Muere el gran mecenas de la ciencia Pere Mir

A través de la Fundación Cellex financió con más de 120 millones desde el 2003 proyectos punteros

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La investigación científica catalana acaba de perder al que, sin discusión, ha sido su gran mecenas, Pere Mir, nacido en 1919 en Barcelona, un hombre de una trayectoria tan excepcional como amante de la discreción. Mir, el filántropo que no concedía entrevistas, murió el pasado viernes.

"Sin Mir y su fundación, Cellex, ni yo ni muchos otros podríamos competir con los investigadores de Estados Unidos, el Reino Unido y Alemania", explicó hace un par de años el doctor Manuel Esteller, reconocido internacionalmente por sus trabajos sobre epigenética. "Cellex es capaz de apostar por las ideas muy ambiciosas, aunque sean arriesgadas y a muy largo plazo", elogió también entonces otro reputado doctor, Eduard Gratacós, especialista en medicina fetal. La lista de 'hijos' de Mir (que no los tuvo biológicos) es larga. Todos ellos han quedado ahora huérfanos de su respaldo, no solo económico (era capaz de donar 62 millones de euros en solo cinco años), sino también de sus consejos, porque, además de mecenas, era un notable científico.

Mir apoyó especialmente la investigación del ámbito biomédico. Entre sus mayores contribuciones destacan los 16 millones de euros que donó al Institut de Ciències Fotòniques (ICFO) para la construcción de un edificio en su campus de Castelldefels (2012), que fueron la mayor donación en la historia de la ciencia en España. Su ayuda económica también permitió la construcción completa de la moderna sede del Institut d'Oncología Vall d’Hebron (VHIO) y la ampliación del Idibaps, centro de investigación adscrito al Hospital Clínic de Barcelona. Cellex también creó un programa de becas sobre ciencia y matemáticas para alumnos de bachillerato.

QUIMICO DE FORTUNA

Era químico de profesión en sus inicios. Tenía una larga lista de patentes propia y, sobre todo, desarrolló en su día un inteligente método para extraer formol. Al mismo tiempo era su propio empresario. En privado contaba que si hubiera tenido que convencer a algún inversor de los trabajos que desarrollaba, tal vez no habría llegado a la meta. Como era su propio jefe, arriesgaba, y así fue como comenzó a amasar una enorme fortuna.

Vivió la vida con pasión. Aprendió a pilotar avionetas. Le gustaban las acrobacias aéreas. También navegar. Y el submarinismo. Un hombre de película y, sin embargo, poco amante del protagonismo.

Fue en el año 2003 cuando, tras la venta de una de sus empresas y con los beneficios que obtuvo, decidió crear la Fundación Cellex. Era la decisión natural, pues llevaba ya años realizando generosos donativos a la labor de médicos punteros, como Valentí Fuster y Josep Balselga. Antes de realizar una apuesta científica, Mir entrevistaba a los candidatos, siempre con gran amabilidad, con buen sentido del humor a veces, pero también con minuciosidad. No solia errar. A través de Cellex continuó con esa labor. Se calcula que esa fundación, entre becas y financiación directa de investigaciones, habrá aportado más de 120 millones de euros.