Misión en el planeta rojo

Paseo por el cráter Gale

Los indicios obtenidos podrían explicar unas extrañas líneas en el relieve marciano

A. M. / BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Tras el pequeño Sojourner (1997) y los gemelos Opportunity y Spirit (2004), la NASA concibió el robot móvil Curiosity, con un peso de una tonelada y un equipamiento científico nunca visto, para dar un salto a lo grande en la exploración marciana. Y para sacarle partido se escogió como lugar de aterrizaje un emplazamiento complejo pero muy atractivo: el cráter Gale, una depresión circular de 230 kilómetros de diámetro y 3.500 metros de profundidad que se formó previsiblemente por un impacto espacial. Se sitúa en el ecuador marciano.

El vehículo se posó el 6 de agosto del 2012 y, pese al deterioro de sus ruedas y algún reciente problema con la memoria informática, ha tenido un rendimiento excelente y prolongado, muy superior al año de vida útil previsto al iniciarse la misión. Tras recorrer unos 10 kilómetros, Curiosity se encuentra ahora en las cercanías del monte Sharp, un gran promontorio en el centro del cráter Gale.

Actividad constante

Entre otros hitos en la investigación de Marte, Curiosity se convirtió en el 2013 en el primer robot capaz de perforar una roca con un taladro, de recoger una muestra y de analizar su interior con la ayuda de su laboratorio químico, una operación que ha repetido en diversas ocasiones. En el 2014 detectó nitrógeno -en forma de óxido nítrico- que podría haberse liberado de la descomposición de nitratos durante el calentamiento de una muestra. Los nitratos son unas moléculas que contienen nitrógeno en una forma que puede ser utilizado por los organismos vivos. «El descubrimiento se suma a la evidencia de que el antiguo Marte fue habitable», destacó la NASA.

Los análisis hechos públicos ayer sobre la posible presencia de agua líquida en el subsuelo del cráter podrían explicar un fenómeno extraño observado años atrás por la MRO y otras sondas orbitales. Se trata de unas rayas de color marrón oscuro que aparecen en las laderas de zonas montañosas al llegar la primavera y luego se desvanecen con los rigores del invierno. Su anchura puede variar entre 0,5 y 5 metros.

Una hipótesis, defendida entre otros por Alfred McEwen, astrobiólogo de la Universidad de Arizona, es que se trata de ríos estacionales o, más exactamente, de filtraciones desde el subsuelo. «Es una especulación en este momento... pero estas observaciones van en la misma dirección», consideró ayer Javier Martín-Torres, del CSIC, al ser preguntado si su análisis era compatible con la hipótesis.