Los finalistas (9)

Lluís Pasqual: "Hay ganas de ir al teatro, es una experiencia real"

Lluís Pasqual. Reus, 1951. Fue fundador del Teatre Lliure. Ve la cultura como un servicio público.

Llegó al teatro por casualidad y se ha convertido en una de las voces más respetadas. Antes del Lliure dirigió el Centro Dramático Nacional, el Odéon de París y el Arriaga de Bilbao.

«Hay ganas de ir al teatro, es una experiencia real»_MEDIA_1

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MARTA CERVERA
BARCELONA

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Le encanta ser el tercer candidato procedente del mundo del teatro a Català de l'Any junto al dramaturgo Josep Benet i Jornet y a la actriz Clara Segura. «Que la gente se acuerde de nosotros, cuando se dice que el teatro no tiene glamur, significa que algo estamos haciendo bien», dice Lluís Pasqual, uno de los directores catalanes con mayor proyección.

Hace tres temporadas optó por llevar el timón del Teatre Lliure en estos años convulsos para proteger un proyecto que había contribuido a fundar en 1976. Ha sabido navegar con la marejada de los recortes en contra, superando in extremis el cierre temporal del teatro. La temporada anterior logró una cifra récord en abonados y dos grandes éxitos de taquilla: L'onada, una crítica al totalitarismo repuesta en la sede original del Lliure en la calle de Montseny de Gràcia; y Ferèstecs, de Goldoni, una producción que regresa el mes próximo. Estrenada en 1760, la obra es un gran fresco crítico y cómico de la burguesía que Pasqual traslada a la realidad catalana de aquella época. «Uno intenta imaginar los sueños que a la gente le gustaría que le explicaran. A veces se acierta, pero no es matemático, no se puede saber», añade. Pero está convencido de que hay hambre de espectáculos. «Hay ganas de venir al teatro porque es una experiencia real que no puedes bajarte o ver en una pantalla».

HIJO DE PANADERO / Pasqual, hijo de un panadero catalán y una almeriense que era «la columna de la tienda», descubrió el teatro casi por casualidad, cuando un amigo le propuso participar como actor en su Reus natal en una obra de Salvador Espriu con un grupo de teatro independiente que se llamaba La Tartana. Después coincidió con Albert Boadella en un curso y se fue a Barcelona a estudiar Filosofía y Letras. Hizo diferentes trabajos, entre ellos dio clases de voz en el Institut del Teatre antes de matricularse como alumno. Y en 1976 contribuyó a sacar adelante un Grec autogestionado por la profesión y a fundar el Teatre Lliure. «Pese a la crisis, ahora estamos infinitamente mejor. Ahora tenemos dificultades para que llegue el dinero de las administraciones pero es que entonces ni siquiera había Ministerio de Cultura», recuerda. «Aunque también es cierto que, como no veníamos de un momento opulento y estable, sino de una miseria casposa, pudimos crearlo todo».

No fue ayudante de Strehler en el Piccolo de Milán, aclara, pero a base de ir a ver sus ensayos se hicieron amigos. «Yo he aprendido de gente muy diferente», subraya. Entre ellos destaca a Fabià Puigserver, en recuerdo del escenógrafo y director teatral con quien soñó el Lliure actual de Montjuïc, inaugurado en el 2001. «Fabià primero fue mi maestro y, después, mi compañero de viaje». Pero insiste en que su aprendizaje ha sido muy ecléctico. Incluye desde artistas de las artes plásticas hasta arquitectos y cantantes de ópera. «He aprendido mucho observando cómo respira Montserrat Cáballé. El mundo de la ópera es muy complejo y completo. Para mí escuchar a la Caballé equivale a una sesión de yoga».

A lo largo de 40 años ha dirigido infinidad de obras, y muchos de sus montajes son referentes de una época. Goldoni, Lorca, Chéjov y Beckett son sus autores de cabecera. «Y por encima de todo, siempre vuelvo a Shakespeare, como quien va a la fuente que da vida a todo».

Su alma viajera necesita alejarse de casa cada cierto tiempo. Durante unos años dirigió el Centro Dramático Nacional y también estuvo al frente del Odéon-Teatro de Europa de París, donde ganó un pulso a la derecha en 1993 en defensa de la independencia del teatro.

Hoy defiende el derecho a trabajar de las nuevas generaciones dando oportunidades a actores treintañeros a través de una compañía estable, «como la que teníamos cuando fundamos el Lliure». Y se mantiene alerta para proteger a la cultura en un país donde se ha machado al sector con la subida del 21% del IVA. Quizá por eso le alegren tanto las buenas cifras de esta temporada, en la que ya llevan recaudado más en taquilla que la anterior. «El Lliure tiene la confianza del espectador», señala. «El espíritu del Lliure, que significa servicio público y teatro artesanal, nos ha permitido sobrevivir, pasar la crisis de forma muy digna».