Un corazón a toda máquina

Álex Cherigny no escatima horas para hacer realidad su pasión por las carreras

Álex Cherigny, ultimando los detalles durante una jornada de carreras.

Álex Cherigny, ultimando los detalles durante una jornada de carreras.

P. G-V. / BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

«Para mis rivales soy carnaza, un yogurín», bromea Álex Cherigny cuando se le pregunta si se siente intimidado en un mundo tan competitivo como el de las carreras de lanchas. Este barcelonés de 25 años, vitalista e impetuoso, es el team manager más joven de todo el circuito. Graduado en ingeniería náutica por la UPC, Álex entró a trabajar en el astillero del equipo Altman Marine hace unos meses.

Para conseguirlo utilizó una de sus grandes virtudes: echarle mucho morro a la vida. Cursaba un máster de diseño de yates en Milán cuando se enteró de que había una carrera en Nápoles. No se lo pensó dos veces: «Compré un billete de tren y me fui hasta allí. Les di mi currículo y me quedé unos días viendo cómo trabajaba el equipo, cómo era ese mundo. Y me enganché».

«EL MEJOR CURRO»

Le ficharon y al poco se trasladó a Cambados (Galicia), la sede del astillero. Desde entonces se dedica a crear y diseñar modelos de yates, hace reparaciones y ayuda en todo lo que se le pide. Todo eso cuando no está volcado en preparar las carreras, su gran pasión. Si tiene que compaginar ambas actividades, su jornada se puede alargar hasta las 16 horas. Para él no es un problema, sino su pasión. «Es el mejor curro del mundo», confiesa.

Sus colegas subrayan su capacidad de trabajo sin límites. «Siempre está motivado, hace piña y está pendiente de todos», atestigua Tom, uno de los pilotos. «Sirve para todo, le pides una cosa y la hace. Y siempre con buen humor», comenta Rogelio, uno de los mecánicos y buen amigo de Álex.

Sus amigos del Col·legi Sant Ignasi de Sarrià, donde estudió, coinciden en destacar el carácter bromista y la energía que desprende Álex. «Es impulsivo, va a muerte en todo lo que hace y a veces no sabe controlarse», recuerda Pablo Béjar, íntimo amigo suyo. No es para menos. Hace dos veranos, en un arrebato de los suyos, cogió el coche y recorrió los 2.500 kilómetros que separan Barcelona de la ciudad sueca de Jonkoping para visitar a un amigo. «Tardé dos días. Casi ni avisé a mis padres», ríe Álex.

Pero esa energía exuberante a punto estuvo de costarle la vida cuando solo tenía 24 años. «Llevaba una hora corriendo a gas en la cinta cuando noté un pinchazo muy fuerte en el corazón. Quise parar pero no podía». Se desmayó varias veces antes de ser trasladado al hospital, donde estuvo en ingresado dos semanas. Durante esos días hizo amistad con médicos, enfermeras y pacientes. El parte estipuló que su corazón se puso a 300 pulsaciones y que había sufrido una arritmia severa que a punto estuvo de desembocar en muerte súbita. «Me fue de un pelo».

A pesar del susto, es incapaz de contener su vitalidad y sigue dando el máximo en todo lo que hace. «Ahora llevo un marcapasos, por si las moscas», se cachondea el team manager más joven.