la tribuna

El problema arbitral tiene solución

El fútbol solo tiene que mirar a otros deportes, como el rugbi, para ayudar a los jueces en su misión

Ramírez Domínguez amonesta ayer a Verdú, en el estadio de Cornellà.

Ramírez Domínguez amonesta ayer a Verdú, en el estadio de Cornellà.

DAVID CARRERAS

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La evolución de cualquier práctica deportiva implica que todos los agentes implicados evolucionen por igual. Todos. A algunos de los que nos dedicamos al mundo del deporte se nos escapan los motivos por los que los entes reguladores del fútbol (FIFA-UEFA-RFEF) siguen resistiéndose a aceptar la necesidad de evolucionar y hacer del fútbol profesional un juego más transparente y deportivo. No es justo que la institución que gobierna los designios del fútbol diseñe políticas que vuelquen enormes esfuerzos en dotar de un contexto favorable a jugadores, entrenadores y clubs, y que se olviden del colectivo arbitral que, de hecho, es quien los representa durante el juego. Hay modelos en otros deportes que funcionan muy bien. Dado que el fútbol y el rugbi tienen las mismas raíces y se desarrollan en el mismo contexto, esto nos habilita para poder establecer comparativas entre ellos.

En el rugbi, aparte de los cuatro árbitros de campo, está el árbitro de vídeo. Su función es ayudar al árbitro principal a decidir la concesión de un ensayo en caso de dudas. El árbitro detiene momentáneamente el juego y por los auriculares que los conectan le pide consejo a su compañero de vídeo, que de forma inmediata revisa una y otra vez la imagen. Cuando tiene la evidencia le devuelve a su compañero de campo algo parecido a un: «Te sugiero que concedas el ensayo»; o bien: «Te sugiero que reinicies con una melé a cinco metros a favor de los azules». De hecho, el asistente de vídeo sugiere, porque la decisión final es la del juez único. ¿Se imaginan si en el fútbol el árbitro pudiera, en 30 segundos, determinar de forma irrefutable la validez de un gol fantasma, o no conceder un gol por manos previas del delantero, o...?

Pero aún hay más. Los niveles de máxima transparencia se reflejan en que los espectadores pueden adquirir, a la entrada del estadio, un transmisor de radio sintonizado en la misma frecuencia que el de los árbitros. Sí, sí, tal y como lo leen: los espectadores pueden escuchar las conversaciones que mantiene el árbitro con sus ayudantes y con los jugadores. Les aseguro que oírlos es toda una lección de educación y respeto deportivo. ¿Se imaginan cómo cambiaría la conducta de jugadores y árbitros de fútbol si todos pudieran escuchar lo que dicen?

En las competiciones de alto nivel de rugbi, un equipo de árbitros analiza meticulosamente las imágenes del partido que acaba de terminar. ¿Su misión?: detectar cualquier acción de juego sucio o juego violento que haya pasado fuera del control de visión del árbitro o de sus asistentes, y estos no lo hayan penalizado durante el encuentro. Si se da el caso, el jugador en cuestión es sancionado ipso facto, con la inhabilitación para disputar el número de partidos que le correspondan en base a la proporcionalidad de la infracción. ¿Se imaginan en el fútbol si el codazo en la nariz, la patada a traición o la exagerada teatralización de una agresión inexistente pudieran ser sancionadas a pesar de haber sido cometidas 30 metros a la espalda del árbitro?

Como sucede en el balonmano, cuando un jugador de rugbi es sancionado con una tarjeta amarilla, por faltas técnicas reiteradas propias o del equipo, queda inmediatamente excluido durante 10 minutos. Así se evidencia cómo una mala conducta individual perjudica al colectivo. ¿Saben los puntos que se consiguen durante las inferioridades? En el fútbol, cuando el árbitro decide amonestar a un jugador con tarjeta amarilla, eso no tiene ninguna repercusión directa e inmediata ni sobre el jugador infractor ni sobre su equipo. Por lo tanto, se transmite el mensaje de que sus compañeros pueden extralimitarse al menos una vez cada uno y se pasa toda la presión al árbitro, que es quien finalmente debe gestionar el complicadísimo juego de la compensación. ¿Se imaginan la cantidad de faltas intencionadas que se ahorraría el fútbol si cuando el árbitro enseñara la tarjeta amarilla el equipo se quedara con 10 jugadores durante 10 minutos?

Quizá algún día los ayatolás del fútbol pensarán de verdad en preservar la esencia de este juego.