Abidal: "Fui un ejemplo sin quererlo"

Recién retirado del fútbol, el exdefensa del Barça recuerda para EL PERIÓDICO las sensaciones que tuvo durante su enfermedad y cómo esta le hizo cambiar su mentalidad

JOAN DOMÈNECH / DAVID TORRAS / BARCELONA

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Todos los gestos de Éric Abidal (Saint Genis-Laval, 11 de septiembre de 1979) son los de un tipo feliz. Ni un rastro de la pesadumbre por haber abandonado el fútbol. Su retirada ha sido voluntaria. No ha sido la grave dolencia de hígado que sufrió (primero un tumor, luego un trasplante) lo que ha forzado la despedida, sino el cansancio de 15 años de carrera. Está montando una fundación con la que ayudar a los demás, preferentemente a los niños, y transmitir las experiencias y las enseñanzas que ha adquirido en la calle, en el campo y en el hospital.

—La primera pregunta es obligada, ¿cómo está de salud?

—Bien, muy bien. Trabajando para poder presentar pronto mi fundación. Se tienen que hacer cosas para ayudar los demás…

—¿Usted cambió a raíz de la enfermedad, es una persona distinta?

—No sé si he cambiado, lo que sí sé seguro es que veo la vida de forma diferente. Por los detalles. Porque cuando te enfadas, la mayor parte de las veces es por tonterías. Antes no solía enfadarme, y ahora menos, por no decir nunca.

—Vendió los coches…

—En su momento pensé que no los necesitaba y que era mejor venderlos, para aprovechar el dinero y destinarlo a personas, sobre todo a niños, con necesidades. Me gustan los coches, claro, pero no necesito tener dos o tres coches buenos para vivir en Barcelona. Reflexioné sobre eso. Aparte de eso, no soy una persona muy de lujos.

—¿Esa percepción cambia con el día a día de la familia?

—Cuando vives momentos como los que viví, si los superas, te das cuenta de la importancia de disfrutar de cada minuto con las personas que quieres: la familia, los amigos, ir a un restaurante, salir a tomar algo… Tenemos la costumbre de quedar para la semana que viene, pero si puede ser hoy, mejor. Porque de un día a otro, de un minuto a otro, no sabes lo que puede pasar.

—Como le pasó a usted: el domingo juega en Sevilla, el martes va al médico y él descubre el tumor.

—Exacto. Hay que hacer las cosas ya. O llegas tarde o no llegas. Por eso veo la importancia de disfrutar de todos y cada uno de los minutos. Como hablar con ustedes. Mejor hacer la entrevista hoy, porque mañana no se sabe qué pasará…

—¿Qué es Barcelona para usted?

—Antes de fichar, pasé cuatro días en la ciudad con mi mujer, para ver la diferencia entre España y Francia, las horas de comer y cenar, cómo era la vida, la gente, la mezcla de razas, y nos gustó mucho. Y el cuarto día, cuando volvíamos a Lyon, mi representante me llamó diciéndome que me tenía que quedar. Y yo, tan feliz.

—¿Tenía algún indicio de que el Barça le quería?

—No hasta ese punto. Habíamos venido a pasar un fin de semana largo. De viernes a lunes. Era el 2007. La temporada había acabado y nos apetecía venir a visitar la ciudad. ¡Ya estábamos en el avión! «¡Pide que te saquen la maleta de la bodega, que te tienes que quedar porque mañana firmas», me dijo mi agente.

—Desde entonces…

—Desde entonces estoy encantado de la vida. Puedes pasar, hacer lo que te da la gana sin que nadie te observe ni te critique… Hay museos, lugares para caminar, playa, montaña a una hora de la ciudad, nieve para esquiar a hora y media de coche… Es un lugar perfecto en el mundo.

—Hablando de montaña, se le recuerda caminando por el Vall d'Aran.

—Hay sitios chulísimos fuera de Barcelona que no solo te ayudan a recuperarte, a hacer ejercicio de fondo, a entrenarte en cualquier deporte, también son perfectos para volver de vacaciones con la familia. Sin moverte del país, ves cosas que no hay en otras partes del mundo.

—¿Cómo recuerda aquellos días?

—Fueron días duros, durísimos.

—Sin la certeza de volver a jugar…

—Al principio fui allí porque tenía anemia tras la operación y necesitaba oxigenar mi cuerpo, adquirir glóbulos rojos, y de paso trabajé el fondo físico. Emili [Ricart, fisioterapeuta del Barça] me hacía subir a los 2.000 metros, 2.500, 3.000… Cada día que pasaba me encontraba mucho mejor. Emili me enseñaba el programa diario hasta que llegó el día de tocar la pelota. Maravilloso. Bajé de allí volando, con más ganas todavía de trabajar y de regresar a los campos de fútbol.

—¿Su pretensión era solo vivir o volver a jugar otra vez?

—La segunda vez solo pensaba en recuperarme. En la primera [marzo del 2011, la extracción de un tumor en el hígado], estaba convencido de que volvería a jugar. Solo debía recuperar el abdominal. ¡Lo que más me dolía era la cicatriz! El trasplante fue muy diferente. Entonces el propósito era recuperar la salud y ver poco a poco cómo iba todo.

—¿Fue optimista?

—Tenía el objetivo de jugar… Soy siempre positivo. Yo creo que el 50% de la batalla está aquí [se toca la cabeza]. Hubo días horribles, que formaban parte de la enfermedad, de la curación y de la recuperación.

—¿Horribles en qué sentido?

—De dolor. De no dormir. De pasar noches y noches sin poder dormir por el dolor. Te dan la medicación, pero el dolor no desaparece. Fue horrible, 42 días encerrado en el Clínic, aunque tuve la suerte de que mi mujer estaba conmigo las 24 horas. La cabeza no para. Estás un día bien, de repente te pasa algo y te sientes mal, luego vuelves a sentirte bien, y cuando estás bien piensas que te volverás a sentir mal, y te sientes mal, y luego bien… Pero soy positivo. Si sufro yo, no pasa nada. Sí que pasa, pero me lo guardo para mí y no me preocupa porque sé que voy a luchar.

—Ese carácter ayudó a los compañeros. Alguno confesó que no tenía la entereza que usted mostraba.

—Por lo que decía. Soy una persona que no me gusta que los demás lo pasen mal. Si me sucede algo a mí, no quiero que los demás sufran. Es una manera de tirar adelante, de olvidar las cosas. Que no pasa nada, que no me duele [Abidal se golpea los abdominales, en las cicatrices que dejaron las operaciones], enseñaba a mis compañeros. El ejemplo había sido el partido de Sevilla. Había jugado, con el mal dentro de mí. Nadie se había enterado, yo tampoco. Me decían que no puede ser. ¡Claro que no puede ser! Pero fue.

—Xavi confesó que los había animado usted a ellos…

—Eso fue la segunda vez [el trasplante de hígado, abril del 2012].

—…sin asimilar la dura recuperación de esos 42 días.

—Estaba en el hospital y la gente decía: «Mira a Abi, qué ejemplo de lucha». Yo sufría, me sentía fatal y tenía que animar a los jóvenes que estaban conmigo allí, en esa planta. Eso es muy duro. Muy duro. Tenía que animarme a mí y a los demás. Mucho trabajo, eh… Y encima, por la noche, no dormía.

—¿Se sentía responsable de ellos? ¿Un ejemplo?

—Sí, fui un ejemplo, pero sin quererlo, por ser un futbolista conocido.

—¿Y luego estuvo contento de haber sido un ejemplo?

—Sí, seguro. Porque se demostró que con un pequeño porcentaje de curación que te den, se puede. Hay que intentarlo. «Impossible is nothing». Hay que intentarlo siempre si se puede. Me decían que sería imposible volver a jugar. Los doctores, los cirujanos, todo el mundo. Pero yo tengo la cabeza dura [se golpea con los nudillos en ella].