ESTUDIO DE LOS ANILLOS DE LOS ÁRBOLES

Una historia de 850 años

ANTONIO MADRIDEJOS
BARCELONA

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Cuando el pino de esta historia nació, las tierras que lo acogían, un paraje agreste de la sierra de Cazorla, aún estaban en manos sarracenas. Luego creció, soportó inclemencias de todo tipo -incluidos varios rayos-, alcanzó dimensiones imponentes y recientemente, al cabo de 850 años, fue abatido por el viento. Ahora, una rodaja o sección del tronco ha llegado a la facultad de Biología de la Universitat de Barcelona (UB) para ser sometido a diversos estudios. Pesa más de 200 kilos.

El interés de este pino y de otros ejemplares longevos radica en el hecho de que los anillos que se fueron formando en su tronco, a razón de uno por año, se han convertido en una herramienta muy útil para descifrar cómo fue el clima en unos siglos en los que no había termómetros y la única información que se ha conservado son los comentarios escritos por algunos monjes sobre la bondad de las cosechas o los rigores del invierno. «Este pino es un testigo de la historia que puede decirnos muchas cosas», resume Emilia Gutiérrez, profesora de la UB y especialista en dendrocronología, la ciencia que data y analiza los cambios del pasado por medio de los anillos de los árboles.

Su equipo en la UB, junto a investigadores del CSIC en Jaca y del parque natural de las sierras de Cazorla, Segura y las Villas, lleva años estudiando unos magníficos pinos laricios (Pinus nigra) situados en una zona conocida como Puerto Llano-Cabañas -situada a más de 1.850 metros de altura- y que constituyen «el bosque más viejo de toda la Península», dice Gutiérrez. El ejemplar más longevo datado hasta ahora tiene unos 1.050 años y hay centenares que superan los 500.

ANALIZAR EL GROSOR

«Por regla general, en los años benignos, que en España equivalen a veranos lluviosos e inviernos suaves, los árboles forman anillos más gruesos que en los años adversos», explica el investigador Octavi Planells, que junto a Elena Muntán se ha encargado de datar la rodaja. En un trabajo casi de relojero, las líneas de la madera se cuentan una a una con la ayuda de una lupa. Luego también pueden medirse los grosores y extraer conclusiones: en un ejemplo extremo, una sucesión de varios anillos finos es un indicio de que el clima en la zona fue duro y de ello puede inferirse, con todas las cautelas necesarias, que hubo malas cosechas y quizá hambrunas. «Iglesias y otros edificios también pueden ser datados analizando las vigas de madera», prosigue Planells. Si se sabe dónde se encuentra el bosque de procedencia, se puede buscar un árbol viejo y comparar los registros de los anillos.

Sin embargo, el cómputo se complica a menudo porque los anillos pueden no crearse en los peores años de sequía o bien deformarse por efecto de rayos, infecciones o para hacer frente a la inclinación del terreno, como le sucede al pino de la UB, cuya médula está desplazada hacia un lado. Así pues, es necesario analizar varios árboles del mismo rodal para estandarizar el cálculo. Y como no es habitual hallar árboles caídos de este calibre, lo que se suele hacer es extraer un testigo del tronco con la ayuda de una fina barrena.

El pino de Cabañas murió en el año 2009, pero los científicos ya lo tenían fichado desde antes como uno de los ejemplares ilustres de la zona, con unos cinco metros de perímetro. Para cortarlo -se obtuvieron varias rodajas- fue necesaria una motosierra de grandes dimensiones y que luego se acercara un camión con grúa. Finalmente viajó por carretera, fue pulido y ahora se encuentra expuesto en la entrada del departamento de Ecología.