CRÓNICA

El crisol de Europa

Minúscula, de la mano de Valeria Bergalli, celebra sus 10 años con una colección en catalán y el tercer volumen de los 'Relatos de Kolimá'

El traductor Ricardo San Vicente y la editora Valeria Bergalli, el martes, en el jardín del Ateneu Barcelonès.

El traductor Ricardo San Vicente y la editora Valeria Bergalli, el martes, en el jardín del Ateneu Barcelonès.

OLGA MERINO

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Siempre hay un posible porqué. El abuelo de Valeria Bergalli, fundadora de la editorial Minúscula, y buena parte de su familia materna provienen de Trieste, mítica frontera literaria donde James Joyce fraguó elUlisesy donde el azar se conjuró para que nacieran autores como Italo Svevo, Umberto Saba y Claudio Magris. Trieste, gran puerto en el Adriático del imperio austrohúngaro, es una encrucijada de caminos donde convergen las culturas germana, italiana y eslava, y puede que esa coctelera geográfica explique la coherencia y el espíritu del catálogo, con 60 títulos muy escogidos, que la editorial ha ido forjando desde la modestia exigente.

Todo comenzó hace una década, cuando Bergalli, con el pequeño capital de una herencia, se metió en el enredo de echar libros a volar. «En aquel momento –explica–, había cierta uniformidad en las librerías. Por un lado, estaban los grandes grupos y, por otro, las editoriales medianas muy consolidadas. Sentí que unos y otras no satisfacían por completo al lector inquieto». La editora intuyó entonces la eclosión de pequeñas empresas, independientes y con criterio, que sobrevino poco después. Algunas sucumbieron en las trincheras de la batalla.

Microclimes, en catalán

Aunque la efeméride exacta se cumplirá en otoño, la editorial viene celebrando su décimo aniversario desde hace un par de meses. En marzo lanzó una nueva colección en catalán, Microclimes, que se estrena con dos títulos que ya había publicado en castellano:L'illa,de Giani Stuparich, yVerd aigua,de Marisa Madieri. «Ahora cuento con dos traductoras excepcionales, Anna Casassas y Marta Hernández Pibernat. Con anterioridad no me habría sentido segura para editar en catalán», comenta Bergalli. Como proyecto lejano resta la publicación de poesía.

Minúscula prosigue los festejos –es un decir, porque aquí la fiesta consiste en riesgo y reto– con la publicación de la tercera entrega deRelatos de Kolimá, El artista de la pala, de Varlam Shalámov (Vólogda, 1907 – Moscú, 1982). Una obra absolutamente demoledora que se edita por primera vez de forma íntegra en castellano y según la estructura que concibió el autor, en seis ciclos.

En total serán unas 2.000 páginas, un inventario minucioso del horror en los campos de trabajo soviéticos. La tirada es de unos 3.000 ejemplares por título, y parece que en la Feria del Libro de Madrid los tres primeros se están vendiendo bien.

«La idea es publicar un volumen por año para ir distribuyendo el veneno en el tiempo», comenta con cierta ironía Ricardo San Vicente, que sigue inmerso en la traducción del ruso; ahora mismo está trabajando en el tomo cuarto. La tarea debe de ser agotadora porque cada párrafo de Shalámov es un puñetazo en el diafragma. «A menudo la transmisión del dolor pasa por lastimar al lector», razona San Vicente, profesor de traducción y literatura rusa en la Universitat de Barcelona.

El infierno del gulag

Shalámov llegó a encadenar 17 años de su vida en el infierno blanco del gulag, en el extremo oriental de Siberia, por el presunto delito de considerar el estalinismo una mutación maligna de la idea primigenia que inspiró la revolución. Ya desde las primeras líneas del primer tomo, el lector atisba las proporciones de la pesadilla que se le avecina: «Un hombre echa a andar, suda y blasfema, avanza sin apenas poder mover los pies, hundiéndose a cada instante en la esponjosa y profunda nieve». Frío extremo, hambre, el trabajo extenuante en las minas, la progresiva deshumanización de los presos. «Al final del hombre solo queda el odio», explica el profesor San Vicente.

A diferencia de Aleksándr Solzhenitsin, autor deArchipiélago Gulag, «en la obra de Shalámov no hay discurso moral ni catarsis alguna». «El hecho literario –agrega– es el único consuelo. Porque, a pesar de la inutilidad del esfuerzo de escribir, el autor no podía dejar de hacerlo». Si Minúscula nació con el empeño de editar libros que dejen rastro,Relatos de Kolimácumple con creces. «Nadie es igual después de haber leído a Shalámov», dice Bergalli. Cierto.