El partido del Camp Nou

Un Barça terrenal

El equipo de Guardiola cumple su objetivo pero sufre la condena de su propia exigencia

Messi sortea a Bystrom para encarar la portería, aunque ayer se quedó sin el gol.

Messi sortea a Bystrom para encarar la portería, aunque ayer se quedó sin el gol.

DAVID TORRAS
BARCELONA

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Acostumbrado a los excesos, a hacer de la excepción la norma, a dar más que cualquier otro, partidos como el de anoche convierten al Barça en un rival de sí mismo. Condenado a competir contra su propio mito, al equipo de Guardiola no parece bastarle resolver una cita de Champions y abrir un poco más el camino hacia los octavos. Ha llegado un punto en el que los triunfos se dan por hecho antes de empezar y los alicientes se buscan en el acompañamiento. Total, que el Camp Nou empezó a levantar los dedos dispuesto a sumar goles y, al final, le fallaron las cuentas. También le fallaron los ánimos en una noche europea especialmente silenciosa.

Pero por más que el 2-0 ante un Viktoria luchador no llene el malacostumbrado estómago culé, hay otras cuentas que refuerzan un poco más el valor de este equipo, si es que queda margen para ello. Con el de ayer, suma ya 19 partidos consecutivos sin perder y, además, ha conquistado tres títulos (Champions y dos Supercopas). Para un club que ahora mira con lupa los números y las facturas, el triunfo dejó algo más: 800.000 euros, el premio de la UEFA por los tres puntos.

GOL ASOMBROSO / Pero incluso en un partido poco lucido, este Barça siempre deja algo que recordar. A Iniesta y a Messi les dio por buscarse como solo ellos saben hacerlo y se fueron encontrando por donde solo ellos pueden encontrarse, jugueteando con el balón y construyendo paredes, hasta que Don Andrés hizo un recorte en el aire y cerró la función. No fue un gol cualquiera. Pocos lo son en un Barça que a menudo obliga a llevarse las manos a la cabeza con incredulidad. Hay cosas que se ven que no parecen reales. Incluso Sandro Rosell no pudo reprimir esa reacción en el palco, admirado y con cara de asombro, buscando complicidad entre quienes estaban a su lado, un gesto unánime en la grada, como si todo el mundo necesitara confirmar que lo visto no era fruto de la imaginación.

Con el 1-0 a los 10 minutos, era fácil caer en la tentación de frotarse las manos y prepararse para otro festival. Es la dinámica que ha creado este equipo y, al mismo tiempo, la carga que arrastra. Las expectativas son tan grandiosas que si se queda a medio camino provoca una especie de síndrome de abstinencia. Por más que domine de principio a fin, por más que el rival no tenga más ambición que aguantar el tipo como sea y no salir peor parado, es como si le faltara algo.

El retrato de esa sensación fue Messi. Tuvo detalles indescriptibles, quiebros y requiebros, y un sinfín de eslálons, que esta vez, para perder la costumbre, no acabaron como suelen acabar siempre. No es una herejía ni una falta de respeto decir que a Leo le pudo esa afán desbocado de querer acabarlo todo. Es como si no quisiera perder el tiempo y atrapar a César de un día para otro, y en esa carrera hacia la historia, no hay quien le pare.

PREMIO PARA VILLA / Pero a Messi se le perdona todo. Cómo se le va a pedir cuentas por un pase de menos, o dos, o los que sean. Nadie lo hará. Ni siquiera quienes están a su lado y siempre le miran a él. Villa es uno de los que más sufren esta bendita dictadura, pero incluso alguien como él, que vive precisamente de los goles, ha asumido sin rechistar este reparto de papeles. En la jugada del 2-0, por ejemplo, también le buscó cuando podría habérselo ahorrado. Y quizá por ese gesto de generosidad, uno más, recibió el premio de marcarlo. El próximo ya lo meterá Messi.