autor teatral

Josep Maria Benet i Jornet, el gran patriarca de la dramaturgia catalana

El gran patriarca de la dramaturgia catalana_MEDIA_1

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JOSÉ CARLOS SORRIBES
BARCELONA

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«El mismo día en que conocí a Benet i Jornet me pidió que le llamara Papitu. A mí me daba vergüenza llamarle así porque me parecía una manera demasiado cercana para dirigirme a un maestro. Pero a él le gusta que le llamen Papitu y no soporta que lo traten como a una institución». Estas eran las primeras frases, el pasado 19 de marzo, del artículo que publicó en este diario Marta Buchaca, un nombre relevante de la dramaturgia catalana de los últimos años.

Buchaca atendió la petición de que acompañara con su opinión la noticia de la concesión del Premi d'Honor de las Lletres Catalanes a Josep Maria Benet i Jornet. En su escrito recogía tanto la admiración que despierta el premiado en la pujante y alabada nueva ola de autores catalana como una personalidad marcada por la discreción y la modestia. Porque para todo el teatro catalán Benet i Jornet es Papitu; para los mayores, los de su edad, y para los jóvenes que bien podrían ser sus nietos.

Vive años de reconocimiento a su trayectoria el dramaturgo barcelonés, y el de Òmnium Cultural llegó además cuando se cumplían 50 años de otro galardón, el Josep Maria de Sagarra que ganó con la obra de su debut, Una vella, coneguda olor. Porque la vida y la obra de Josep Maria Benet i Jornet han estado estrechamente ligadas a la escena a través de la cincuentena de textos que ha escrito. Nacido en la ronda de Sant Antoni en 1940, cayó seducido por el veneno del teatro tras un breve paso por la universidad, donde quiso estudiar Filosofía y Letras, pero fue poco constante en el empeño. Hasta el punto de que afirma que aprendió más de compañeros que de profesores. «Yo siempre fui un estudiante mediocre», ha reconocido con su modestia proverbial.

LA CÚPULA DEL COLISEUM / Si en la universidad encontró sus primeros «maestros intelectuales» en amigos como Joan-Lluís Marfany y Jaume Torras y en el magisterio de Joaquim Molas, con sus «clases secretas sobre literatura catalana en las que flipaba», el teatro irrumpió en su biografía de forma estruendosa cuando subió un día las escaleras hacia la cúpula del Coliseum. Se había enterado de que estaban ensayando Primera història d'Esther, de Salvador Espriu, y de que el reparto no estaba cerrado. En la cúpula, Ricard Salvat había creado en 1960, junto a Maria Aurèlia Capmany, la Escola d'Art Dramàtic Adrià Gual, donde también recalaba gente como Fabià Puigserver, Montserrat Roig y Pilar Aymerich.

El contacto con personalidades  tan ilustres resultó definitivo. La llamada del teatro no le captó ni como actor ni como director, sino como dramaturgo. Una elección harto complicada en unos tiempos en que la autoría teatral no estaba, ni mucho menos, reconocida como hoy. Con todo detalle explica esa larga travesía en el libro de recuerdos, vivencias y personajes, que no de memorias, puntualiza, que publicó hace cuatro años con el título de Material d'enderroc (Edicions 62).

PUNTAL Y REFERENTE / Eran los años, entre los 60 y los 80 del siglo pasado, en los que el teatro independiente, el de creación colectiva, dejó en precario a los dramaturgos. «Ni podíamos estrenar», recuerda. Su suerte cambió en 1979 cuando presentó en el Romea Quan la ràdio parlava de Franco. Poco a poco, Papitu ejerció de puntal de la autoría catalana y referente para las nuevas generaciones con obras como Desig (1991), E. R. (1994), Olors (2000) o L'habitació del nen (2003). En los últimos años, se ha alejado por voluntad propia de los grandes escenarios con la trilogía formada por Soterrani (Sala Beckett), Dues dones que ballen (Lliure de Gràcia) y Com dirh-ho (Almeria).

En paralelo, Benet i Jornet fue uno de los artífices del nacimiento de la ficción televisiva en TV-3, donde dejó huella como guionista en series tan referenciales como Poble Nou,

Nissaga de poder, Laberint d'ombres, El cor de la ciutat y Ventdelplà. Ese papel relevante en el mundo audiovisual ha quedado en segundo término, en la esfera pública, respecto a la faceta teatral de un autor siempre inseguro con lo que escribe, resultado sin duda de su enorme respeto ante los escenarios. «Siento pasión por el teatro, es lo que ha dado sentido a mi vida, si la vida tiene algún sentido».