crítica

'Astro Boy', en misa y repicando

N. S.

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Cada generación verá en Astro Boy una película distinta. El público joven la percibirá como una aventura excitante llena de destructivas batallas y humor inocuo. A sus padres van dirigidos la animación efervescente que recuerda el estilo gráfico de los años 50, las referencias a Immanuel Kant, Descartes, Trotsky, la ley de robótica de Asimov y La parada de los monstruos -«¡Uno de nosotros, uno de nosotros!»¿ y el esfuerzo del director David Bowers por plantear temas adultos: el arrepentimiento, la alienación, las tensiones de clase y un mensaje ecologista -Metro City es una utopía futurista que se cierne sobre las nubes y que vierte basura sobre quienes viven bajo ellas- que evoca poderosamente a Wall-E.

La consecuencia más llamativa de esta multiplicidad de significados y enfoques es la confusión tonal. Las connotaciones oscuras de la historia nos empujan en una dirección, mientras que la insistente alegría del niño-robot protagonista, probablemente motivada más por criterios comerciales que por coherencia psicológica, nos desvían en otra totalmente distinta.

Los problemas de guión también se traducen en la estridencia de sus mensajes políticos y en una carga sensiblera que pretende involucrar emocionalmente al espectador pero que para ello se sirve de personajes unidimensionales o incluso incoherentes -el propio Astro deja inmediatamente de lado sus nobles principios morales en las secuencias de acción--. Eso sí, en sus mejores momentos la película exuda un refrescante aire miyazakiano, especialmente durante los vuelos aéreos del héroe.