OLIMPISMO

Ben Johnson, el positivo con el que comenzó todo

En la historia del dopaje, el caso del velocista canadiense en Seúl provocó un escándalo mundial que despertó la conciencia colectiva para combatirlo

Ben Johnson cruza la meta en la final de Seúl, dos cuerpos por delante de Carl Lewis.

Ben Johnson cruza la meta en la final de Seúl, dos cuerpos por delante de Carl Lewis. / periodico

LUIS MENDIOLA / BARCELONA

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Sucedió en 1988. En los Juegos de Seúl. Ante la mirada de miles de personas presentes en el estadio y centenares de millones de telespectadores a través de la televisión. Ben Johnson derrotó a Carl Lewis en la final de los 100 metros, la más rápida de la historia. Un fotograma  imborrable en la historia del olimpismo. El velocista canadiense ascendió a los cielos después de superar al proclamado 'Hijo del Viento' con un marca estratosférica, 9.79 segundos, un nuevo récord del mundo inimaginable para el ser humano, que hizo palidecer los 9.92 de su rival.

Pero a la misma velocidad que corrió por la pista coreana bajó a los infiernos cuando se anunció su positivo por estanozolol, un esteroide anazolizante, que conmocionó al mundo del deporte y lo sacó de su confortable inocencia, que ya no recuperaría, por el goteo constante de otros nombres que han engrosado la leyenda negra como los de Marion Jones, los velocistas griegos Kenteris y Thanou o el del hispanoalemán de esquí de fondo, Johan Muhlegg.

 Apenas 48 horas de su victoria, Ben Johnson fue despojado de su título y de su récord del mundo, mientras Carl Lewis fue proclamado campeón de una final que pasó a la historia como la carrera de la vergüenza y que convirtió a Johnson, que reconoció su culpa, en un apestado.

ROMA, PRIMERA COMISIÓN MÉDICA

No fue, en realidad, hasta que estalló el positivo de Johnson que logró despertarse la conciencia colectiva del mundo del deporte para combatir a los tramposos , aunque es  imposible recorrer la historia reciente del olimpismo, sin encontrar rastros aislados o alguna pista que conduzca hacia el doping.

Siempre existió la sospecha de irregularidades y de prácticas ilegales, y fue, a raíz del muerte de danés Knut Jensen, en la prueba en ruta de los Juegos de Roma, en 1960, después de absorber una dosis masiva de estimulantes, seguida de la del también ciclista Tom Simpson en el Tour de 1967, cuando el COI optó de dotarse de una comisión médica y de publicar una primera lista de productos prohibidos para los deportistas.

A raíz del positivo de Johnson, el movimiento olímpico  inició su particular cruzada para lavar su imagen, que empezó a calar especialmente en Estados Unidos. Una de los primeros cazados fue el lanzador de peso estadounidense C.J. Hunter, que fue sancionado para competir en los Juegos Olímpicos de Sidney, en el 2000. Eso no impidió a que su mujer, Marion Jones, la velocista y saltadora de longitud, se convirtiera en una de las estrellas de aquella cita, con una cosecha de cinco medallas, tres de oro.

Siete años más tarde, acorralada por la justicia estadounidense, la velocista admitió haber tomado productos prohibidos suministrados por el laboratorio Balco. El COI decidió retirarle todas sus medallas, aunque nunca había sido controlada positiva. Pero sus mentiras la condujeron a pasar ocho meses en la cárcel en el 2008.

MÜHLEGG, LA VERGÜENZA ESPAÑOLA

Igual de impactantes resultaron los positivos detectados en los Juegos de invierno de Salt Lake City en el 2002, que salpicaron, entre otros esquiadores, al nacionalizado español Johan Mühlegg, ganador de tres medallas de oro en esquí de fondo, en las modalidades de los 30 kilómetros libres, 20 kilómetros persecución y 50 kilómetros clásicos. Mühlegg fue descalificado tras su última victoria por dar positivo en un medicamento, darbepoetina, una medicina que aumenta la resistencia y que en aquella época no estaba incluida en la lista de sustancias prohibidas. La Federación Internacional de Esquí lo suspendió por dos años y el COI, en principo, solo se le retiró la última medalla. Pero en diciembre del 2003, el Tribunal de Arbitraje Deportivo decidió que debía devolverlas todas.

En los Juegos de Atenas, en el 2004, se puso en marcha el primer Código Mundial Antidopaje y fueron detectados un total de 26 infractores, un récord hasta aquel momento, sin contar al ciclista Tyler Hamilton,  que devolvió su medalla de oro en el 2011, después de confesar, aunque fueron los nombres de los velocistas griegos Costas Kenteris y Ekaterina Thanou, los que más se recuerdan, después de simular un accidente de moto antes de iniciarse los Juegos para intentar escapar a los controles antidopaje, para acabar finalmente siendo excluidos de la competición.

CONTROLES DE EPO

En el periodo entre Pekín y Londres, la lucha para detectar positivos de los atletas se ha ampliado también a los análisis complementarios realizados meses después con las muestras tomadas a los atletas durante la competición, sobre todo con la puesta en marcha de un nuevo test de detención de la EPO en las muestras de sangre, que sirvió para cazar, entre otros al campeón olímpico de 1.500 en Pekín, Rashid Ramzin, de Bahréin, y a la platadel ciclismo en ruta, el italiano Davide Rebellin.

En este 2016,  unas semanas antes de que se disputen los Juegos de Río, los análisis retroactivos han dejado nuevas víctimas del dopaje ene l camino: 31 detectados en Pekín y 23 más en Londres, incluida la campeona olímpica de salto de altura, la rusa Anna Chicherova.

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