Entrevista con el bailarín

Gil Roman: "Béjart está en mi corazón"

Gil Roman y Maurice Béjart (derecha), en una foto de archivo.

Gil Roman y Maurice Béjart (derecha), en una foto de archivo.

MARTA CERVERA
CARCASONA

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Gil Roman es el heredero artístico de Maurice Béjart (1927-2007). Entró como bailarín en la mítica compañía Ballets du XX siècle, precursora del Béjart Ballet Lausanne, en 1979, y acabó convirtiéndose en la mano derecha del aclamado coreógrafo marsellés. Su misión es perpetuar el espíritu y la obra de Béjart de quien el Festival de Peralada repone, hoy y mañana,Le presbytère, un electrizante canto a la vida que combina el rock sinfónico de Queen con el sonido mágico de Mozart.

–¿Cómo es la compañía de Béjart ahora que él no está?

–Maurice está en mi corazón y, en escena, sigue vivo a través de los bailarines. Hasta en mis propias coreografías se nota su presencia. Sé lo que Maurice quería expresar. Lo importante es transmitir la esencia de sus creaciones, de su filosofía, no reproducir unos pasos.

–¿Cómo han sido estos tres años sin el maestro?

–Duros. He tenido que luchar para que la compañía siguiera adelante. Ha habido gente que ha querido enterrarnos y otros nos han tendido la mano. Seguimos adelante porque la vida sigue. Hay que seguir evolucionando, manteniendo viva la memoria de Béjart a través de su repertorio, pero también creando piezas nuevas. En sus ballets siempre había vida y muerte porque, como él decía, nacemos y morimos cada día.

–Le Presbytère se estrenó en 1997. ¿Cómo soporta el paso del tiempo?

–La obra tiene hoy una nueva dimensión porque latroupe es diferente y porque todo evoluciona y se transforma. Yo diría que hoy es mejor que nunca. Respecto a la coreografía, no he tocado ni una coma del original, pero el ritmo y la mirada son los míos, son los de hoy.

–Las propuestas de Béjart eran conceptuales. Le presbytère es un canto a la vida y un homenaje a Jorge

Donn y a Freddy Mercury, ambos muertos a causa del sida. ¿Usted también parte de un concepto?

–No. Mi manera de crear es muy distinta ya que él era conceptual y yo no. Voy al estudio sin tener nada preparado. Me inspiran la poesía y el mundo onírico. Trabajo en función del material que tengo, de mis bailarines. Intento sacar lo mejor de ellos, exprimir todo su potencial. Más que una idea, mi punto de partida es la materia de la que dispongo.

–¿Y la música?

–EnAria, mi última coreografía, he recurrido a músicos de hoy para elaborar la banda sonora. Así suena más próxima. Prefiero incluir sonidos actuales antes que recurrir a piezas grabadas que se apoyan en la memoria. Mis obras huyen de eso.

–¿Cómo definiría su estilo?

–No me gustan las etiquetas. La danza no es ni clásica ni contemporánea, ni azul ni verde. Danza solo hay de dos tipos: buena y mala.

–Usted ya dirigía la compañía mucho antes de morir Béjart.

–Hace 30 años que entré en esta compañía y los últimos 15 de su vida la dirigí junto a él. Mi misión es perpetuar su memoria a través de su repertorio y mantener su espíritu vivo.

–¿Lo está?

–Claro, porque Maurice está en mi y a través de mí se prolonga en escena con los bailarines, muchos de los cuales llevan años en la compañía. También su huella se nota en mis propias creaciones. Maurice está más presente que nunca a través de la danza, de las coreografías y de todo lo que nos ha enseñado.

–Por cierto, ¿usted sigue bailando?

–Cada vez menos, ya tengo 49 años. Hace unas semanas lo hice en Lausana, pero ya he bailado mucho y es hora de pasar el testigo a otros. Estoy traspasando mis roles. El que interpretaba enLe Presbytère lo asume ahora Oscar Chacón, magnífico bailarín. ¡Pero ojo! En esta compañía no hay estrellas, sencillamente hay gente que baila mejor que otra y por eso asumen más papeles.

–¿Qué debe tener un bailarín para entrar en la compañía?

–Mucho oficio o mucha pasión por la danza. No me importa la edad que tenga. En la compañía hay de todo, desde jóvenes de 18 años a viejos como yo de 49. La edad no importa, pero sí el espíritu. Si uno tiene pasión y está dispuesto a trabajar duro y a darlo todo, tiene sitio entre nosotros. El ritmo es duro. Trabajamos muchísimo, bailamos numerosos programas diferentes y vamos incorporando obras nuevas. Hay que alimentar y retar a los bailarines.