ENTREVISTA CON EL ESCRITOR EN SEPTIEMBRE DEL 2010

Patrick Modiano: "Francia vive un clima que recuerda Vichy"

Toda una institución de las letras francesas, el autor de 'El pedigrí' indaga en la memoria y los recuerdos en 'El horizonte'

Patrick Modiano.

Patrick Modiano.

ELIANNE ROS / París

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Modiano abre tímidamente la pesada puerta de su  piso en Saint-Germain-des-pres. Un piso antiguo, amplio, con molduras en el alto techo. Las paredes están forradas de libros. Se respira una paz sobrecogedora. Jersey rojo a juego con los calcetines y el sofá del luminoso despacho. Frente a la gran ventana que da a un jardín interior, el autor de La calle de las tiendas oscuras, En el café de la juventud perdida y El horizonte (Anagrama / Proa), su nueva novela, habla de su obra sin mirar el reloj y, poco dado a comentar la actualidad, rompe su silencio para expresar su malestar ante las expulsiones de gitanos.

-¿Cómo nació El horizonte?

-Tenía una imagen en la cabeza. Alguien que esperaba a alguien salir de un despacho a las siete de la tarde. Siempre parto de una escena precisa. Esto a veces me produce angustia, tengo miedo de coger el camino equivocado...

-¿Angustia?

-Es como conducir un coche e ir descubriendo la ruta a medida que avanzas. Hay momentos de descorazonamiento, en los que tienes la sensación de conducir a ciegas. Es extraño...

-En El horizonte y en toda su obra está muy presente la memoria de las personas y sus mecanismos. ¿Es un elemento clave de su literatura?

-Lo que más me atrae es el lado misterioso de la memoria. Los recuerdos son muy enigmáticos. Hay gente que has conocido de forma furtiva y te preguntas qué ha sido de su vida. Y hay cosas que no recordamos, y de repente aparece una vaga imagen.

-La memoria puede ser engañosa...

-...Y turbadora. Hay recuerdos que ocultan a otros. A veces te das cuenta de que has sido testimonio de un fragmento de la vida de alguien que quisiera suprimir esa parte de su existencia. A medida que pasa el tiempo ves que hay muchos caminos en la vida que no has cogido ¿es espantoso, no?

-En El horizonte o El café de la juventud perdida, los personajes femeninos son como fantasmas que se escapan, evanescentes. ¿Tiene algo que ver con su visión de la mujer? 

-Es difícil para mí construir un personaje muy realista. Lo que me estimula es que guarden cierto misterio. No solo las mujeres. Quizá esté relacionado con las impresiones que tuve entre 17 y los 20 años. Pesaba como una suerte de amenaza, la impresión de hacer cosas a las que no tenías derecho. Sin hacerlo expresamente, busco los trazos de gente que esta desapareciendo.

-¿Esa vocación detectivesca le viene de la novela policiaca?

-Hay un lado policiaco, sí, los detectives siempre están a la búsqueda de alguien. Pero me interesa utilizarlo para explorar temas como la amnesia y la búsqueda de la identidad.

-¿La identidad como judío?

-Soy producto de una mezcla extraña. Nunca me he sentido estrictamente judío. Mi padre se halló metido en esta categoría bruscamente, por la guerra.

-Sus personajes tienen nombres curiosos.

-Muchos son nombres de personas reales, de gente que he conocido o que sale en viejos listines telefónicos. Les robo el nombre. No entiendo por qué, espero tener noticias de ellos, que me den una señal de vida, pero desgraciadamente nunca pasa. Es como tirar una botella al mar.

-En la era de internet parece más fácil encontrar a las personas.

-A veces busco sus nombres en la red pero me remiten a mis novelas. Es horroroso, como si hubiera aspirado a la persona.

-Su París siempre está ambientado en los años 40 o 60...

-Soy prisionero de la fuerte impresión que tuve paseando de joven por París, a finales de los 50. No es nostalgia. Es un París intemporal. Para mí París es algo interior.

-Ya no escribe en los cafés, ¿no le inspiran los de hoy?

-Ahora todo es más uniforme, los cafés de París también. Prefiero escribir en casa. Debo ser el único escritor que aún utiliza pluma. Hay algo de abstracto en la escritura, pero hacerlo a mano sigue siendo algo físico, concreto, el ordenador me da la impresión de estar desconectado.

-Los garajes forman parte de sus obsesiones de infancia?

-Efectivamente, el azar hizo que una mujer a la que era confiado a menudo me llevara siempre a los garajes. Las sensaciones, el olor de gasolina, las vidrieras por donde entraba la luz exterior... todo eso me marcó.

-¿París pierde interés novelesco? 

-Ahora paseo por la ciudad para ir a ver algo preciso. Barrios como Saint Germain-des-pres, me dan una impresión extraña. Es como si a tu perro lo vieras de repente disecado. Algunos barrios es como si los hubieran vaciado. Las librerías han desaparecido, hay las mismas tiendas en todos lados. El universo novelesco hay que buscarlo lejos del centro.

-Tras Un pedigrí, su novela más autobiográfica, ¿siente que ha exorcizado sus heridas? ¿Le marcó?  

-Me sirvió para evacuar cosas que me pasaron pero que a la vez me eran extrañas. Marcó una línea. Tengo la sensación de que cada libro es una huida hacia delante para tener el campo libre, desembarazarme de cosas...

-¿Qué significa lo modianesco?

-Que algo se repite, puede ser irónico y también un cumplido. Inconscientemente repito el mismo libro.

-Se mantiene al margen de la vida social y la actualidad. ¿No necesita opinar sobre temas como la política del Gobierno hacia los gitanos?

-No conozco a mucha gente de mi generación y los escritores son opacos unos con otros. Una vez se encontraron Proust y Joyce y apenas supieron qué decirse. Sobre la actualidad, con esto de los gitanos noto un clima pesado, extraño, que no se había producido antes. Hay periodos en los que los escritores y artistas deben tomar posición. Los políticos franceses tenían tradicionalmente un bagaje cultural, pero estos son de otra especie, muy tecnócratas. Todo esto que pasa me recuerda Vichy.