La recuperación de un histórico espacio cultural

El nuevo viejo Lliure

La fachada pintada del Lliure de Gràcia, en la calle de Montseny, 47.

La fachada pintada del Lliure de Gràcia, en la calle de Montseny, 47.

JOSÉ CARLOS SORRIBES / Barcelona

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«Nos vamos a Montjuïc, pero volveremos aquí». Lo dijo Fabià Puigserver poco antes de morir, en 1991, justo en el sitio donde los responsables del Teatre Lliure oficiaban ayer de emocionados anfitriones en la presentación de la remodelada sede de Gràcia. Acertó en su predicción el fundador, alma y corazón del histórico teatro en sus días más delicados. Siete años después del cierre de la sala, al viejo Lliure solo hay que quitarle el polvo y afinar detalles para que reluzca en su reapertura oficial. Será el día 30 con Gata sobre teulada de zinc calenta, adaptada y dirigida por Àlex Rigola, que ya puede descansar tranquilo. Él fue el director del teatro que bajó la persiana el 3 de noviembre del 2003 por motivos de seguridad y una urgente necesidad de acondicionar el edificio de la calle de Montseny, sede de la cooperativa La Lleialtat de Gràcia.

DONACIÓN / El arquitecto Francesc Guàrdia ha dirigido una remodelación que se demoró más de la cuenta por la falta de consenso entre las administraciones. El proceso se desencalló, dijo Rigola, gracias a la intervención del Ayuntamiento y en especial del delegado de Cultura, Jordi Martí. Una aportación extraordinaria de 1.400.000 euros del consistorio, a partir de fondos de los ministerios de Economía y Cultura, permitió hacer frente a los 3,5 millones de unas obras que se iniciaron en diciembre del 2007, cuando se acallaron las voces que apuntaban que la gran sede de Montjuïc era más que suficiente. La donación del edificio por la cooperativa fue otro paso adelante. Su veterano presidente, Joaquim Gubern, escuchó ayer cómo Rigola elogiaba su generosidad. «Será el primero que entrara en la sala el día del estreno», avanzó.

Esa reforma se hizo bajo el criterio de que fuera respetuosa con el pasado. Nada de echar abajo las paredes y levantar otro edificio. La fachada reluciente, pintada, es la de siempre. El vestíbulo sí es más amplio y funcional. «Es un reencuentro con nuestra historia y raíces», dijo Antoni Dalmau, presidente de la fundación del Lliure. «La idea era que recordara lo que había sido esta sala», apuntó el arquitecto.

El empeño ha sido compatible con una seña de identidad del viejo nuevo Lliure. Rigola pidió al artista plástico Frederic Amat, otro histórico y patrono, una intervención en la emblemática escalera de acceso al primer piso, donde se halla el teatro propiamente dicho. Amat le ha dado una «piel» a partir de una instalación permanente con un degradado de lágrimas de cerámica roja. El mural lleva el título de Pluja de sang sin mayores connotaciones narrativas, dijo Amat, quien recordó a Puigserver. «Siempre decía que cuando el público entra en un teatro ha de ser consciente de lo hace en un lugar de sueño, celebración y revelación. En ese tránsito ha de limpiar su cotidianeidad».

TAMAÑO MEDIO / En ese primer piso la nueva sala tendrá una capacidad para 250-300 espectadores y era ayer un espacio desnudo, de tonos oscuros como siempre y el techo algo más alto, porque se quiere mantener en secreto la escenografía del espectáculo inaugural. La rehabilitación mantiene ahí también la sala de los espejos y el bar. Y las gradas ocultarán un montacargas imprescindible. Antes, las escenografías se cargaban a peso por la escalera. Eran tiempos heroicos.