cuando por todos era sabido que con 8 o 10 estadios se podría haber solucionado. Pero Brasil, el país del fútbol, el gigante amazónico de 200 millones de habitantes, quiso volar tan alto como el sol y, al igual que el héroe mitológico, ha acabado fracasando con estrépito.

«Es la primera vez que un país tiene tanto tiempo para organizar un Mundial, y va con retraso», este era el recado que un molesto Joseph Blatter, presidente de la FIFA, dejaba a los brasileños a través de la revista France Football hace unos meses. Lo que no sabía entonces es que la cosa todavía iba a empeorar notablemente. A poco más de 100 días para el inicio del torneo, cinco de los 12 estadios continúan sin ser entregados, es decir, prácticamente todos los recintos que no fueron utilizados durante la pasada edición de la Copa de las Confederaciones. Lejos, lejísimos, queda ya el plazo fijado por la FIFA para el 31 de diciembre del 2013, fecha en la que debería haberse llevado a cabo la entrega de los estadios.

La lista del terror

Casi tres meses fuera de plazo, 2.400 millones de euros invertidos y siete vidas de obreros muertos en la construcción. Los nombres de los cinco estadios sin acabar resuenan como una pesadilla en los oídos del secretario de la FIFA y encargado de supervisar el avance de las obras, Jerome Valcke. El Arena Corinthians, en Sâo Paulo; el Arena da Baixada, en Curitiba; el Arena Amazonia, en Manaos; el Arena Pantanal, en Cuiabá, y el Beira-Rio, en Porto Alegre, componen la lista del terror.

Precisamente, fue Valcke el encargado de anunciar esta semana que el Arena da Baixada de Curitiba, un estadio que en la actualidad apenas son unas gradas de hormigón con algunas sillas y un césped plantado a última hora para la visita de los técnicos de la FIFA, permanecerá, a pesar del evidente retraso, como una de las 12 sedes del Mundial. La decisión, más política que pragmática, suponía un balón de oxígeno para los miembros del Comité Local Organizador, el estado de Paraná y el Atlético Paranaense, club propietario del estadio que ha tenido que endeudarse hasta las cejas para conseguir el préstamo de los 18 millones de euros necesarios para acabar las obras antes del plazo límite, fijado ahora para el 15 de mayo.

De hecho, los problemas de financiación son un fantasma presente en varios estadios, como el Beira Mar, propiedad del Internacional de Porto Alegre, que necesita urgentemente un crédito de nueve millones de euros. Se trata de una situación generalizada en todos los proyectos de infraestructura asociados a la Copa del Mundo.

Rebaja de presupuestos

Como si se tratase de fichas de dominó, los proyectos de movilidad incluidos en el proyecto original han ido cayéndose uno a uno de la lista. Ya ni se habla del tren bala que la empresa española Adif tenía que construir entre Sâo Paulo y Río de Janeiro, ni cómo se ha esfumado la inversión de 1.760 millones para adaptar 13 aeropuertos brasileños al flujo de vuelos durante el Mundial; o cómo el presupuesto total para mejorar el transporte público, un auténtico caos en algunas ciudades, ha pasado de 3.450 millones a 2.400, según datos del Sindicato de Arquitectura e Ingeniería, Sinaenco. Mientras, las compañías aéreas ya se frotan las manos con aumentos de hasta el 600% en el precio de los vuelos entre Río y Sâo Paulo.

Pero si el aspecto logístico ya promete ser un caos, ni que decir tiene que las prisas por acabar los estadios tendrán sus consecuencias en la calidad de los equipamientos. Esta semana, varias operadoras de telecomunicación avisaban de que apenas tendrán tiempo de instalar y probar sus aparatos para las retransmisiones, que requerirían un mínimo de 60 días de instalación y otros tantos de prueba. Especialmente preocupado se muestra Eduardo Levy, presidente de Sinditelbrasil, por la situación del estadio que acogerá la inauguración, el Arena Corinthinas de Sâo Paulo, y el Arena Baixada de Curitiba, que apenas serán entregados un mes antes del inicio del torneo, el 12 de junio. «En Maracaná pudimos hacerlo en 47 días trabajando día y noche, pero no se recomienda hacer eso. El riesgo de que la señal caiga en momentos de gran flujo de datos, como un gol, es muy alto», asegura Levy.

En total, el Mundial le ha costado unos 8.000 millones de euros a los brasileños (lo mismo que costó la organización de Sudáfrica-2010 y Alemania-2006 juntas), cifra astronómica que en el 85% será pagada con impuestos, es decir, del bolsillo de los contribuyentes.

Con el 50,7% de ciudadanos en contra de la celebración del campeonato y el antecedente de las protestas en la Copa de las Confederaciones, parece que la entrega o no de los estadios no podrá salvar al país de un auténtico descalabro organizativo. La ambición, al igual que pasó con Ícaro, ha sido la perdición de Brasil. Solo queda preguntarse qué ocurrirá si después de todo el esfuerzo el Maracanazo vuelve a repetirse.