LA JORNADA DE LIGA

Incómodos en casa

El Barça marca su primer gol liguero en el Camp Nou y gana al Sporting en un triste partido

Xavi recorta ante el jugador del Sporting Matabuena  en presencia de Keita, ayer.

Xavi recorta ante el jugador del Sporting Matabuena en presencia de Keita, ayer.

DAVID TORRAS / Barcelona

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Acostumbrado a pasearse por casa y a darle un meneo a los invitados en la puerta de entrada, antes casi de saludarles, el Barça se ha convertido de repente en un cómodo anfitrión, empeñado en recibir con una alfombra a quienes le visitan. Al Hércules le permitió incluso que se marchara con un regalo que la pasada temporada no le entregó a nadie. Ayer, el Sporting se fue de vacío, pero tuvo que despedirle a toda prisa, mirando el reloj, impaciente, harto de tenerle merodeando por el pasillo a ver si encontraba algo que llevarse. Un gol de Villa (minuto 49) liquidó un partido ingrato que acabó entre suspiros, con Guardiola desesperado y el equipo partido (1-0).

Tras el subidón de la Champions,

con el Panathinaikos, y la hegemonía futbolística exhibida en el Calderón, llegó una bajada de tensión. Como si los más modestos fueran los más hábiles a la hora de pillarle el truco al campeón, el Sporting se metió en la piel del Hércules. No jugó igual pero se las hizo pasar canutas. Dos partidos en casa y un gol, una estadística tan irreconocible como el juego exasperadamente lento, plano y burocrático que exhibió. El Camp Nou acabó mirando el reloj, pero no para desear que los minutos se eternizaran. Ayer, y sin que sirva de precedente, los culés empujaron temorosos las manecillas para que acabara cuanto antes.

LENTO Y SIN CHISPA / Lejos de rendirse, el Sporting cavó una trinchera, listo para el asedio, y bajo un orden admirable obligó al Barça a un avance terriblemente lento, suficiente para verle venir. Sin pizca de chispa, sin nada con lo que sorprender, moviéndose palmo a palmo, en un ataque demasiado ortodoxo frente a un enemigo al que solo le quedaba esperarle, en un ir y venir que no condujo nunca a nada. Faltaba el factor imprevisible, una escaramuza, un ataque zigzagueante que dejara atrás a unos cuantos defensas, alguien que se infiltrara entre líneas, y ahí era inevitable echar un vistazo al palco y echar de menos a Leo Messi. Tal vez no sea justo hacerlo porque con él ocurrió lo que ocurrió frente al Hércules, pero la suya nunca será una ausencia cualquiera, y más cuando las cosas no funcionan.

Y no funcionaban. A la tela de araña tejida por Preciado se añadía la tendencia azulgrana de jugar por el centro. Por más que Guardiola insistiera en su obsesión de abrir el campo, más necesaria que nunca, Bojan y Villa andaban a menudo amontonados, uno al lado del otro, y por ahí no había un hueco por donde colarse. Ni siquiera Iniesta, la mejor pieza actuando entre líneas, pudo provocar alguna desconexión en ese sistema, aunque a los ocho minutos tuvo en la pierna derecha la opción de repetir el gol del Mundial. Idéntico. El pase, el control, el bote y el disparo cruzado, la mano del portero... Todo igual menos el resultado. Esta vez, el toque del portero sí sirvió para despejarlo a córner. Igual que el día del Hércules, con aquel remate de Bojan, el partido discurrió por un camino muy distinto. De estar tranquilo a ver pasar los minutos nerviosamente en medio de ese aire de impaciencia que se palpa en el Camp Nou por más que la grada intenta silenciarlo.

CAMBIO DE DIBUJO / Había que cambiar algo y Guardiola lo hizo. La obligada sustitución de un Puyol tocado por Piqué y la entrada de Pedro, el agitador, por el funcionarial Keita. La puesta en escena ya denotaba una ligera variación con un dibujo más abierto, en el que Villa ganó su posición de delantero centro. Fue él quien se escapó, favorecido por un extraordinario pase de Alves y la indecisión de la defensa, la única. Y en el mano a mano, al fin, encontró lo que llevaba buscando desesperadamente, con una obsesión que complica todavía más su adaptación.

El gol despejó los fantasmas, el juego mejoró, pero nunca llegó a encontrarse cómodo el Barça. Sin cerrar el partido, se condenó a un sufrimiento innecesario, como en el Calderón, aunque ayer le faltó más gol. ¿Sin Messi será siempre así?