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Despiste peligroso

El Barça brilla en la primera mitad pero sufre un revolcón ante el Arsenal en cinco minutos letales

DAVID TORRAS
LONDRES / ENVIADO ESPECIAL

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En Londres, el Barça durmió cerca de Wembley pero regresó a casa un poco más lejos. Si quiere seguir el largo camino de la Champions hasta la final tendrá que volver a ser el de siempre y dejar de flirtear con ese lado oscuro que en cinco días le ha convertido por momentos en un desconocido. Y lo ha pagado caro. Con dos estilos antagónicos, Sporting y Arsenal le han dado dos golpes a los que nadie estaba acostumbrado. El de ayer, mucho más doloroso por la forma (del 0-1 al 2-1) y por la obligación de remontar en el Camp Nou.

Los ingleses celebraron el final del partido con furia. Le ganaron al modelo y dejaron de ser un imitador por más que, durante mucho rato, el Barça diera otra lección magistral. Hasta que pilló una extraña pájara. La cuestión es que, aunque no fuera conscientemente, se dejó ir, un pecado que nunca comete, y que le costó un revolcón porque el Arsenal no es un cualquiera.

Guardiola había dicho que no le gustan los equipos que quieren el balón, que al Arsenal preferiría verle como espectador que tenerle delante. Fue como un mal presentimiento. Hubo momentos en que el Arsenal se sintió el Barça y el Barça cumplió inesperadamente el papel de perseguidor. Así nació el partido, y así acabó. Pero por en medio, el Emirates asistió a otro monólogo azulgrana, como hace un año, un largo rondo frente al que no quedaba más que contemplarlo con admiración.

Esos primeros nueve minutos de dominio inglés, con Valdés salvando un gol, se difuminaron primero en un mano a mano mal resuelto por Messi y a continuación con el gol de Villa. Se acabó. El Barça entró en calor y ya no tuvo nada que temer. O eso parecía. En la grada, se escuchaban más los cánticos culés que los ingleses. Hubo olés, toques y más toques, quiebros y requiebros, y ni pizca de sufrimiento. Lo de siempre. El Arsenal es una declaración de buenas intenciones, tan pulcro y tan elegante, pero no le da para competir contra su modelo. Así que era cuestión de esperar, de ir pasando el rato y en una de esas llegaría el segundo. Pero no llegó. Daba igual. Walcott había dejado de correr, Cesc iba y venía pero no llegaba a todo, y Van Persie estaba engullido.

Esa era la película de la noche y nadie imaginaba que el guión iba cambiar, que al Arsenal le entraría un ataque de personalidad, harto de ir poniendo siempre la mejilla y que no estaba dispuesto a morir en la orilla. Ya lo hizo hace un año, igualando el 0-2. Guardiola estaba inquieto. Fuera del banquillo, sin sentarse ni un momento, se removía ante un balón perdido, un mal pase, una carrera tonta de Alves... Wenger empujaba a los suyos, sentía que era el momento, que paso a paso iban ganando terreno.

FURIA INGLESA / El Emirates rugía. Se sentía vivo después de haber estado moribundo, al borde de la eliminación. Porque es así. El Barça pudo sentenciar y esperarles en el Camp Nou con pie y medio en los cuartos de final. Y, de repente, pim pam. Un remate de Van Persie que encontró el agujero que nunca deja Valdés, y a continuación, Arshavin. En cinco minutos, el partido puesto del revés. Increíble. Piqué, Xavi, Messi, Iniesta, todos bajaron la vista pregutándose qué demonios había pasado. En una imagen tan inusual que parece irreal, el equipo abandonó el campo cabizbajo, con el gesto roto, mientras Cesc alzaba los brazos, y el Emirates lanzaba un grito que probablemente se escuchó en Wembley. Lo dijo Wenger. Si ganas al Barça puedes ganar la Champions.

Pero queda un mundo. Y Wenger lo sabe. No olvida el suplicio que vivió en el Camp Nou, el 4-1 con cuatro goles de Messi. Noventa minutos son muy largos, y ese es el camino que le conviene seguir al Barça. Ser paciente, ser él mismo, y no caer en las prisas como frente al Inter. Le conviene también pararse un momento y, sin dramas, ponerse frente al espejo y mirar si todo está en su sitio. De este equipo nadie puede dudar. Tiene todo el crédito del mundo. Se lo ha ganado en casi tres años de sacrificio y honestidad. De hecho, ha malacostumbrado tanto a los suyos que una de las reglas de este juego, que dicta que no se gana siempre, había caído en el olvido. Es una manera de valorarle más.