«Ayo, ayo, ayo, Suárez»

Un grupo de indonesios se cuela en el amistoso de su selección sub-19 y disfrutan de los dos goles del uruguayo con el filial (6-0)

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EMILIO PÉREZ DE ROZAS / BARCELONA

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La última imagen no pudo ser más enternecedora. Y hermosa. Y descriptiva de lo que había sido el día, el partido y la actuación, casi a escondidas (¡nada de eso, millones de indonesios la vieron en directo durante la cena! y decenas de webs futboleras repicaron sus goles), de Luis Suárez, la estrella uruguaya que ayer, en el campo 7 de la Joan Gamper, cumplía exactamente tres meses del mordisco al italiano Giorgio Chiellini, que le tiene recluido entre sus compañeros pero imposibilitado de que sus goles sean oficiales, sumen puntos y deleiten a la gent blaugrana.

La escena se produjo cuando Delfina, su hija de cuatro años (nacida precisamente en Barcelona), que acudió al partido con su madre y su hermanito Benjamín, que lucía un chupete que decía soy de mi mamáDelfina saltó al césped, corrió hasta el centro del campo, se abrazó a su padre, se separó de él medio metro, lo aplaudió y volvió a abrazarse. Aunque el partido fue a puerta cerrada, esa ovación íntima reflejaba lo que pensaron muchos de los que vieron el encuentro en el que Suárez, con el 7 a la espalda, fue el gran protagonista junto a su cómplice preferido, un maravilloso, hábil y servicial Halilovic, el Messi del filial. Esa asociación hizo pensar a muchos, entre ellos al maestro Josep Maria Fusté, sabio y prodigioso centrocampista campeón, «en lo que puede hacer el pequeño cuando tenga por delante a Suárez».

El retorno de Vermaelen

Suárez y Halilovic se encontraron sin mirarse, hicieron paredes milagrosas, la pulga croata encontró al uruguayo cuando nadie lo vio y, aunque entre ambos existe una distancia de nueve años, en el césped parecieron gemelos. Cierto, fue gratificante ver que Vermaelen, que también llevaba tres meses sin jugar, posee una zurda de gamuza y cumplió de maravilla en la banda izquierda. 63 minutos estuvo en el campo. O comprobar que ese chico altote, llamado Gumbau, tiene un poco de todo, incluso de Busquets, Iniesta, Rakitic y dos pies, que no es poco, rodeado de zurdos y diestros.

El partido se ideó y lo pagó Indonesia. Bueno, su televisión. Y el consulado de Barcelona erró al anunciar que sus jóvenes jugarían en la Joan Gamper, pues allí se presentó un grupo de compatriotas, con su perfecto catalán, al que no hubo más remedio que dejar entrar. Y se lo pasaron tan bien, que acabaron animando con su «¡ayo, ayo, ayo!», que es su «¡vamos, vamos, vamos!», al mismísimo Suárez. Y a los suyos, claro, pero menos, porque los suyos solo chutaron una vez a puerta, en el minuto 46. Y no pasó nada. Porque, jugando al tran tran, todo lo que ocurrió sobre el césped lo hicieron los chicos que rodeaban a Suárez, a quien buscaron como si se tratase de Messi. Y sin orden, simplemente semejante presencia llamaba la atención. Puro imán.

Suárez, que apareció en el campo de la mano de Vermaelen, saludó, uno a uno a sus compañeros de ensayo culés antes de empezar el amistoso y, al término del partido, repitió el rito con todos y cada uno de los jugadores indonesios, tal vez, quien sabe, si agradeciéndoles que le dejasen jugar con ellos, él, que parecía el dueño del patio y quien escogía a sus colegas. Todos le pidieron una camiseta y Suárez solo pudo regalar la suya que fue para el 16, Hansamu Yama, a quien amargó la tarde. Más tarde, en su twitter, agradeció la oportunidad a todos y aseguró que se disponía a «animar a mis compañeros» desde casa para que ganasen en Málaga.

90 minutos en el campo

El encuentro, miren por donde, empezó con un golazo de cabeza de Vermaelen (1-0), preciso y precioso aunque, eso sí, nada que ver con los vuelos de CR7. Siguió con un travesaño de Halilovic (en la segunda parte chutaría, de nuevo, a la madera) y empezó a divertir cuando, en el minuto 15, Suárez controló un balón dentro del área y cruzó raso a la media vuelta (2-0). Luego Babunski, tras pared con Cámara, hizo el tercero; Bicho, el cuarto y, de pronto (m.70), Suárez sentó a Roni, quebró a Yama y, con la otra pierna, la estampó en la red.

Pudo lograr un hat-trick, pero Suárez, que estaba feliz jugando en el patio de su nuevo cole, dejó que Rolón marcase el sexto de penalti. Cuando juegas en el cole, el penalti lo tira al que se lo hacen. Así de feliz estaba Suárez. Besazo, 90 minutos, 2 goles y ovación de Delfina. Y Fusté que recoge su paraguas y, atraído por lo que ha visto, dice simpáticamente, sin maldad alguna: «Yo quiero ver qué hacen Pepe y  Ramos cuando se vean ante Suárez».