Entrevista con el Director de orquesta

Zubin Mehta: "Pau Casals es el Picasso musical del siglo XX"

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CÉSAR LÓPEZ ROSELL

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Una de las batutas más carismáticas del mundo de la música clásica aterriza hoy en Peralada, donde dirigirá a la Orquestra de la Comunitat Valenciana, titular del Palau de les Arts, en un concierto monográfico con las obras de Richard StraussDon QuijoteyEin hendenleben(Vida de héroe). Zubin Mehta (Bombay, India, 1936) llega un día antes de iniciar sus vacaciones y dos después de dirigir, en Tel Aviv, a la Filarmónica de Israel, de la que es director vitalicio, en un programa que incluía obras de Vivaldi y Mozart, y tras abordarIl trovatoreyRigolettode Verdi. Nada parece mermar el caudal de energía que desprende el maestro, recientemente galardonado en Madrid con el Premio Yehudi Menuhin a la Integración de las Artes y las Letras.

El director indio, alineado desde una postura crítica con el pueblo y la cultura israelís, ha cumplido 74 años, pero la fuerza de sus gestos y de su intensa y profunda mirada desmienten la aparición de cualquier signo de fatiga. No piensa en absoluto en la jubilación, sino en sus nuevos proyectos.

La pasión por su trabajo le ayuda a recargar las pilas para poder simultanear sus compromisos con Valencia, la Filarmónica de Israel y otras formaciones como la de Los Ángeles. Además, asume responsabilidades en el Maggio Musicale de Florencia y la Ópera Estatal de Baviera, y atiende la Mehli Mehta Music Foundation de Bombay, donde 300 jóvenes reciben cada año formación musical. Y eso no es todo. También está dedicado al proyecto Mifneh, destinado a niños árabes e israelís.

–Vuelve a Peralada 12 años después de su concierto con la orquesta de Israel.

–Es una cita muy excitante porque vengo con la formación del Palau de les Arts. Y lo hago con un doble programa de Strauss que pocas orquestas están capacitadas para interpretar con garantías.

–¿Dónde está su dificultad?

–En que no solo se necesita un grupo de calidad, sino solistas de mucha talla como el violonchelista Giorgui Anichenko y la viola Julia Málkova. Este programa lo hice hace años con la Filarmónica de Viena, precisamente porque disponía de buenos instrumentistas.

–No es fácil que una orquesta cuaje en solo cuatro años.

–Hay que felicitar a Lorin Maazel, que supo elegir bien a los músicos, tanto a los de fuera como a los españoles, y consiguió crear una formación muy equilibrada. Si no hubieran estado preparados, yo no hubiera aceptado abordar con ellos laTetralogíade Wagner. Y ahora han hecho una maravillosa inmersión con Strauss. En la óperaSalométocaron como dioses.

–¿No hay choques en la gestión con dos directores de la misma talla en el teatro?

–Es una situación ideal. Los tiempos en el foso están bien repartidos y la orquesta está siempre bien atendida. Los dos colaboramos muy bien porque tenemos una misma concepción del sonido.

–Hace unos días dirigió un concierto de la Filarmónica de Israel ante 10.000 personas en la frontera de Gaza. ¿Que pretendía?

–Presionar a Hamás y también al Gobierno israelí para que se agilicen las negociaciones destinadas a conseguir la visita de la Cruz Roja al soldado israelí Gilad Shalit, retenido e incomunicado desde hace cuatro años en Gaza. También pensé en las madres palestinas que tiene a sus hijos en las cárceles de Israel, pero la diferencia es que ellos sí son visitados por la institución sanitaria y humanitaria y además pueden, si quieren, seguir estudios para adquirir una formación que les será útil cuando salgan de la prisión.

–El asalto a la flota de la libertad no ayuda a este y otros propósitos pacifistas.

–Esa fue una torpeza inexplicable, una reacción desproporcionada ante la sospecha del contenido del cargamento de esa flota. Tal vez si el destino del mismo hubiera sido a otras zonas palestinas no controladas por Hamás, no se habría producido tan dramática situación, pero eso no la justifica. Aunque hay algo que quiero decir.

–Explíquese.

--Soy muy crítico con lo que ha pasado con Gaza, pero la gente olvida que este territorio está controlado por una organización que quiere la destrucción de Israel. El problema no está en los palestinos que viven allí, sino en quien los gobierna.

–¿Qué se puede hacer para encontrar la salida a esta situación?

–Seguir tendiendo puentes de diálogo, aunque sea a través de intermediarios neutrales. Hay que buscar la fórmula para que los enemigos hablen entre sí de sus reivindicaciones, evitando el radicalismo de minorías influyentes. También es necesario perseverar en un sistema educativo que ayude a aceptar al que tienes por vecino y a desterrar poco a poco el odio.

–De hecho, usted lidera un proyecto integrador.

–Así es. En las tres escuelas del proyecto pedagógico musical de Mifneh los niños árabes y judíos estudian juntos y cada uno se expresa en su idioma sin problemas entre ellos. Pero tengo que decir que la mayoría de israelís no hablan árabe. Deberían aprenderlo, porque muchos árabes que viven en el país sí se expresan en hebreo.

–¿Sigue creyendo en el poder terapéutico de la música?

–La música puede con todo. Y se ha demostrado repetidamente que solo su belleza es capaz de unir los sentimientos de gente con ideologías y posiciones opuestas.

–¿Qué sinfonía interpretaría para celebrar la paz?

–No hay una música específica para eso. LaPastoralde Beethoven es tan buena como laSinfonía fantásticade Berlioz. O cualquier partitura de Brahms o Mozart. Lo importante es la gente y su disposición para compartir sentimientos.

–Acaba de recibir un premio con el nombre de Yehudi Menuhin. ¿Qué legado le dejó esta gran figura?

--Mi padre trabajó con él en la India y estuvo ocho días en nuestra casa. Toqué con él los conciertos para violín de Bach y, después, cuando era director en Montreal y en Los Ángeles, fue uno de mis solistas. Escuchar su violín fue siempre una lección para mí.

–Usted ha conocido a otros grandes personajes de la música, entre ellos Pau Casals. ¿Qué recuerdos tiene de sus encuentros con él?

–Imborrables. Lo conocí a través de mi padre y el flautista Francesc Casanova. Era un músico fantástico, el mejor español del siglo XX, comparable a otras figuras del arte de este país. Algo así como el Picasso de la música. O, si lo prefiere, equiparable en proyección a Miró o Dalí. No hace mucho dirigí en el nuevo Auditori de Barcelona. ¿Por qué no lleva su nombre?

–Se lo han dado a la sala principal.

–No me parece un homenaje suficiente para un artista tan representativo de Catalunya. ¿Sabe que después de un concierto en su festival de Puerto Rico le vi llorar tras escuchar, precisamente, elDon Quijote?. Entonces le pregunté: «¿Maestro, que le ocurre?». Y respondió: «Me he emocionado al recordar que el propio Strauss me dirigió en este poema sinfónico».

–Siempre ha tenido predilección por los artistas catalanes.

–Trabajé mucho con ellos durante una época. Y es que, aparte de Domingo y Kraus, la mayoría de los cantantes de talla con los que me relacionaba en recitales o producciones de ópera eran catalanes: Carreras, Aragall, Caballé...

–La reciente apoteosis de Domingo con Simon Boccanegra tras superar un cáncer de colon, ¿le sitúa como el mejor de la historia?

–A Plácido le conocí también en Puerto Rico. He seguido su carrera y no encuentro a nadie con una fuerza y una musicalidad como la suya, ni con esa capacidad para afrontar un repertorio tan variado. Caruso era extraordinario, pero no cantaba en 15 lenguas diferentes, ni llegó a hacer tantos papeles. Además de ser amigos, desde mucho antes del experimento de los Tres Tenores, compartimos aficiones como el fútbol y somos fans de los Lakers y Pau Gasol. Me hizo feliz el triunfo de España en el Mundial.

–Lleva ya cinco óperas de Wagner con La Fura. ¿Cuál es el secreto de su fructífera colaboración?

–La coincidencia en la sensibilidad creativa y la gran fluidez y respeto al trabajo del otro con el que abordamos cada proyecto. Carlüs Padrissa tiene un espíritu aventurero, innovador y lleno de fantasía. Y cuenta con un equipo muy compenetrado, con gente como el fantástico videocreador Franc Aleu o el imaginativo diseñador de robots Roland Olbeter. Saben conectar muy bien con los gustos del público y hemos tenido muy buenas críticas.

–Menos en el Tannhäusser de la Scala de Milán, recibido con división de opiniones.

–Pero eso fue solo el primer día. Al público le gustó porque este montaje, con un primer y tercer actos realmente espectaculares, es una fiesta para los sentidos. Y el hecho de que lo ambientaran en el Rajastán fue como un pequeño homenaje a mi país natal.

–Ahora harán juntos Turandot en Múnich. ¿Resistirá el montaje las comparaciones con la monumental producción que usted dirigió en la Ciudad Prohibida de Pekín?

–¡No tendrá nada que ver! Todavía no puedo avanzar cómo será, pero la imaginación de Padrissa es enorme y puede ir en cualquier dirección, como la cola de un cometa. Seguro que volverá a sorprenderme.

–Sin dinero, ¿peligra la clásica?

–La música culta no da beneficios, por eso necesitamos a los mecenas y a los gobiernos. Si estos facilitaran con una ley de mecenazgo las desgravaciones por invertir en cultura, la gente se animaría. Un país se mide por el respeto a sus raíces culturales y hay que preservarlas para que no pase como en Italia, donde la nefasta política de Berlusconi parece haber olvidado que allí nació parte de la cultura musical europea de la que hoy disfrutamos.

–El recorte de la subvención del Gobierno valenciano al Palau de les

Arts, ¿pone en peligro el proyecto?

–Hemos sido previsores para enfrentarnos a la crisis, pero me pregunto por qué el Teatro Real y el Liceu reciben, respectivamente, 18 y 14 millones de subvención del ministerio y nosotros solo uno. Estoy a favor de que los dos teatros tengan la ayuda que merecen, pero el trato es discriminatorio. Olvidan que, además de la temporada, en Valencia organizamos el Festival del Mediterráneo.

–¿Las modas podrán con los clásicos?

–Autores como Bach y Mozart nunca morirán, como tampoco lo harán Leonardo da Vinci y Miguel Ángel. O Sinatra, que ya es un clásico en su género.

–¿Ha aparcado definitivamente su sueño de dirigir a la Filarmónica de Israel en los países árabes vecinos?

–La situación política lo hace difícil, pero sigo con la idea de dirigirla algún día en Ammán, El Cairo, Bagdad, Gaza o Ramala. También me gustaría interpretar, aunque fuera solo una obertura, a Wagner en Israel. Ya lo intenté hace años con el preludio de Isolda, pero hubo un gran rechazo. En el futuro sucederá, pero ahora es difícil porque todavía hay supervivientes de los campos de concentración nazis con los números de prisioneros marcados en los brazos. Y hay que respetar estos sentimientos.

–La nueva generación de directores ¿mantendrá a la altura la herencia de los grandes maestros?

–Hay gente muy preparada y con mucho talento, como Gustavo Dudamel o el futuro director de nuestra orquesta en Valencia, Omar Wellber. Les falta aún la experiencia que dan las oportunidades como la que yo tuve en la Filarmónica de Los Ángeles, donde estuve 16 años dirigiendo y completando mi formación. Pero hay que darles tiempo para que completen su recorrido.

–¿Qué haría si pudiera dar marcha atrás?

–Cambiaría algún comportamiento de mi vida personal, pero daría por bueno lo que he hecho en el terreno musical.