Código europeísta

El primer ministro belga, Elio di Rupo, en un acto de su partido.

El primer ministro belga, Elio di Rupo, en un acto de su partido.

CARLOS MUÑOZ

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El código genético belga esta impregnado de europeísmo. Los hay que piensan que la UE es una institución regida por una burocracia elefántica que se ocupa con igual interés de  reglamentar las bombillas de baja energía que de luchar contra el paro. Para otros es un nido de eurócratas bien pagados, la tierra de los lobis, el símbolo del autoritarismo financiero y del autismo político de las élites. Pero, tras la crítica, todos admiten su inestimable valor. La visión de los belgas sobre Europa es positiva (37%), para ellos representa la paz, la garantía de los derechos humanos y la democracia.

En Bélgica las elecciones al Parlamento Europeo del 25-M coinciden con las generales del país. Aquí el voto es obligatorio desde 1894, cuando se quiso garantizar el voto obrero y evitar el acceso al poder de las minorías radicales. Las elecciones llegan en plena reforma del Estado, la sexta desde 1970, y ahora el objetivo declarado del partido mayoritario en Flandes es el confederalismo. Por eso las elecciones europeas no se ven como un test para medir las fuerzas entre partidos, como ocurre en Francia o España, y el centro del debate no es Europa sino el futuro del país: ¿podrá formar gobierno un partido cuyo objetivo es la escisión de la Seguridad Social y luego la independencia de Flandes?

La partitura electoral  tradicional se ve alterada por la crisis, que tanto oxígeno ha dado a los populo-nacionalistas europeos y que en Bélgica es el caldo de cultivo de la radicalización. Según los sondeos, aumenta la intención de voto de los partidos de los extremos del arco político. La ascensión del joven Partido Popular, muy a la derecha, tanto como la del viejo Partido del Trabajo, comunista, perturbará un poco el clásico reparto entre socialistas, demócrata cristianos, liberales y ecologistas.

Es la misma tendencia que en el resto de Europa. La crisis que exacerba las dudas sobre la sostenibilidad del Estado del bienestar, y la marcada visibilidad de una población inmigrada cada vez más reivindicativa, beneficia al Partido Popular. En el otro extremo, la política del rigor presupuestario que impone la UE -mal llamada austericida en la prensa española- favorece al Partido del Trabajo. El ultraliberalismo que predica la troika es aceptado a regañadientes por la izquierda europea. Lo hizo Zapatero y ahora le toca al PS francés de Valls, cuyas últimas medidas han provocado un cisma en el partido, ya que en Francia los diputados no se resignan al papel de aplaudidores al que nos han acostumbrado los parlamentarios españoles, sino que expresan corrientes de opinión y personales.

El espejismo unitario

La sensación de que los partidos mayoritarios «no cumplen los programas electorales», de que «siempre son los mismos», de  que se perpetúan en el poder con linajes dinásticos, y que «de todas maneras los impuestos van a seguir subiendo» favorece a los dos extremos. Así, el escenario de una Flandes ultranacionalista que alcanzaría el 30% de los votos, y de una Valonia escorada a la izquierda al sumar los votos del PS y los nuevos del PT es más que probable. Y entre ambos el diálogo es imposible. Estos resultados a nivel nacional se traducirán en el Parlamento Europeo. Trabajar con 28 países es una hazaña. Pensar que todos formamos una unidad es un espejismo. Y, sin embargo, las leyes que emanan de él representan el 50% de los actos legislativos nacionales.

Profesor. Bruselas