Federico Oppenheimer: "La mejor opción para dar un riñón a mi hijo era yo"

Federico Oppenheimer, en el Hospital Clínic.

Federico Oppenheimer, en el Hospital Clínic. / periodico

ÀNGELS GALLARDO / Barcelona

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Nadie como el doctor Federico Oppenheimer sabe lo importante que es conseguir que una persona sana y fuerte -esos son los requisitos- decida poner en riesgo su bienestar para dar uno de los órganos vitales que el ser humano tiene duplicados, un riñón en este caso, a un enfermo que se está quedando sin alternativas, o ya no tiene ninguna. Lo ha explicado tantas veces al personal de la unidad que dirige, la de trasplante renal del Hospital Clínic, que el día en que hubo de enfrentarse, íntimamente, a tan altruista dilema no dudó. Y no solo por coherencia y convencimiento, sino porque intervino un factor imprevisto: el cariño por su hijo y el dolor que le causaba saber, perfectamente, qué futuro le esperaba al joven, también Federico, de 29 años, que en agosto del 2013 sufrió una insuficiencia renal gravísima, irresoluble e irreversible.

La única puerta que le quedaba abierta a Oppenheimer hijo era depurar la sangre con las máquinas de diálisis que suplen al filtrado natural de los riñones. Una solución poco eficaz en el caso del joven, ya que la fulminante pérdida de función renal sufrida le había afectado al corazón y además empezaba a reducirle la visión, circunstancias que exigían la intervención inmediata de un riñón sano. En su caso, eso significaba recurrir a un trasplante, ya que Oppenheimer hijo nació con un solo riñón, o con los dos fusionados desde la etapa embrionaria. Solo quedaba, en definitiva, la opción de encontrar un órgano, de vivo o de cadáver, que permitiera un trasplante.

«Lo decidí en el mismo momento en que conocí los detalles de la situación -explica el nefrólogo-. La mejor opción para dar un riñón a mi hijo era yo. Mis parámetros inmunológicos [el factor que determina el posterior rechazo al órgano ajeno] son semiidénticos a los de mi hijo Federico. Por herencia genética, es mitad igual que yo, mitad distinto, y como no existía un hermano totalmente idéntico a él mayor de 30 años, no tuve dudas: sería yo».

LE PARECIÓ BIEN / El doctor Oppenheimer fue quien informó a su hijo de que existía un donante. «Se lo dije y lo aceptó muy bien. Sin ningún problema. Se puso contento, aunque me dijo que le daba mucho respeto que el donante fuera yo». Le hicieron las pruebas biomédicas preceptivas. Todo OK. Comunicó al áera quirúrgica de la unidad de trasplantes su decisión y se acordó que sería el jefe del equipo de cirujanos, Antonio Alcaraz, quien realizaría las dos intervenciones, la del padre y la del hijo. «Fue el doctor Alcaraz quien tomó la decisión de operarnos -recuerda Oppenheimer-. Asumió toda la responsabilidad. Para mí, era una garantía absoluta. Es el mejor equipo de trasplante renal de Europa».

El 16 de diciembre del 2013, padre e hijo fueron conducidos al área de trasplante renal del Clínic. La sala de opeaciones que ocupó el doctor Oppenheimer era contigua a la que situaron a su hijo. «Mientras a mí me extraían el riñón, empezaban a anestesiar a mi hijo y cuando el órgano estuvo fuera, se lo implantaron -describe el nefrólogo-. De esa forma, el riñón no hizo isquemia [no perdió el riego  sanguíneo]». Pasó de un cuerpo a otro activo y sano.

Oppenheimer padre aprovechó las fiestas navideñas para recuperarse. No faltó al trabajo tras la donación. Se trazó un plan de dieta sana, ejercicio moderado pero constante, descanso adecuado y el menor estrés posible. «He de evitar la hipertensión, el colesterol y la diabetes como todo el mundo, pero con un poco más de cuidado, porque tengo un riñón menos para responder», explica. «Me siento bien». Su hijo sigue recuperándose y muy pronto volverá a hacer algún deporte.

Cuando Oppenheimer volvió al Clínic, tras la intervención, comprobó que se había convertido en una especie de héroe. «El año pasado, en el hospital hicimos 124 trasplantes de riñón y, de ellos, 60 procedieron de donante vivo -argumenta-. Esas 60 personas son tan héroes como yo, o ninguno lo somos». «A quien me dice esas cosas, le pregunto: 'Si tú pudieras y tu hijo lo necesitara, ¿no le darías un órgano?' ¡Pues claro que sí!». Admite que ahora es, tal vez, el especialista en trasplantes que mejor conoce lo que sienten sus pacientes. «He estado en las dos esquinas de la mesa de operaciones», bromea.