HALLAZGO EN EL ESTRECHO DE VICTORIA

Último viaje de John Franklin

Canadá localiza en el Ártico los restos de una expedición británica perdida en el siglo XIX

Tumbas de algunos de los tripulantes localizados del 'Erebus' y el 'Terror'.

Tumbas de algunos de los tripulantes localizados del 'Erebus' y el 'Terror'.

ANTONIO MADRIDEJOS / BARCELONA

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El 19 de mayo de 1845, los buques de la Armada británica 'Erebus' y 'Terror', con 133 marineros y oficiales a las órdenes de sir John Franklin, un veterano de la batalla de Trafalgar, partieron desde Inglaterra en busca del Paso del Noroeste, la mítica ruta de navegación que debía enlazar el Atlántico y el Pacífico a través del Ártico canadiense. Sin embargo, el ambicioso viaje concluyó trágicamente tres años después: entre el implacable hielo que inmovilizó las embarcaciones, las intoxicaciones ocasionadas por la mala conservación de la comida, el hambre posterior, el escorbuto y el frío que acompañó a quienes lograron huir y buscar refugio en tierra, los tripulantes fueron muriendo uno a uno. Nadie sobrevivió.

Más de siglo y medio después, el Gobierno canadiense acaba de anunciar el hallazgo de uno de los dos barcos de la expedición gracias al uso de un vehículo submarino que ha rastreado las profundidades del estrecho de Victoria, junto a la isla del Rey Guillermo. "A pesar de que aún no sabemos si es el 'Erebus' o el 'Terror', tenemos suficientes datos para confirmar la autenticidad del hallazgo", anunció el primer ministro de Canadá, Stephen Harper, mientras enseñaba la silueta de un navío en el fondo del mar.

El 'Erebus' y el 'Terror', naves gemelas de más de 300 toneladas de peso, fueron en su época dos de las joyas de la Armada británica, equipadas con un moderno motor de vapor, calefacción y casco reforzado. Ya habían participado en diversas campañas polares. Al margen de buscar el Paso de Noroeste, que debía asegurar la hegemonía británica en América frente al soñado canal de Panamá, durante la inconclusa campaña se iban a desarrollar también multitud de estudios sobre zoología, botánica y magnetismo. Las provisiones a bordo garantizaban tres años sin repostar (cuatro toneladas de carne congelada, 35 de harina y dos de tabaco, así como 7.000 litros de licor) y se contaba además con los servicios de cuatro médicos.

Los últimos europeos que tuvieron contacto con el 'Erebus' y el 'Terror' fueron las tripulaciones de unos balleneros. En aquel momento, en agosto de 1845, atravesaban la bahía de Baffin en dirección al estrecho de Lancaster. A excepción de algunos encuentros con los nativos inuit, nunca fueron vistos de nuevo.

Fiebre rescatadora

La despedida sin dejar rastro y una recompensa de 20.000 libras ofrecida por el Consejo Ártico británico alentaron una fiebre exploradora que se concretó en 25 expediciones de rescate a lo largo de 11 años, alguna de las cuales sufrió una suerte similar a la de su antecesora. Las campañas sirvieron para encontrar tres tumbas, cuchillos de acero y cucharillas de plata con las iniciales de Franklin, entre otros objetos procedentes de los barcos, pero el destino del 'Erebus' y el 'Terror' seguía siendo un misterio. En 1855, la Marina Real dio por concluidos los es­fuerzos de búsqueda.

El destino de la expedición no pudo ser revelado definitivamente hasta 1859 gracias a una campaña financiada de forma privada por lady Jane Franklin. En mayo, varios grupos de hombres en trineo se adentraron en la isla del Rey Guillermo y encontraron en un montículo de piedras un sobre con dos mensajes: el primero, datado el 28 de mayo de 1847, explicaba la forzada hibernación que los marineros se habían visto obligados a iniciar. El segundo mensaje, con fecha 25 de abril de 1848, informaba de que el 'Erebus' y el 'Terror' habían quedado atrapados en el hielo durante año y medio y que 24 tripulantes habían muerto, entre ellos Franklin. El capitán Crozier quedó al mando.

Debido al agotamiento de los víveres, los 105 supervivientes abandonaron las naves y se dirigieron a pie a terreno continental, en dirección sur, pero fueron muriendo poco o a poco. Los inuits relataron que los hombres blancos se arrastraban, excesivamente cargados de material, caían en el suelo y no podían volverse a levantar. Aunque es un asunto discutido, algunos de los cadáveres localizados parecían tener muestras de canibalismo.

La actitud de Franklin no fue tan épica como la describieron las historias de la época, sino que muy posiblemente falleció sin llegar a salir del barco por culpa del escorbuto o de una intoxicación por plomo, algo muy habitual en la época entre los consumidores de comida enlatada. Sin embargo, su fama creció hasta el punto de que se le dedicaron canciones y estatuas e incluso inspiró a Julio Verne en las historias del capitán Hatteras. En 1992, Canadá declaró que los restos del naufragio serían declarados sitio histórico nacional.