ENTREVISTA CON LA  MICROBIÓLOGA, GANADORA DEL PREMIO CATALÀ DE L'ANY

Josefina Castellví: «Era muy exigente como jefa de base: a la Antártida vas a trabajar»

ANTONIO MADRIDEJOS
BARCELONA

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-Usted ya había sido candidata con anterioridad. ¿Esperaba ser este año la ganadora del Català de l'Any?

 

-La verdad es que no. Tenía unos contrincantes muy duros, entre ellos Núria Gispert, que se ha pasado la vida ayudando a los otros, un sacrificio enorme que se merece todos los reconocimientos. Estaba segura de que sería ella la elegida.

-¿Y lo lleva bien?

 

-Me siento muy orgullosa, aunque debo reconocer que estoy un poco abrumada y cansada.

-¿Por qué cree que la han votado?

 

-Me siento muy honrada de todo este apoyo anónimo, de gente que no conozco. Quizá se me valora por el hecho de haber abierto a las mujeres la investigación científica, y la investigación antártica en particular, en un momento en que no lo tenían fácil. Ayudé a que se abrieran algunas puertas.

-Tras 18 años de ausencia, usted regresó ya jubilada a la Antártida junto a Albert Solé para la filmación del documental Los recuerdos del hielo. ¿La encontró muy cambiada?

 

-Mucho no, pero sí hay algún resultado muy visible del cambio climático. El glaciar que se encuentra justo enfrente de donde tenemos la base nunca lo había visto tan torturado. Ha cambiado completamente.

-¿El paisaje es menos blanco?

 

-Sí, hay zonas en las que empiezan a emerger manchas negras, de la tierra volcánica que está por debajo del hielo.

-¿Por qué eligieron Livingston para instalarse en la Antártida?

 

-El Tratado Antártico recomendaba que las bases se instalaran en territorios poco masificados y nosotros, que por entonces buscábamos un emplazamiento en el archipiélago de las Shetland del Sur, le hicimos tanto caso que escogimos un lugar sin colonizar. No había nada.

-¿Eso no ayudaría?

 

-No, claro que no. Menos mal que un barco de Polonia nos ayudó a llegar. Por entonces todavía no estaba el buque Hespérides.

-Este año tampoco.

 

-Lo del último año es un desastre por culpa de los recortes. Espero que se arregle.

-¿Ha cambiado la manera de trabajar, las comodidades de la base?

-Algo, pero no crea que tanto. La Juan Carlos I fue en su creación, en 1987, una base bastante moderna, con tratamiento de residuos, energías renovables y una gran cooperación internacional. Teníamos duchas con agua caliente y hasta una lavadora secadora. Lo que más ha cambiado, en mi opinión, es el tratamiento de la información obtenida y la transmisión de datos vía satélite.

-¿Qué investigaba usted en la Antártida?

 

-Yo ya había trabajado con microorganismos marinos, estudiando el papel de bacterias y algas en la base de la cadena alimentaria, pero la Antártida es un sitio único debido a la enorme cantidad de nutrientes. La productividad es extraordinaria. Imagine: por aquel entonces se decía que la Antártida era el gran reservorio de la alimentación mundial.

-Y entonces su maestro Antoni Ballester, el primer director de la base, sufre un ictus.

 

-Cuando me ofrecieron ser la líder, me dio miedo, pero eso les pasó a todos los candidatos posibles. No teníamos experiencia.

-¿Y qué pasó?

 

-Ballester había estado 17 años planificando la base, y habría sido un gran ridículo internacional para España que se abandonara recién construida. Así que reconsideré la propuesta y finalmente acepté.

-Y acabó siendo más conocida como aguerrida jefa de base en la Antártida, la primera del mundo, que como científica.

 

-Sí, y lo tengo asumido. Llamaba la atención en un mundo tan masculino. El primer año al mando fui con 12 hombres, aunque debo reconocer que fueron buenos compañeros.

-¿Alguna dificultad?

 

-Todo el que va a la Antártida a investigar llega encantado, pero a los 15 días, en cuanto el viento arrecia y no se puede trabajar con normalidad, surgen discrepancias y el mal humor. A veces por pequeñas cosas. Así que hay que ser muy exigente. A la Antártida no puedes ir a perder el tiempo. Ante todo, un jefe de base tiene que velar por la seguridad, por escoger los procedimientos menos peligrosos. Hay que evitar cualquier accidente. Si por casualidad hubiéramos tenido una gran urgencia, el aeródromo más cercano, en la isla Rey Jorge, estaba a nueve horas en barco. Y solo teníamos una Zodiac.

-Y sigue viajando?

 

-Viajé mucho por trabajo y ahora, a los 78 años, me gusta hacerlo por placer.